– Comeremos aquí. Espera, te abriré la puerta -dice de un modo que me indica que no es aconsejable moverse, y le veo rodear el coche.
¿Es que nunca se cansará de esto?
Caminamos de la mano hacia la zona del muelle, donde el puerto se extiende frente a nosotros.
– Cuántos barcos -comento, admirada.
Hay centenares, de todas las formas y tamaños, meciéndose sobre las tranquilas aguas del puerto deportivo. Fuera, en el estrecho de Puget, hay docenas de veleros oscilando al viento, gozando del buen tiempo. Es la viva imagen del disfrute al aire libre. Se ha levantado un poco de viento, así que me pongo la chaqueta sobre los hombros.
– ¿Tienes frío? -me pregunta, y me atrae hacia sí.
– No, simplemente disfrutaba de la vista.
– Yo me pasaría el día contemplándola. Ven por aquí.
Christian me lleva a un bar inmenso situado frente al mar y se dirige hacia la barra. La decoración es más del estilo de Nueva Inglaterra que de la costa Oeste: paredes blancas encaladas, mobiliario azul claro y parafernalia marina colgada por todas partes. Es un local luminoso y alegre.
– ¡Señor Grey! -El barman saluda afectuosamente a Christian-. ¿Qué puedo ofrecerle hoy?
– Dante, buenos días. -Christian asiente y los dos nos encaramamos a los taburetes de la barra-. La encantadora dama es Anastasia Steele.
– Bienvenida al local de SP -me dice Dante con una cálida sonrisa.
Es negro y guapísimo, y me examina con sus ojos oscuros y, por lo que parece, da su visto bueno. Lleva un gran diamante en la oreja que centellea cuando me mira. Me cae bien al instante.
– ¿Qué les apetece beber?
Miro a Christian, que me observa expectante. Oh, va a dejarme escoger.
– Por favor, llámame Ana, y tomaré lo mismo que Christian.
Sonrío con timidez a Dante. Cincuenta sabe mucho más de vinos que yo.
– Yo tomaré una cerveza. Este es el único bar de Seattle donde puedes encontrar Adnam Explorer.
– ¿Una cerveza?
– Sí -me dice risueño-. Dos Explorer, por favor, Dante.
Dante asiente y coloca las cervezas en la barra.
– Aquí también sirven una sopa de marisco deliciosa -comenta Christian.
Me lo está preguntando.
– Sopa de marisco y cerveza suena estupendo -le digo sonriente.
– ¿Dos sopas de marisco? -pregunta Dante.
– Por favor -le pide Christian con amabilidad.
Nos pasamos la comida charlando, como no habíamos hecho nunca. Christian está a gusto y tranquilo; tiene un aspecto juvenil, feliz y animado, pese a todo lo que pasó ayer. Me cuenta la historia de Grey Enterprises Holdings, Inc., y, cuanto más habla, más noto su pasión por reflotar empresas con problemas, su confianza en la tecnología que está desarrollando y sus sueños de convertir en productivos extensos territorios del tercer mundo. Le escucho embelesada. Es divertido, inteligente, filantrópico y hermoso, y me quiere.
Llegado el momento, me acribilla a preguntas sobre Ray y mi madre, sobre el hecho de crecer en los frondosos bosques de Montesano, y sobre mis breves estancias en Texas y Las Vegas. Se interesa por saber mis películas y mis libros preferidos, y me sorprende comprobar cuánto tenemos en común.
Mientras hablamos, se me ocurre pensar que ha pasado de ser el Alec de Thomas Hardy a ser Angel, de la corrupción y la degradación a los más altos ideales en un espacio de tiempo muy corto.
Terminamos de comer pasadas las dos. Christian paga la cuenta a Dante, que se despide de nosotros afectuosamente.
– Este sitio es estupendo. Gracias por la comida -le digo a Christian, que me da la mano al salir del bar.
– Volveremos -dice y caminamos por el muelle-. Quería enseñarte una cosa.
– Ya lo sé… y estoy impaciente por verla, sea lo que sea.
