Pongo las manos en sus caderas, la mitad sobre su piel fría y la otra mitad sobre la cintura caída de sus vaqueros.
– Tú también -murmuro pegada a sus labios, mientras mis pulgares trazan lentos círculos sobre su piel y él sonríe.
– Allá voy.
Llevo las manos hasta la parte delantera de sus pantalones y bajo la cremallera. Mis intrépidos dedos atraviesan su vello púbico hasta su erección, y la cojo con firmeza.
Su garganta emite un ruido sordo, impregnándome con su suave aliento, y vuelve a besarme con ternura. Mientras muevo mi mano por su miembro, rodeándolo, acariciándolo, apretándolo, él me rodea con el brazo y apoya la palma de la mano derecha con los dedos separados en mitad de mi espalda. Con la mano izquierda en mi pelo, me retiene pegada a sus labios.
– Oh, te deseo tanto, nena -gime, y de repente se echa hacia atrás para quitarse pantalones y calzoncillos con un movimiento ágil y rápido.
Es una maravilla poder contemplar sin ropa cada milímetro de su cuerpo.
Es perfecto. Solo las cicatrices profanan su belleza, pienso con tristeza. Y son mucho más profundas que las de la simple piel.
– ¿Qué pasa, Ana? -murmura, y me acaricia tiernamente la mejilla con los nudillos.
– Nada. Ámame, ahora.
Me coge en sus brazos y me besa, entrelazando sus dedos en mis cabellos. Nuestras lenguas se enroscan, me lleva otra vez a la cama, me coloca encima con delicadeza y luego se tumba a mi lado.
Me recorre la línea de la mandíbula con la nariz mientras yo hundo las manos en su pelo.
– ¿Sabes hasta qué punto es exquisito tu aroma, Ana? Es irresistible.
Sus palabras logran, como siempre, inflamarme la sangre, acelerarme el pulso, y él desliza la nariz por mi garganta y a través de mis senos, mientras me besa con reverencia.
– Eres tan hermosa -murmura, y me atrapa un pezón con la boca y chupa despacio.
Gimo y mi cuerpo se arquea sobre la cama.
– Quiero oírte, nena.
Baja las manos a mi cintura, y yo me regodeo con el tacto de sus caricias, piel con piel… su ávida boca en mis pechos y sus largos y diestros dedos acariciándome, tocándome, amándome. Se mueven sobre mis muslos, sobre mi trasero, y bajan por mi pierna hasta la rodilla, sin dejar en ningún momento de besarme y chuparme los pechos.
Me coge por la rodilla, y de pronto me levanta la pierna y se la coloca alrededor de las caderas, provocándome un gemido, y no la veo, pero siento en la piel la sonrisa con que reacciona. Rueda sobre la cama, de manera que me quedo a horcajadas sobre él, y me entrega un envoltorio de aluminio.
Me echo hacia atrás y tomo su miembro en mis manos, y simplemente soy incapaz de resistirme ante su esplendor. Me inclino y lo beso, lo tomo en mi boca, enrollo la lengua a su alrededor y chupo con fuerza. Él jadea y flexiona las caderas para penetrar más a fondo en mi boca.
Mmm… sabe bien. Lo deseo dentro de mí. Vuelvo a incorporarme y le miro fijamente. Está sin aliento, tiene la boca abierta y me mira intensamente.
Abro rápidamente el envoltorio del preservativo y se lo coloco. Él me tiende las manos. Le cojo una y, con la otra, me pongo encima de él y, lentamente, le hago mío.
Él cierra los ojos y su garganta emite un gruñido sordo.
Sentirle en mí… expandiéndose… colmándome… -gimo suavemente-, es una sensación divina. Coloca sus manos sobre mis caderas y empieza a moverse arriba y abajo, penetrándome con ímpetu.
Ah… es delicioso.
– Oh, nena -susurra, y de repente se sienta y quedamos frente a frente, y la sensación es extraordinaria… de plenitud.
Gimo y me aferro a sus antebrazos, y él me sujeta la cabeza con las manos y me mira a los ojos… intensos y grises, ardientes de deseo.
– Oh, Ana. Cómo me haces sentir -murmura, y me besa con pasión y anhelo ciego.
