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El Audi está aparcado en la acera, y Taylor se apresura a bajar para abrirme la puerta de atrás. Nunca me he alegrado tanto de verle, y entro a toda prisa en el coche para guarecerme.

Christian está en el asiento de atrás, y clava en mí sus ojos, muy abiertos y prudentes. Con la mandíbula tensa y prieta, preparado para mi rabia.

– Hola -musito.

– Hola -contesta con cautela.

Se me acerca, me coge la mano y la aprieta fuerte, y se me derrite un poco el corazón. Estoy muy confusa. Ni siquiera he decidido qué tengo que decirle.

– ¿Sigues enfadada?

– No lo sé -murmuro.

Él levanta mi mano y me acaricia los nudillos con besos livianos y delicados.

– Ha sido un día espantoso -dice.

– Sí, es verdad.

Pero, por primera vez desde que se fue a trabajar esta mañana, empiezo a relajarme. Solo estar con él es como un bálsamo relajante, y todos esos líos con Jack, y el intercambio de e-mails beligerantes, y el incordio añadido que supone Elena, se desvanecen. Solo estamos yo y mi controlador obsesivo, en la parte de atrás del coche.

– Ahora que estás aquí ha mejorado -dice en voz baja.

Seguimos sentados en silencio mientras Taylor avanza entre el tráfico vespertino, ambos meditabundos y contemplativos; pero noto que Christian también se va relajando lentamente, mientras pasa el pulgar suavemente sobre mis nudillos con un ritmo tenue y calmo.

Taylor nos deja en la puerta del edificio del apartamento, y ambos nos refugiamos rápidamente en el interior. Christian me coge la mano mientras esperamos el ascensor, y sus ojos controlan la entrada del edificio.

– Deduzco que todavía no habéis encontrado a Leila.

– No. Welch sigue buscándola -reconoce, consternado.

Llega el ascensor y entramos. Christian baja la vista hacia mí con sus ojos grises inescrutables. Oh, está sencillamente guapísimo, con el pelo alborotado, la camisa blanca, el traje oscuro. Y de repente ahí está, surgida de la nada, esa sensación. Oh, Dios… el anhelo, el deseo, la electricidad. Si fuera visible, sería una intensa aura azul a nuestro alrededor y extendiéndose entre los dos; es algo muy fuerte. Él me mira y separa los labios.

– ¿Tú lo sientes? -musita.

– Sí.

– Oh, Ana.

Con un leve gruñido, me agarra y sus brazos se deslizan a mi alrededor, y poniendo una mano en mi nuca inclina mi cabeza hacia atrás, mientras sus labios buscan los míos. Hundo los dedos en su cabello y le acaricio la mejilla, mientras él me empuja contra la pared del ascensor.

– Odio discutir contigo -jadea pegado a mi boca, y su beso tiene una cualidad de pasión y desespero que es un reflejo de lo que yo siento.

El deseo estalla en mi cuerpo, toda la tensión del día buscando una salida, presionando contra él, exigiendo más. Somos solo lenguas y aliento y manos y caricias, y una sensación dulce, muy dulce. Pone la mano en mi cadera y me levanta la falda, bruscamente. Sus dedos me acarician los muslos.

– Santo Dios, llevas medias -masculla con asombro reverente, mientras con el pulgar me acaricia la piel por encima de la línea de la media-. Quiero ver esto -suspira, y me levanta completamente la falda, descubriendo la parte superior de mis muslos.

Da un paso atrás y aprieta el botón de parada, y el ascensor se detiene poco a poco entre los pisos veintidós y veintitrés. Tiene los ojos turbios, los labios entreabiertos y respira con dificultad, como yo. Nos miramos fijamente, sin tocarnos. Yo agradezco el sostén de la pared que tengo detrás, mientras me deleito en el atractivo sensual y carnal de este hermoso hombre.

– Suéltate el pelo -ordena con voz ronca. Yo levanto la mano y libero mi melena, que cae como una nube densa alrededor de los hombros hasta mis senos-. Desabróchate los dos botones de arriba de la blusa -murmura, con los ojos muy abiertos.