Paseamos de la mano por el puerto deportivo. Hace una tarde muy agradable. La gente está disfrutando del domingo, paseando a los perros, contemplando los barcos, vigilando a sus hijos que corren por el paseo.
A medida que avanzamos por el puerto, los barcos son cada vez más grandes. Christian me conduce a un muelle y se detiene delante de un enorme catamarán.
– Pensé que podríamos salir a navegar esta tarde. Este barco es mío.
Madre mía. Debe de medir como mínimo doce metros, quizá unos quince. Dos elegantes cascos blancos, una cubierta, una cabina espaciosa, y sobresaliendo por encima todo de ello un impresionante mástil. Yo no sé nada de barcos, pero me doy cuenta de que este es especial.
– Uau… -musito maravillada.
– Construido por mi empresa -dice con orgullo, y siento henchirse mi corazón-. Diseñado hasta el último detalle por los mejores arquitectos navales del mundo y construido aquí en Seattle, en mi astillero. Dispone de sistema de pilotaje eléctrico híbrido, orzas asimétricas, una vela cuadra en el mástil…
– Vale… ya me he perdido, Christian.
Sonríe de oreja a oreja.
– Es un barco magnífico.
– Parece realmente fabuloso, señor Grey.
– Lo es, señorita Steele.
– ¿Cómo se llama?
Me lleva a un costado para que pueda ver el nombre: Grace. Me quedo muy sorprendida.
– ¿Le pusiste el nombre de tu madre?
– Sí. -Inclina la cabeza a un lado, un tanto desconcertado-. ¿Por qué te extraña?
Me encojo de hombros. No deja de sorprenderme: él siempre actúa de un modo tan ambivalente en su presencia…
– Yo adoro a mi madre, Anastasia. ¿Por qué no le iba a poner su nombre a un barco?
Me ruborizo.
– No, no es eso… es que…
Maldita sea, ¿cómo podría expresarlo?
– Anastasia, Grace Trevelyan me salvó la vida. Se lo debo todo.
Yo le miro fijamente, y me dejo invadir por la veneración implícita en ese dulce reconocimiento. Y me resulta evidente, por primera vez, que él quiere a su madre. ¿Por qué entonces esa ambigüedad extraña y tensa hacia ella?
– ¿Quieres subir a bordo? -pregunta emocionado y con los ojos brillantes.
– Sí, por favor -contesto sonriente.
Parece encantado. Me da la mano, sube dando zancadas por la pequeña plancha y me lleva a bordo. Llegamos a cubierta, situada bajo un toldo rígido.
En un lado hay una mesa y una banqueta en forma de U forrada de piel de color azul claro, con espacio para ocho personas como mínimo. Echo un vistazo al interior de la cabina a través de las puertas correderas y doy un respingo, sobresaltada al ver que allí hay alguien. Un hombre alto y rubio abre las puertas y sale a cubierta: muy bronceado, con el pelo rizado y los ojos castaños, vestido con un polo rosa de manga corta descolorido, pantalones cortos y náuticas. Debe de tener unos treinta y cinco años, más o menos.
– Mac -saluda Christian con una sonrisa.
– ¡Señor Grey! Me alegro de volver a verle.
Se dan la mano.
– Anastasia, este es Liam McConnell. Liam, esta es mi novia, Anastasia Steele.
¡Novia! La diosa que llevo dentro realiza un ágil arabesco. Sigue sonriendo por lo del descapotable. Tengo que acostumbrarme a esto: no es la primera vez que lo dice, pero oírselo pronunciar sigue siendo emocionante.
– ¿Cómo está usted?
Liam y yo nos damos la mano.
– Llámeme Mac -me dice con amabilidad, y no consigo identificar su acento-. Bienvenida a bordo, señorita Steele.
– Ana, por favor -musito y enrojezco.
Tiene unos ojos castaños muy profundos.
– ¿Qué tal se está portando, Mac? -interviene Christian enseguida, y por un momento creo que está hablando de mí.