Cierro los ojos y absorbo el dolor. No es demasiado terrible, y la respiración de Christian se intensifica. Me pega una y otra vez, y gimo. No estoy segura de cuántos azotes más podré soportar… pero el oírle, saber lo excitado que está, alimenta mi propio deseo y mi voluntad de seguir. Estoy pasando al lado oscuro, a un lugar de mi psique que no conozco bien, pero que ya he visitado antes, en el cuarto de juegos… con la experiencia Tallis. La regla vuelve a golpearme, y gimo en voz alta. Y Christian responde con un gruñido. Me pega otra vez… y otra… y una más… más fuerte esta vez… y hago un gesto de dolor.
– Para.
La palabra sale de mi boca antes de darme cuenta de que la he dicho. Christian deja la regla inmediatamente y me suelta.
– ¿Ya basta?
– Sí.
– Ahora quiero follarte -dice con voz tensa.
– Sí -murmuro, anhelante.
Él se desabrocha la cremallera, mientras yo gimo tumbada sobre la mesa, sabiendo que será brusco.
Me maravilla una vez más cómo he llevado -y sí, disfrutado- lo que ha hecho hasta este momento. Es muy turbio, pero es muy él.
Desliza dos dedos dentro de mí y los mueve en círculos. La sensación es exquisita. Cierro los ojos, deleitándome con la sensación. Oigo cómo rasga el envoltorio, y ya está detrás de mí, entre mis piernas, separándolas más.
Se hunde en mi interior lentamente. Sujeta con firmeza mis caderas, vuelve a salir de mí, y esta vez me penetra con fuerza haciéndome gritar. Se queda quieto un momento.
– ¿Otra vez? -dice en voz baja.
– Sí… estoy bien. Déjate llevar… llévame contigo -murmuro sin aliento.
Con un quejido ronco, sale de nuevo y entra de golpe en mí, y lo repite una y otra vez lentamente, con un ritmo deliberado de castigo, brutal, celestial.
Oh… Mis entrañas empiezan a acelerarse. Él lo nota también, e incrementa el ritmo, empuja más, más deprisa, con mayor dureza… y sucumbo, y exploto en torno a él en un orgasmo devastador que me arrebata el alma y me deja exhausta y derrotada.
Apenas soy consciente de que Christian también se deja ir, gritando mi nombre, con los dedos clavados en mis caderas, y luego se queda quieto y se derrumba sobre mí. Nos deslizamos hasta el suelo, y me acuna en sus brazos.
– Gracias, cariño -musita, cubriendo mi cara ladeada de besos dulces y livianos.
Abro los ojos y los levanto hacia él, y me abraza con más fuerza.
– Tienes una rozadura en la mejilla por culpa del tapete -susurra, y me acaricia la cara con ternura-. ¿Qué te ha parecido?
Sus ojos están muy abiertos, cautelosos.
– Intenso, delicioso. Me gusta brutal, Christian, y también me gusta tierno. Me gusta que sea contigo.
Él cierra los ojos y me abraza aún más fuerte.
Madre mía. Estoy exhausta.
– Tú nunca fallas, Ana. Eres preciosa, inteligente, audaz, divertida, sexy, y agradezco todos los días a la divina providencia que fueras tú quien vino a entrevistarme y no Katherine Kavanagh. -Me besa el pelo. Yo sonrío y bostezo pegada a su pecho-. Pero ahora estás muy cansada -continúa-. Vamos. Un baño y a la cama.
Estamos en la bañera de Christian, uno frente al otro, cubiertos de espuma hasta la barbilla, envueltos en el dulce aroma del jazmín. Christian me masajea los pies, por turnos. Es tan agradable que debería ser ilegal.
– ¿Puedo preguntarte una cosa?
– Claro. Lo que sea, Ana, ya lo sabes.
Suspiro profundamente y me incorporo sentada con un leve estremecimiento.
– Mañana, cuando vaya a trabajar, ¿puede Sawyer limitarse a dejarme en la puerta de la oficina y pasar a recogerme al final del día? Por favor, Christian, por favor -le pido.
Sus manos se detienen y frunce el ceño.
