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En la cara de ella aparece lentamente un gesto de inmensa satisfacción. Todo resulta muy desconcertante.

– Claro. Hola, Anastasia. No sabía que estabas aquí. Sé que no quieres hablar conmigo, y lo entiendo.

– ¿Ah, sí? -respondo en voz baja, y la miro a la cara de un modo que nos sorprende a ambas.

Ella frunce levemente el ceño y avanza un paso más para entrar en la habitación.

– Sí, he captado el mensaje. No he venido a verte a ti. Como he dicho, Christian no suele tener compañía entre semana. -Hace una pausa-. Tengo un problema y necesito hablarlo con Christian.

– ¿Ah? -Christian se yergue-. ¿Quieres beber algo?

– Sí, por favor.

Christian le sirve una copa de vino, mientras Elena y yo seguimos observándonos mutuamente con cierta incomodidad. Ella juguetea con un gran anillo de plata que lleva en el dedo corazón, y yo no sé dónde mirar. Finalmente me dedica una sonrisita crispada, se acerca a la cocina y se sienta en el taburete del extremo de la isla. Es obvio que conoce bien el sitio y que se mueve por él con naturalidad.

¿Me quedo? ¿Me marcho? Oh, qué difícil es esto. Mi subconsciente mira ceñuda a Elena con su expresión más abiertamente hostil.

Hay tantas cosas que quiero decirle a esa mujer, y ninguna es agradable. Pero es amiga de Christian -su única amiga-, y por mucho odio que sienta por ella, soy educada por naturaleza. Decido quedarme y me siento, con toda la elegancia de la que soy capaz, en el taburete que ocupaba Christian. Él nos sirve vino en las copas y se sienta entre ambas en la barra del desayuno. ¿Se da cuenta de lo raro que es todo esto?

– ¿Qué pasa? -le pregunta a Elena.

Ella me mira nerviosa, y Christian me coge la mano.

– Anastasia está ahora conmigo -dice ante su pregunta implícita, y me aprieta la mano.

Yo me sonrojo y mi subconsciente, olvidada ya la cara de arpía, sonríe radiante.

Elena suaviza el gesto como si se alegrara por él. Como si realmente se alegrara por él. Oh, no entiendo en absoluto a esta mujer, y su presencia me incomoda y me pone nerviosa.

Ella inspira profundamente, se remueve inquieta y se sienta en el borde del taburete. Se mira las manos con nerviosismo, y empieza a dar vueltas sin parar al anillo de plata de su dedo corazón.

¿Cuál es su problema? ¿Que yo esté presente? ¿Provoco ese efecto en ella? Porque yo siento lo mismo: no la quiero aquí. Ella levanta la cabeza y mira a Christian directamente a los ojos.

– Me están haciendo chantaje.

Por Dios. No es eso lo que esperaba que dijera. Christian se pone tenso. ¿Alguien ha descubierto su afición por los jóvenes menores de edad maltratados y vapuleados por la vida? Reprimo mi repulsión, y por un momento acude a mi mente esa frase sobre el burlador burlado. Mi subconsciente se frota las manos con mal disimulado placer. Bien.

– ¿Cómo? -pregunta Christian, y su voz refleja claramente el espanto.

Ella coge su enorme bolso de piel, un diseño exclusivo, saca una nota y se la entrega.

– Ponla aquí y ábrela.

Christian señala la barra con el mentón.

– ¿No quieres tocarla?

– No. Huellas dactilares.

– Christian, tú sabes que no puedo ir a la policía con esto.

¿Por qué estoy escuchando esto? ¿Es que ella está tirándose a otro pobre chico?

Deja la nota delante de él, que se inclina para leerla.

– Solo piden cinco mil dólares -dice como si no le diera importancia-. ¿Tienes idea de quién puede ser? ¿Alguien de la comunidad?

– No -contesta ella con su voz dulce y melosa.

– ¿Linc?

¿Linc? ¿Quién es ese?

– ¿Qué? ¿Después de tanto tiempo? No creo -masculla ella.

– ¿Lo sabe Isaac?

– No se lo he dicho.

¿Quién es Isaac?

– Creo que él debería saberlo -dice Christian.

