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– Dime lo que quieres, Anastasia.

Le centellean los ojos. Separa los labios y respira entrecortadamente.

– Bésame desde aquí hasta aquí -susurro deslizando un dedo desde la base de la oreja hasta la garganta.

Él me aparta el pelo de esa línea de fuego y se inclina, dejando un rastro de besos suaves y cariñosos por el trazado de mi dedo, y luego de vuelta.

– Mis vaqueros y las bragas -murmuro, y él, pegado a mi cuello, sonríe antes de dejarse caer de rodillas ante mí.

Oh, me siento tan poderosa. Mete los pulgares en mis pantalones y me los quita con cuidado por las piernas junto con mis bragas. Yo doy un paso al lado para librarme de los zapatos y la ropa, de manera que me quedo solo con el sujetador. Él se para y alza la mirada expectante, pero no se levanta.

– ¿Ahora qué, Anastasia?

– Bésame -musito.

– ¿Dónde?

– Ya sabes dónde.

– ¿Dónde?

Ah, es implacable. Avergonzada, señalo rápidamente la cúspide de mis muslos y él sonríe de par en par. Cierro los ojos, mortificada pero al mismo tiempo increíblemente excitada.

– Oh, encantado -dice entre risas.

Me besa y despliega la lengua, su lengua experta en dar placer. Yo gimo y me agarro a su cabello. Él no para, me rodea el clítoris con la lengua y me vuelve loca, una vez y otra, una vuelta y otra. Ahhh… solo hace… ¿cuánto? Oh…

– Christian, por favor -suplico.

No quiero correrme de pie. No tengo fuerzas.

– ¿Por favor qué, Anastasia?

– Hazme el amor.

– Es lo que hago -susurra, exhalando suavemente en mi entrepierna.

– No. Te quiero dentro de mí.

– ¿Estás segura?

– Por favor.

No ceja en su exquisita y dulce tortura. Gimo en voz alta.

– Christian… por favor.

Se levanta y me mira de arriba abajo, y en sus labios brilla la prueba de mi excitación.

Es tan erótico

– ¿Y bien? -pregunta.

– ¿Y bien, qué? -digo sin aliento y mirándole con un ansia febril.

– Yo sigo vestido.

Le miro boquiabierta y confundida.

¿Desnudarle? Sí, eso puedo hacerlo. Me acerco a su camisa y él da un paso atrás.

– Ah, no -me riñe.

Por Dios, quiere decir los vaqueros.

Uf… y eso me da una idea. La diosa que llevo dentro me aclama a gritos y me pongo de rodillas ante él. Con dedos temblorosos y bastante torpeza, le desabrocho el cinturón y la bragueta, después tiro de sus vaqueros y sus calzoncillos hacia abajo, y lo libero. Uau.

Alzo la vista a través de las pestañas, y él me está mirando con… ¿qué? ¿Inquietud? ¿Asombro? ¿Sorpresa?

Da un paso a un lado para zafarse de los pantalones, se quita los calcetines, y yo lo tomo en mi mano, y aprieto y tiro hacia atrás como él me ha enseñado. Gime y se tensa, respirando con dificultad entre los dientes apretados. Con mucho tiento, me meto su miembro en mi boca y chupo… fuerte. Mmm, sabe tan bien…

– Ah. Ana… oh, despacio.

Me coge la cabeza tiernamente, y yo le empujo más al fondo de mi boca, y junto los labios, tan fuerte como puedo, me cubro los dientes y chupo fuerte.

– Joder -masculla.

Oh, es un sonido agradable, sugerente y sexy, así que vuelvo a hacerlo, hundo la boca hasta el fondo y hago girar la lengua alrededor de la punta. Mmm… me siento como Afrodita.

– Ana, ya basta. Para.

Vuelvo a hacerlo (suplica, Grey, suplica), y otra vez.

– Ana, ya has demostrado lo que querías -gruñe entre dientes-. No quiero correrme en tu boca.