– Creía que estábamos de acuerdo en eso -se queja.
– Por favor -suplico.
– ¿Y a la hora de comer qué?
– Ya me prepararé algo aquí y así no tendré que salir, por favor.
Me besa el empeine.
– Me cuesta mucho decirte que no -murmura, como si creyera que es una debilidad por su parte-. ¿De verdad que no saldrás?
– No.
– De acuerdo.
Yo le sonrío, radiante.
– Gracias.
Me apoyo sobre las rodillas, haciendo que el agua se derrame por todas partes, y le beso.
– De nada, señorita Steele. ¿Cómo está tu trasero?
– Dolorido, pero no mucho. El agua me calma.
– Me alegro de que me dijeras que parara -dice, y me mira fijamente.
– Mi trasero también.
Sonríe.
Me tiendo en la cama, muy cansada. Solo son las diez y media, pero me siento como si fueran las tres de la madrugada. Este ha sido uno de los fines de semana más agotadores de mi vida.
– ¿La señorita Acton no incluyó ningún camisón? -pregunta Christian con un deje reprobatorio cuando me mira.
– No tengo ni idea. Me gusta llevar tus camisetas -balbuceo, medio dormida.
Relaja el gesto, se inclina y me besa la frente.
– Tengo trabajo. Pero no quiero dejarte sola. ¿Puedo usar tu portátil para conectarme con el despacho? ¿Te molestaré si me quedo a trabajar aquí?
– No es mi portátil.
Y me duermo.
Suena la alarma, despertándome de golpe con la información del tráfico. Christian sigue durmiendo a mi lado. Me froto los ojos y echo un vistazo al reloj. Las seis y media… demasiado temprano.
Fuera llueve por primera vez desde hace siglos, y hay una luz amarillenta y tenue. Me siento muy a gusto y cómoda en este inmenso monolito moderno, con Christian a mi lado. Me desperezo y me giro hacia el delicioso hombre que está junto a mí. Él abre los ojos de golpe y parpadea, medio dormido.
– Buenos días.
Sonrío, le acaricio la cara y me inclino para besarle.
– Buenos días, nena. Normalmente me despierto antes de que suene el despertador -murmura, asombrado.
– Está puesto muy temprano.
– Así es, señorita Steele. -Christian sonríe de oreja a oreja-. Tengo que levantarme.
Me besa y sale de la cama. Yo vuelvo a dejarme caer sobre las almohadas. Vaya, despertarme un día laborable al lado de Christian Grey. ¿Cómo ha ocurrido esto? Cierro los ojos y me quedo adormilada.
– Venga, dormilona, levanta.
Christian se inclina sobre mí. Está afeitado, limpio, fresco… mmm, qué bien huele. Lleva una camisa blanca impoluta y traje negro, sin corbata: el señor presidente ha vuelto. Dios bendito, qué guapo está así también.
– ¿Qué pasa? -pregunta.
– Ojalá volvieras a la cama.
Separa los labios, sorprendido por mi insinuación, y sonríe casi con timidez.
– Es usted insaciable, señorita Steele. Por seductora que resulte la idea, tengo una reunión a las ocho y media, así que tengo que irme enseguida.
Oh, me he quedado dormida, una hora más o menos. Maldita sea. Salto de la cama, ante la expresión divertida de Christian.
Me ducho y me visto a toda prisa, y me pongo la ropa que preparé anoche: una falda gris perla muy favorecedora, una blusa de seda gris claro y zapatos negros de tacón alto, todo ello parte de mi nuevo guardarropa. Me cepillo el pelo y me lo recojo con cuidado, y luego salgo de la enorme habitación, sin saber realmente qué me espera. ¿Cómo voy a ir al trabajo?
Christian está tomando café en la barra del desayuno. La señora Jones está en la cocina haciendo tortitas y friendo beicon.
– Estás muy guapa -murmura Christian.
Me pasa un brazo alrededor y me besa bajo la oreja. Por el rabillo del ojo, observo que la señora Jones sonríe. Me ruborizo.
– Buenos días, señorita Steele -dice ella, y me pone las tortitas y el beicon delante.