Jack se aparta, incómodo.
– Jack, este es Christian -balbuceo en tono de disculpa. ¿Por qué me estoy disculpando?-. Christian, Jack.
– Yo soy el novio -dice Christian con una sonrisita fría que no alcanza a sus ojos, mientras le estrecha la mano a Jack.
Yo levanto la vista hacia mi jefe, que está evaluando mentalmente al magnífico espécimen varonil que tiene delante.
– Yo soy el jefe -replica Jack, arrogante-. Ana me habló de un ex novio.
Ay, Dios. No te conviene jugar a este juego con Cincuenta.
– Bueno, ya no soy un ex -responde Christian tranquilamente-. Vamos, nena, hemos de irnos.
– Por favor, quedaos a tomar una copa con nosotros -dice Jack con amabilidad.
No creo que sea buena idea. ¿Por qué resulta tan incómodo esto? Miro de reojo a Claire, que, naturalmente, contempla a Christian con la boca abierta y franco deleite carnal. ¿Cuándo dejará de preocuparme el efecto que provoca en otras mujeres?
– Tenemos planes -apunta Christian con su sonrisa enigmática.
¿Ah, sí? Y un escalofrío de expectación recorre mi cuerpo.
– Quizá en otra ocasión -añade-. Vamos -me dice cogiéndome la mano.
– Hasta el lunes.
Sonrío a Jack, a Claire y al tipo de contabilidad, tratando de ignorar el gesto de disgusto de Jack, y salgo por la puerta detrás de Christian.
Taylor está al volante del Audi, que espera junto a la acera.
– ¿Por qué me ha parecido eso un concurso de a ver quién mea más lejos? -le pregunto a Christian cuando me abre la puerta del coche.
– Porque lo era -murmura, me dedica su sonrisa enigmática y luego cierra la puerta.
– Hola, Taylor -le digo, y nuestras miradas se encuentran en el retrovisor.
– Señorita Steele -me saluda Taylor con una amplia sonrisa.
Christian se sienta a mi lado, me sujeta la mano y me besa suavemente los nudillos.
– Hola -dice bajito.
Mis mejillas se tiñen de rosa, sé que Taylor nos oye, y agradezco que no vea la mirada abrasadora y terriblemente excitante que me dedica Christian. Tengo que echar mano de toda mi contención para no lanzarme sobre él aquí mismo, en el asiento de atrás del coche.
Oh, el asiento de atrás del coche… mmm.
– Hola -jadeo, con la boca seca.
– ¿Qué te gustaría hacer esta noche?
– Creí que dijiste que teníamos planes.
– Oh, yo sé lo que me gustaría hacer, Anastasia. Te pregunto qué quieres hacer tú.
Yo le sonrío radiante.
– Ya veo -dice con una perversa risita-. Pues… a suplicar entonces. ¿Quieres suplicar en mi casa o en la tuya?
Inclina la cabeza y me dedica esa sonrisa tan sexy suya.
– Creo que eres muy presuntuoso, señor Grey. Pero, para variar, podríamos hacerlo en mi apartamento.
Me muerdo el labio deliberadamente y su expresión se ensombrece.
– Taylor, a casa de la señorita Steele, por favor.
– Señor -asiente Taylor, y se incorpora al tráfico.
– ¿Qué tal te ha ido el día? -pregunta.
– Bien. ¿Y el tuyo?
– Bien, gracias.
Su enorme sonrisa se refleja en la mía, y vuelve a besarme la mano.
– Estás guapísima -dice.
– Tú también.
– Tu jefe, Jack Hyde, ¿es bueno en su trabajo?
¡Vaya! Esto sí que es un cambio de tema repentino. Frunzo el ceño.
– ¿Por qué? ¿Esto tiene algo que ver con vuestro concurso de meadas?
Christian sonríe maliciosamente.
– Ese hombre quiere meterse en tus bragas, Anastasia -dice con sequedad.
Siento que las mejillas me arden, abro la boca nerviosa, y echo un vistazo a Taylor.