Ella niega con la cabeza, y ahora me siento fuera de lugar. No quiero saber nada de esto. Intento soltar mi mano de la de Christian, pero él me retiene con fuerza y se vuelve a mirarme.

– ¿Qué pasa? -pregunta.

– Estoy cansada. Creo que me voy a la cama.

Sus ojos escrutan los míos… ¿buscando acaso qué? ¿Censura? ¿Aprobación? ¿Hostilidad? Yo intento mantenerme impertérrita.

– De acuerdo -dice-. Yo no tardaré.

Me suelta y me pongo de pie. Elena me mira con cautela. Yo sigo impasible y le devuelvo la mirada sin expresar nada.

– Buenas noches, Anastasia -me dice con una leve sonrisa.

– Buenas noches -musito con frialdad.

Me doy la vuelta para marcharme. La tensión me resulta insoportable. En cuanto salgo de la estancia ellos reanudan la conversación.

– No creo que yo pueda hacer gran cosa, Elena -le dice Christian-. Si es una cuestión de dinero… -Se interrumpe-. Puedo pedirle a Welch que investigue.

– No, Christian, solo quería que lo supieras -dice ella.

Desde fuera del salón la oigo comentar:

– Se te ve muy feliz.

– Lo soy -contesta Christian.

– Mereces serlo.

– Ojalá eso fuera verdad.

– Christian… -replica en tono reprobador.

Yo me quedo paralizada, y escucho atentamente sin poder evitarlo.

– ¿Sabe ella lo negativo que eres contigo mismo? ¿En todos los aspectos?

– Ella me conoce mejor que nadie.

– ¡Vaya! Eso me ha dolido.

– Es la verdad, Elena. Con ella no necesito jueguecitos. Y lo digo en serio, déjala en paz.

– ¿Cuál es su problema?

– Tú… lo que fuimos. Lo que hicimos. Ella no lo entiende.

– Haz que lo entienda.

– Eso es el pasado, Elena, ¿y por qué voy a querer contaminarla con nuestra jodida relación? Ella es buena y dulce e inocente, y, milagrosamente, me quiere.

– Eso no es un milagro, Christian -le replica ella con afecto-. Confía un poco en ti mismo. Eres una auténtica joya. Ya te lo he dicho muchas veces. Y ella parece encantadora también. Fuerte. Alguien que te hará frente.

No oigo la respuesta de Christian. Así que soy fuerte… ¿en serio? La verdad es que no me siento así.

– ¿Lo echas de menos? -continúa Elena.

– ¿El qué?

– Tu cuarto de juegos.

Se me corta la respiración.

– La verdad es que eso no es asunto tuyo, maldita sea -le espeta Christian.

Oh.

– Perdona -replica Elena sin sentirlo realmente.

– Creo que deberías irte. Y, por favor, otra vez llama antes de venir.

– Lo siento, Christian -dice, y a juzgar por el tono, esta vez es de verdad-. ¿Desde cuándo eres tan sensible? -vuelve a reprenderle.

– Elena, nosotros tenemos una relación de negocios que ha sido enormemente provechosa para ambos. Dejémoslo así. Lo que hubo entre los dos forma parte del pasado. Anastasia es mi futuro, y no quiero ponerlo en peligro de ningún modo, así que ahórrate toda esa mierda.

¡Su futuro!

– Ya veo.

– Mira, siento que tengas problemas. Quizá deberías enfrentarte directamente y plantarles cara.

Ahora su tono es más suave.

– No quiero perderte, Christian.

– Para eso debería ser tuyo, Elena -le espeta de nuevo.

– No quería decir eso.

– ¿Qué querías decir?

Está enfadado, su tono es brusco.

– Oye, no quiero discutir contigo. Tu amistad es muy importante para mí. Me alejaré de Anastasia. Pero si me necesitas, aquí estaré. Siempre.

– Anastasia cree que estuvimos juntos el sábado pasado. En realidad tú me llamaste por teléfono y nada más. ¿Por qué le dijiste lo contrario?

– Quería que supiera cuánto te afectó que se marchara. No quiero que te haga daño.

– Ella ya lo sabe. Se lo he dicho. Deja de entrometerte. Francamente, te estás comportando como una madraza muy pesada.