– Gracias, Sawyer. -Christian tensa el brazo que me rodea el hombro-. El día de hoy no para de mejorar. -Suspira amargamente, con la boca pegada a mi cabello-. Escuchad, yo no soporto quedarme aquí esperando. Sawyer, ocúpate de la señorita Steele. No dejes que entre hasta que esté todo controlado. Estoy seguro de que Taylor exagera. Ella no puede haber entrado en el apartamento.
¿Qué?
– No, Christian… tienes que quedarte aquí conmigo -le ruego.
Christian me suelta.
– Haz lo que dicen, Anastasia. Espera aquí.
¡No!
– ¿Sawyer? -dice Christian.
Sawyer abre la puerta del vestíbulo para dejar que Christian entre en el apartamento, y después cierra la puerta y se coloca delante de ella, mirándome impasible.
Oh, no… ¡Christian! Imágenes terribles de todo tipo acuden a mi mente, pero lo único que puedo hacer es quedarme a esperar.
8
Sawyer vuelve a hablarle a su manga.
– Taylor, el señor Grey ha entrado en el apartamento.
Parpadea, coge el auricular y se lo saca del oído, probablemente porque acaba de recibir un contundente improperio por parte de Taylor.
Oh, no… si Taylor está preocupado…
– Por favor, déjeme entrar -le ruego.
– Lo siento, señorita Steele. No tardaremos mucho. -Sawyer levanta ambas manos en gesto exculpatorio-. Taylor y los chicos están entrando ahora mismo en el apartamento.
Ahhh… Me siento tan impotente. De pie y completamente inmóvil, escucho muy atenta, pendiente del menor sonido, pero lo único que oigo es mi propia respiración convulsa. Es fuerte y entrecortada, me pica el cuero cabelludo, tengo la boca seca y me siento mareada. Por favor, que no le pase nada a Christian, rezo en silencio.
No tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado, y seguimos sin oír nada. Probablemente eso sea buena señaclass="underline" no hay disparos. Me pongo a dar vueltas alrededor de la mesa del vestíbulo y a contemplar los cuadros de las paredes para intentar distraer mi mente.
La verdad es que nunca me había fijado: hay dieciséis, todas obras figurativas y de temática religiosa: la Madona y el Niño. Qué extraño…
Christian no es religioso… ¿o sí? Todas las pinturas del gran salón son abstractas; estas son muy distintas. No consiguen distraer mi mente durante mucho rato. ¿Dónde está Christian?
Observo a Sawyer, que me mira impasible.
– ¿Qué está pasando?
– No hay novedades, señorita Steele.
De repente, se mueve el pomo de la puerta. Sawyer se gira rápidamente y saca una pistola de la cartuchera del hombro.
Me quedo petrificada. Christian aparece en el umbral.
– Vía libre -dice.
Mira a Sawyer con el ceño fruncido, y este aparta la pistola y da un paso atrás para dejarme pasar.
– Taylor ha exagerado -gruñe Christian, y me tiende la mano.
Yo le miro con la boca abierta, incapaz de moverme, absorbiendo cada detalle: su cabello despeinado, la tensión que expresan sus ojos, la rigidez en la mandíbula, los dos botones desabrochados del cuello de la camisa. Parece que haya envejecido diez años. Sus ojos me observan con aire sombrío y preocupado.
– No pasa nada, nena. -Se me acerca, me rodea con sus brazos y me besa en el pelo-.Ven, estás cansada. Vamos a la cama.
– Estaba tan angustiada -murmuro con la cabeza apoyada en su torso, disfrutando de su abrazo e inhalando su dulce aroma.
– Lo sé. Todos estamos nerviosos.
Sawyer ha desaparecido, seguramente está dentro del apartamento.
– Sinceramente, señor Grey, sus ex están resultando ser muy problemáticas -musito con ironía.
Christian se relaja.
– Sí, es verdad.
Me suelta, me da la mano y me lleva por el pasillo hasta el gran salón.
– Taylor y su equipo están revisando todos los armarios y rincones. Yo no creo que esté aquí.
– ¿Por qué iba a estar aquí? No tiene sentido.
– Exacto.
– ¿Podría entrar?
– No veo cómo. Pero Taylor a veces es excesivamente prudente.
