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– Conseguirás intimidarme, Ana -murmura de pronto; a continuación, se aparta de mí y se pone de rodillas. Se baja los pantalones con destreza y me entrega un paquetito plateado-. Tú me deseas, nena, y está claro que yo te deseo a ti. Ya sabes qué hacer.

Con dedos ansiosos y diestros, rasgo el envoltorio y le coloco el preservativo. Él me sonríe con la boca abierta y los ojos enturbiados, llenos de promesa carnal. Se inclina sobre mí, me frota la nariz con la suya, y despacio, con los ojos cerrados, entra deliciosamente en mí.

Me aferro a sus brazos y levanto la barbilla, gozando de la exquisita sensación de que me posea. Me pasa los dientes por el mentón, se retira, y vuelve a deslizarse en mi interior… muy despacio, con mucha suavidad, mucha ternura, mientras con los codos y las manos a ambos lados de mi cara oprime mi cuerpo con el suyo.

– Tú haces que me olvide de todo. Eres la mejor terapia -jadea, y se mueve a un ritmo dolorosamente lento, saboreándome centímetro a centímetro.

– Por favor, Christian… más deprisa -murmuro, deseando más, ahora, ya.

– Oh, no, nena, necesito ir despacio.

Me besa suavemente, mordisquea con cuidado mi labio inferior y absorbe mis leves quejidos.

Yo hundo más las manos en su cabello y me rindo a su ritmo, mientras lenta y firmemente mi cuerpo asciende más y más alto hasta alcanzar la cima, y luego se precipita brusca y rápidamente mientras llego al clímax en torno a él.

– Oh, Ana…

Y con mi nombre en sus labios como una bendición, alcanza el orgasmo.

Tiene la cabeza apoyada en mi vientre y me rodea con sus brazos. Mis dedos juguetean con su cabello revuelto, y seguimos así, tumbados, durante no sé cuánto tiempo. Es muy tarde y estoy muy cansada, pero solo deseo disfrutar de la tranquila serenidad de haber hecho el amor con Christian, porque eso es lo que hemos hecho: hacer el amor, dulce y tierno.

Él también ha recorrido un largo camino, como yo, en muy poco tiempo. Tanto, que digerirlo resulta casi excesivo. Por culpa de ese espantoso pasado suyo, estoy perdiendo de vista ese recorrido, simple y sincero, que ha hecho conmigo.

– Nunca me cansaré de ti. No me dejes -murmura, y me besa en el vientre.

– No pienso irme a ninguna parte, y creo recordar que era yo la que quería besarte en el vientre -refunfuño medio dormida.

Él sonríe pegado a mi piel.

– Ahora nada te lo impide, nena.

– Estoy tan cansada que no creo que pueda moverme.

Christian suspira y se mueve de mala gana, se tumba a mi lado, apoya la cabeza sobre el codo y tira de la colcha para taparnos. Me mira con ojos centelleantes, cálidos, amorosos.

– Ahora duérmete, nena.

Me besa el pelo, me rodea con el brazo y me dejo llevar por el sueño.

Cuando abro los ojos, la luz que inunda la habitación me hace parpadear con fuerza. Siento la cabeza totalmente embotada por la falta de sueño. ¿Dónde estoy? Ah… el hotel…

– Hola -murmura Christian, sonriéndome con cariño.

Está tumbado a mi lado en la cama, completamente vestido. ¿Cuánto lleva ahí? ¿Me ha estado observando todo ese tiempo? De pronto, esa mirada insistente me provoca una timidez increíble y me arde la cara.

– Hola -murmuro, y doy gracias por estar tumbada boca abajo-. ¿Cuánto tiempo llevas ahí mirándome?

– Podría estar contemplándote durante horas, Anastasia. Pero solo llevo aquí unos cinco minutos. -Se inclina y me besa con dulzura-. La doctora Greene llegará enseguida.

– Oh.

Había olvidado esa inapropiada intromisión de Christian.