Yo le devuelvo los besos, aturdida por la deliciosa sensación de tenerle hundido en mi interior.
– Oh, te quiero -musito.
Él emite un quejido, como si le doliera oír las palabras que susurro, y rueda sobre la cama, arrastrándome con él sin romper nuestro preciado contacto, de manera que quedo debajo de él, y le rodeo la cintura con las piernas.
Christian baja la mirada hacia mí con maravillada adoración, y estoy segura de reflejar su misma expresión cuando alargo la mano para acariciar su bellísimo rostro. Empieza a moverse muy despacio, y al hacerlo cierra los ojos y suspira levemente.
El suave balanceo del barco y la paz y el silencio del camarote, se ven únicamente interrumpidos por nuestras respiraciones entremezcladas, mientras él se mueve despacio dentro y fuera de mí, tan controlado y tan agradable… una sensación gloriosa. Pone su brazo sobre mi cabeza, con la mano en mi pelo, y con la otra me acaricia la cara mientras se inclina para besarme.
Estoy envuelta totalmente en él, mientras me ama, entrando y saliendo lentamente de mí, y me saborea. Yo le toco… dentro de los límites estrictos: los brazos, el cabello, la parte baja de la espalda, su hermoso trasero… Y cuando aumenta más y más el ritmo de sus envites, se me acelera la respiración. Me besa en la boca, en la barbilla, en la mandíbula, y después me mordisquea la oreja. Oigo su respiración entrecortada cada vez que me penetra con ímpetu.
Mi cuerpo empieza a temblar. Oh… esa sensación que ahora conozco tan bien… se acerca… Oh…
– Eso es, nena… Entrégate a mí… Por favor… Ana -murmura, y sus palabras son mi perdición.
– ¡Christian! -grito, y él gime cuando nos corremos juntos.
10
Mac no tardará en volver -dice en voz baja.
– Mmm…
Abro los ojos parpadeantes y me encuentro con su dulce mirada gris. Dios… los suyos tienen un color extraordinario; sobre todo aquí, en mar abierto: reflejan la luz que reverbera en el agua y en el interior de la cabina a través de los pequeños ojos de buey.
– Aunque me encantaría estar aquí tumbado contigo toda la tarde, Mac necesitará que le ayude con el bote. -Christian se inclina sobre mí y me besa dulcemente-. Estás tan hermosa ahora mismo, Ana, toda despeinada y tan sexy. Hace que te desee aún más.
Sonríe y se levanta de la cama. Yo me tumbo boca abajo y admiro las vistas.
– Tú tampoco estás mal, capitán.
Chasqueo los labios admirada y él sonríe satisfecho.
Le veo deambular con elegancia por el camarote mientras se viste. Ese maravilloso hombre acaba de hacerme el amor tiernamente otra vez. Apenas puedo creer la suerte que tengo. Apenas puedo creer que ese hombre sea mío. Se sienta a mi lado para ponerse los zapatos.
– Capitán, ¿eh? -dice con sequedad-. Bueno, soy el amo y señor de este barco.
Ladeo la cabeza.
– Tú eres el amo y señor de mi corazón, señor Grey. Y de mi cuerpo… y de mi alma.
Mueve la cabeza, incrédulo, y se inclina para besarme.
– Estaré en cubierta. Hay una ducha en el baño, si te apetece. ¿Necesitas algo? ¿Una copa? -pregunta solícito, y lo único que soy capaz de hacer es sonreírle.
¿Es este el mismo hombre? ¿Es el mismo Cincuenta?
– ¿Qué pasa? -dice como reacción a mi bobalicona sonrisa.
– Tú.
– ¿Qué pasa conmigo?
– ¿Quién eres tú y qué has hecho con Christian?
Tuerce la boca y sonríe con tristeza.
– No está muy lejos, nena -dice suavemente, y hay un deje melancólico en su voz que hace que inmediatamente lamente haberle hecho esa pregunta. Pero Christian sacude la cabeza para desechar la idea-. No tardarás en verle -dice sonriendo-, sobre todo si no te levantas.
Se acerca y me da un cachete fuerte en el culo, y yo chillo y me río al mismo tiempo.
– Ya me tenías preocupada.