– Bueno, que quiera lo que le dé la gana… ¿por qué estamos hablando de esto? Ya sabes que él no me interesa en absoluto. Solo es mi jefe.
– Esa es la cuestión. Quiere lo que es mío. Necesito saber si hace bien su trabajo.
Me encojo de hombros.
– Creo que sí.
¿Adónde quiere ir a parar con esto?
– Bien, más le vale dejarte en paz, o acabará de patitas en la calle.
– Christian, ¿de qué hablas? No ha hecho nada malo…
Todavía. Solo se acerca demasiado.
– Si hace cualquier intento o acercamiento, me lo dices. Se llama conducta inmoral grave… o acoso sexual.
– Solo ha sido una copa después del trabajo.
– Lo digo en serio. Un movimiento en falso y se va a la calle.
– Tú no tienes poder para eso. -¡Por Dios! Y antes de ponerle los ojos en blanco, caigo en la cuenta, y es como si chocara contra un camión de mercancías a toda velocidad-. ¿O sí, Christian?
Me dedica su sonrisa enigmática.
– Vas a comprar la empresa -murmuro horrorizada.
En respuesta al pánico de mi voz aparece su sonrisa.
– No exactamente.
– La has comprado. SIP. Ya.
Me mira cauteloso y pestañea.
– Es posible.
– ¿La has comprado o no?
– La he comprado.
¿Qué demonios…?
– ¿Por qué? -grito, espantada.
Oh, sinceramente, esto ya es demasiado.
– Porque puedo, Anastasia. Necesito que estés a salvo.
– ¡Pero dijiste que no interferirías en mi carrera profesional!
– Y no lo haré.
Aparto mi mano de la suya.
– Christian…
Me faltan las palabras.
– ¿Estás enfadada conmigo?
– Sí. Claro que estoy enfadada contigo. -Estoy furiosa-. Quiero decir, ¿qué clase de ejecutivo responsable toma decisiones basadas en quien se esté tirando en ese momento?
Palidezco y vuelvo a mirar inquieta y de reojo a Taylor, que nos ignora estoicamente.
Maldición. ¡Vaya un momento para que se estropee el filtro de control cerebro-boca!
Christian abre la suya, luego vuelve a cerrarla y me mira con mala cara. Yo le devuelvo la mirada. Mientras ambos nos fulminamos con la vista, la atmósfera en el interior del coche se degrada de reunión cariñosa a gélida, con palabras implícitas y reproches en potencia.
Afortunadamente, nuestro incómodo trayecto en coche no dura mucho, y Taylor aparca por fin frente a mi apartamento.
Yo salgo a toda prisa del vehículo, sin esperar a que nadie me abra la puerta.
Oigo que Christian le dice a Taylor entre dientes:
– Creo que más vale que esperes aquí.
Noto que le tengo detrás, mientras rebusco en el bolso intentando encontrar las llaves de la puerta principal.
– Anastasia -dice con calma, como si yo fuera una especie de animal acorralado.
Suspiro y me giro para mirarle a la cara. Estoy tan enfadada con él que mi rabia es palpable… una criatura tenebrosa que amenaza con ahogarme.
– Primero, hace tiempo que no te follo… mucho tiempo, tal como yo lo siento; y segundo, quería entrar en el negocio editorial. De las cuatro empresas que hay Seattle, SIP es la más rentable, pero está pasando por un mal momento y va a estancarse… necesita diversificarse.
Yo le miro fija, gélidamente. Sus ojos son tan intensos, amenazadores incluso, pero endiabladamente sexys. Podría perderme en sus grises profundidades.
– Así que ahora eres mi jefe -replico.
– Técnicamente, soy el jefe del jefe de tu jefe.
– Y, técnicamente, esto es conducta inmoral grave: el hecho de que me esté tirando al jefe del jefe de mi jefe.
– En este momento, estás discutiendo con él -responde Christian irritado.
– Eso es porque es un auténtico gilipollas -mascullo.