Lo hago otra vez, y él se inclina, me agarra por los hombros, me pone en pie de golpe y me tira sobre la cama. Se quita la camisa por la cabeza, y luego, como un buen chico, se agacha para sacar un paquetito plateado del bolsillo de sus vaqueros tirados en el suelo. Está jadeando, como yo.

– Quítate el sujetador -ordena.

Me incorporo y hago lo que me dice.

– Túmbate. Quiero mirarte.

Me tumbo, y alzo la vista hacia él mientras saca el condón. Le deseo tanto. Me mira y se relame.

– Eres preciosa, Anastasia Steele.

Se inclina sobre la cama, y lentamente se arrastra sobre mí, besándome al hacerlo. Besa mis dos pechos y juguetea con mis pezones por turnos, mientras yo jadeo y me retuerzo debajo de él, pero no se detiene.

No… Para. Te deseo.

– Christian, por favor.

– ¿Por favor, qué? -murmura entre mis pechos.

– Te quiero dentro de mí.

– ¿Ah, sí?

– Por favor.

Sin dejar de mirarme, me separa las piernas con las suyas y se mueve hasta quedar suspendido sobre mí. Sin apartar sus ojos de los míos, se hunde en mi interior con un ritmo deliciosamente lento.

Cierro los ojos, deleitándome en la lentitud, en la sensación exquisita de su posesión, e instintivamente arqueo la pelvis para recibirle, para unirme a él, gimiendo en voz alta. Él se retira suavemente y vuelve a colmarme muy despacio. Mis dedos encuentran el camino hasta su pelo sedoso y rebelde, y él sigue moviéndose muy despacio, dentro y fuera una y otra vez.

– Más rápido, Christian, más rápido… por favor.

Baja la vista, me mira triunfante y me besa con dureza, y luego empieza a moverse de verdad -catigador, implacable… oh, Dios-, y sé que esto no durará mucho. Adopta un ritmo palpitante. Yo empiezo a acelerarme, mis piernas se tensan debajo de él.

– Vamos, nena -gime-. Dámelo.

Sus palabras son mi detonante, y estallo de forma escandalosa, arrolladora, en un millón de pedazos en torno a él, y él me sigue gritando mi nombre.

– ¡Ana! ¡Oh, joder, Ana!

Se derrumba encima de mí, hundiendo la cabeza en mi cuello.

4

Cuando recobro la cordura, abro los ojos y alzo la mirada a la cara del hombre que amo. Christian tiene una expresión suave, tierna. Frota su nariz contra la mía, se apoya en los codos y, tomando mis manos entre las suyas, las coloca junto a mi cabeza. Sospecho que, por desgracia, lo hace para que no le toque. Me besa los labios con dulzura mientras sale de mí.

– He echado de menos esto -dice en voz baja.

– Yo también -susurro.

Me coge por la barbilla y me besa con fuerza. Un beso apasionado y suplicante, ¿pidiendo qué? No lo sé, y eso me deja sin aliento.

– No vuelvas a dejarme -me implora, mirándome con seriedad a lo más profundo de mis ojos.

– Vale -murmuro, y le sonrío. Me responde con una sonrisa deslumbrante: de alivio, euforia y placer adolescente, combinados en una mirada encantadora que derretiría el más frío de los corazones-. Gracias por el iPad.

– No se merecen, Anastasia.

– ¿Cuál es tu canción favorita de todas las que hay?

– Eso sería darte demasiada información. -Sonríe satisfecho-. Venga, prepárame algo de comer, muchacha, estoy hambriento -añade, incorporándose de repente en la cama y arrastrándome con él.

– ¿Muchacha? -digo con una risita.

– Muchacha. Comida, ahora, por favor.

– Ya que lo pide con tanta amabilidad, señor… Me pondré ahora mismo.

Al levantarme rápidamente de la cama, la almohada se mueve y aparece debajo el globo deshinchado del helicóptero. Christian lo coge y me mira, desconcertado.

– Ese es mi globo -digo con afán posesivo mientras cojo mi bata y me envuelvo con ella.

Oh, Dios… ¿por qué ha tenido que encontrar eso?