– ¿Has registrado tu cuarto de juegos? -susurro.
Inmediatamente Christian me mira y arquea una ceja.
– Sí, está cerrado con llave… pero Taylor y yo lo hemos revisado.
Lanzo un suspiro, profundo y purificador.
– ¿Quieres una copa o algo? -pregunta Christian.
– No. -Me siento exhausta-. Solo quiero irme a la cama.
La expresión de Christian se dulcifica.
– Ven. Deja que te lleve a la cama. Se te ve agotada.
Yo tuerzo el gesto. ¿Él no viene? ¿Quiere dormir solo?
Cuando me lleva a su dormitorio me siento aliviada. Dejo mi bolso de mano sobre la cómoda, lo abro para vaciar el contenido, y veo la nota de la señora Robinson.
– Mira. -Se la paso a Christian-. No sé si quieres leerla. Yo prefiero no hacer caso.
Christian le echa una breve ojeada y aprieta la mandíbula.
– No estoy seguro de qué espacios en blanco pretende llenar -dice con desdén-. Tengo que hablar con Taylor. -Baja la vista hacia mí-. Deja que te baje la cremallera del vestido.
– ¿Vas a llamar a la policía por lo del coche? -le pregunto mientras me doy la vuelta.
Él me aparta el pelo, desliza los dedos suavemente sobre mi espalda desnuda y me baja la cremallera.
– No, no quiero que la policía esté involucrada en esto. Leila necesita ayuda, no la intervención de la policía, y yo no les quiero por aquí. Simplemente hemos de redoblar nuestros esfuerzos para encontrarla.
Se inclina y me planta un beso cariñoso en el hombro.
– Acuéstate -ordena, y luego se va.
Me tumbo y miro al techo, esperando a que vuelva. Cuántas cosas han pasado hoy, hay tanto que procesar… ¿Por dónde empiezo?
Me despierto de golpe, desorientada. ¿Me he quedado dormida? Parpadeo al mirar hacia la tenue luz del pasillo que se filtra a través de la puerta entreabierta del dormitorio, y observo que Christian no está conmigo. ¿Dónde está? Levanto la vista. Plantada, a los pies de la cama, hay una sombra. ¿Una mujer, quizá? ¿Vestida de negro? Es difícil de decir.
Aturdida, alargo la mano y enciendo la luz de la mesita, y me doy rápidamente la vuelta para mirar, pero allí no hay nadie. Meneo la cabeza. ¿Lo he imaginado? ¿Soñado?
Me siento y miro alrededor de la habitación, dominada por una sensación de intranquilidad vaga e insistente… pero estoy sola.
Me froto los ojos. ¿Qué hora es? ¿Dónde está Christian? Miro el despertador: son las dos y cuarto de la madrugada.
Salgo aún aturdida de la cama y voy a buscarle, desconcertada por mi imaginación hiperactiva. Ahora veo cosas. Debe de ser la reacción a los espectaculares acontecimientos de la velada.
El salón está vacío, y solo hay encendida una de las tres lámparas pendulares sobre la barra del desayuno. Pero la puerta de su estudio está entreabierta y le oigo hablar por teléfono.
– No sé por qué me llamas a estas horas. No tengo nada qué decirte… Bueno, pues dímelo ahora. No tienes por qué dejar una nota.
Me quedo parada en la puerta, escuchando con cierto sentimiento de culpa. ¿Con quién habla?
– No, escúchame tú. Te lo pedí y ahora te lo advierto. Déjala tranquila. Ella no tiene nada que ver contigo. ¿Lo entiendes?
Suena beligerante y enfadado. No sé si llamar a la puerta.
– Ya lo sé. Pero lo digo en serio, Elena, joder. Déjala en paz. ¿Lo quieres por triplicado? ¿Me oyes?… Bien. Buenas noches.
Cuelga de golpe el teléfono del escritorio.
Oh, maldita sea. Llamo discretamente a la puerta.
– ¿Qué? -gruñe, y me dan ganas de correr a esconderme.
Se sienta a su escritorio con la cabeza entre las manos. Alza la vista con expresión feroz, pero al verme dulcifica el gesto enseguida. Tiene los ojos muy abiertos y cautelosos. De pronto se le ve tan cansado, que se me encoge el corazón.