– ¿Has dormido bien? -pregunta dulcemente-. Roncabas tanto que parecía que así era, la verdad.

Oh, el Cincuenta juguetón y bromista.

– ¡Yo no ronco! -replico irritada.

– No. No roncas.

Me sonríe. Alrededor del cuello sigue visible una tenue línea de pintalabios rojo.

– ¿Te has duchado?

– No. Te estaba esperando.

– Ah… vale. ¿Qué hora es?

– Las diez y cuarto. Me dictaba el corazón que no debía despertarte más pronto.

– Me dijiste que no tenías corazón.

Sonríe con tristeza, pero no contesta.

– Han traído el desayuno. Para ti tortitas y beicon. Venga, levanta, que empiezo a sentirme solo.

Me da un palmetazo en el culo que me hace pegar un salto y levantarme de la cama.

Mmmuna demostración de afecto al estilo Christian.

Me desperezo, y me doy cuenta de que me duele todo… sin duda como resultado de tanto sexo, y de bailar y andar todo el día por ahí con unos carísimos zapatos de tacón alto. Salgo a rastras de la cama y voy hacia el suntuoso cuarto de baño totalmente equipado, mientras repaso mentalmente los acontecimientos del día anterior. Cuando salgo, me pongo uno de los extraordinariamente sedosos albornoces que están colgados en una barra dorada del baño.

Leila, la chica que se parece a mí: esa es la imagen más perturbadora que suscita todo tipo de conjeturas en mi cerebro, eso y su fantasmagórica presencia en el dormitorio de Christian. ¿Qué buscaba? ¿A mí? ¿A Christian? ¿Para hacer qué? ¿Y por qué diablos ha destrozado mi coche?

Christian dijo que me proporcionaría otro Audi, como el de todas sus sumisas. No me gusta esa idea. Pero, como fui tan generosa con el dinero que él me dio, ya no puedo hacer nada.

Entro en el salón principal de la suite: ni rastro de Christian. Finalmente le localizo en el comedor. Me siento a la mesa, agradeciendo el impresionante desayuno que tengo delante. Christian está leyendo los periódicos del domingo y bebiendo café. Ya ha terminado de desayunar. Me sonríe.

– Come. Hoy necesitas estar fuerte -bromea.

– ¿Y eso por qué? ¿Vas a encerrarme en el dormitorio?

La diosa que llevo dentro se despierta bruscamente, desaliñada y con pinta de acabar de practicar sexo.

– Por atractiva que resulte la idea, tenía pensado salir hoy. A tomar un poco el aire.

– ¿No es peligroso? -pregunto en tono ingenuo, intentando que mi voz no suene irónica, sin conseguirlo.

Christian cambia de cara y su boca se convierte en una fina línea.

– El sitio al que vamos, no. Y este asunto no es para tomárselo en broma -añade con severidad, entornando los ojos.

Me ruborizo y bajo la vista a mi desayuno. Después de todo lo que pasó ayer y de lo tarde que nos acostamos, no tengo ganas ahora de que me riñan. Me como el desayuno en silencio y de mal humor.

Mi subconsciente me mira y menea la cabeza. Cincuenta no bromea con mi seguridad; a estas alturas ya debería saberlo. Tengo ganas de mirarle con los ojos en blanco para hacerle ver que está exagerando pero me contengo.

De acuerdo, estoy cansada y molesta. Ayer tuve un día muy largo y he dormido poco. Y además, ¿por qué él tiene que estar fresco como una rosa? La vida es tan injusta…

Llaman a la puerta.

– Esa será la doctora -masculla Christian, y es evidente que sigue ofendido por mi irónico comentario.

Se levanta bruscamente de la mesa.

¿Es que no podemos tener una mañana normal y tranquila? Inspiro fuerte y, dejando el desayuno a medias, me levanto para recibir a la doctora Antibaby.

Estamos en el dormitorio, y la doctora Greene me mira con la boca abierta. Va vestida de modo más informal que la última vez, con un conjunto de cachemira rosa pálido, pantalones negros y la melena rubia suelta.