Me hace sentir tan lasciva… Alargo una mano ansiosa y desabrocho los dos botones, y la parte superior de mis pechos queda seductoramente a la vista.

Él traga saliva.

– ¿Tienes idea de lo atractiva que estás ahora mismo?

Yo me muerdo el labio con toda la intención. Él cierra un segundo los ojos, y luego vuelve a abrirlos, ardientes. Avanza y apoya las manos en las paredes del ascensor, a ambos lados de mi cara. Está todo lo cerca que puede, sin tocarme.

Levanto el rostro para mirarle a los ojos, y él se inclina y me acaricia la nariz con la suya: ese es el único contacto entre los dos. Estoy tan excitada, encerrada en este ascensor con él. Le deseo… ahora.

– Yo creo que sí, señorita Steele. Yo creo que le gusta volverme loco.

– ¿Yo te vuelvo loco? -susurro.

– En todos los sentidos, Anastasia. Eres una sirena, una diosa.

Y se acerca, me coge una pierna por encima de la rodilla y se la coloca alrededor de la cintura, de modo que ahora estoy de pie sobre una pierna y apoyada contra él. Le siento pegado a mí, le noto duro y anhelante sobre el vértice de mis muslos, mientras desliza los labios por mi garganta. Gimo y le rodeo el cuello con los brazos.

– Voy a tomarte ahora -masculla, y, en respuesta, arqueo la espalda y me pego a él, anhelando el contacto.

Del fondo de su garganta surge un quejido ronco y quedo, y cuando se desabrocha la cremallera me excito aún más.

– Abrázame fuerte, nena -murmura, y como por arte de magia saca un envoltorio plateado que sostiene frente a mi boca.

Yo lo cojo con los dientes, él tira, y lo rasgamos entre los dos.

– Buena chica. -Se aparta ligeramente para ponerse el condón-. Dios, estos próximos seis días se me van a hacer eternos -dice con un gruñido, y me mira con los ojos entreabiertos-. Espero que no les tengas demasiado cariño a estas medias.

Las rasga con dedos expertos y se desintegran entre sus manos. La sangre bombea frenética por mis venas y jadeo de deseo.

Sus palabras son embriagadoras, y olvido la angustia que he pasado durante el día. Y solo somos él y yo, haciendo lo que mejor hacemos. Sin apartar sus ojos de mí, Christian se hunde despacio en mi interior. Mi cuerpo cede y echo la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, gozando de sentirle dentro. Él se retira y entra de nuevo, muy lento, muy suave. Gimo.

– Eres mía, Anastasia -susurra pegado a mi cuello.

– Sí. Tuya. ¿Cuándo te convencerás? -jadeo.

Él gruñe y empieza a moverse, a moverse de verdad. Y yo sucumbo a su ritmo incesante, saboreo cada embestida, hacia delante y hacia atrás, su respiración entrecortada, su necesidad de mí reflejando la mía de él.

Esto hace que me sienta poderosa, fuerte, deseada, amada… amada por este hombre fascinante, complicado, a quien yo también amo con todo mi corazón. Él empuja más y más fuerte, sin aliento, y se pierde en mí mientras yo me pierdo en él.

– Oh, nena -gime Christian, rozándome el mentón con los dientes, y alcanzo un intenso orgasmo. Él se para, me sujeta fuerte, y también llega al clímax mientras susurra mi nombre.

Ahora que Christian, exhausto y tranquilo, ha recuperado el aliento, me besa con ternura. Me mantiene de pie contra la pared del ascensor, tenemos las frentes pegadas, y siento mi cuerpo como de gelatina, débil, pero gratificado y saciado por el orgasmo.

– Oh, Ana -susurra-. Te necesito tanto.

Me besa la frente.

– Y yo a ti, Christian.

Me suelta, me alisa la falda y me abrocha los dos botones del escote de la blusa. Luego marca una combinación numérica en el panel y vuelve a poner en marcha el ascensor, que arranca bruscamente y me lanza a sus brazos.