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Christian parece más resignado y Elena se ríe, pero su risa tiene un deje triste.

– Lo sé. Lo siento. Ya sabes que me preocupo por ti. Nunca pensé que acabarías enamorándote, Christian, y verlo es muy gratificante. Pero no podría soportar que ella te hiciera daño.

– Correré el riesgo -dice con sequedad-. ¿Seguro que no quieres que Welch investigue un poco?

Elena lanza un gran suspiro.

– Supongo que eso no perjudicaría a nadie.

– De acuerdo. Le llamaré mañana por la mañana.

Les oigo hablar un poco más del tema. Como viejos amigos, como dice Christian. Solo amigos. Y ella se preocupa por él… quizá demasiado. Bueno, como haría cualquiera que le conociera bien.

– Gracias, Christian. Y lo siento. No pretendía entrometerme. Me voy. La próxima vez llamaré.

– Bien.

¡Se marcha! ¡Oh, maldita sea! Recorro a toda prisa el pasillo hasta el dormitorio de Christian y me siento en la cama. Christian entra poco después.

– Se ha ido -dice cauteloso, pendiente de mi reacción.

Yo levanto la vista, le miro e intento formular mi pregunta.

– ¿Me lo contarás todo sobre ella? Intento entender por qué crees que te ayudó. -Me callo y pienso a fondo mi siguiente frase-. Yo la odio, Christian. Creo que te hizo un daño indecible. Tú no tienes amigos. ¿Fue ella quien los alejó de ti?

Él suspira y se pasa la mano por el pelo.

– ¿Por qué coño quieres saber cosas de ella? Tuvimos una historia hace mucho tiempo, ella solía darme unas palizas de muerte y yo me la tiraba de formas que tú ni siquiera imaginas, fin de la historia.

Me pongo pálida. Oh, no, está enfadado… conmigo.

– ¿Por qué estás tan enfadado?

– ¡Porque toda esa mierda se acabó! -grita, ceñudo.

Suspira exasperado y menea la cabeza.

Estoy blanca como la cera. Dios. Me miro las manos unidas en mi regazo. Yo solo pretendo entenderlo.

Se sienta a mi lado.

– ¿Qué quieres saber? -pregunta con aire cansado.

– No tienes que contármelo. No quiero entrometerme.

– No es eso, Anastasia. No me gusta hablar de todo aquello. He vivido en una burbuja durante años, sin que nada me afectara y sin tener que justificarme ante nadie. Ella siempre ha sido mi confidente. Y ahora mi pasado y mi futuro colisionan de una forma que nunca creí posible.

Le miro, y él me está observando con los ojos muy abiertos.

– Nunca imaginé mi futuro con nadie, Anastasia. Tú me das esperanza y haces que me plantee todo tipo de posibilidades -se queda pensando.

– Os he estado escuchando -susurro, y vuelvo a mirarme las manos.

– ¿Qué? ¿Nuestra conversación?

– Sí.

– ¿Y? -dice en tono resignado.

– Ella se preocupa por ti.

– Sí, es verdad. Y yo por ella, a mi manera, pero eso no se puede ni comparar siquiera a lo que siento por ti. Si es que se trata de eso…

– No estoy celosa. -Me duele que piense eso… ¿o sí lo estoy? Maldita sea. Quizá sea eso-. Tú no la quieres -murmuro.

Él vuelve a suspirar. Se le nota de nuevo enfadado.

– Hace mucho tiempo creí que la quería -dice con los dientes apretados.

Oh.

– Cuando estábamos en Georgia… dijiste que no la querías.

– Es verdad.

Frunzo el ceño.

– Entonces te amaba a ti, Anastasia -susurra-. He volado cinco mil kilómetros solo para verte. Eres la única persona por la que he hecho algo así.

Oh, Dios… No lo entiendo, en aquel momento él todavía me quería como sumisa. Frunzo más el ceño.

– Mis sentimientos por ti son muy diferentes de los que sentí nunca por Elena -dice a modo de explicación.

– ¿Cuándo lo supiste?

Se encoge de hombros.

– Es irónico, pero fue Elena quien me lo hizo notar. Ella me animó a ir a Georgia.

¡Lo sabía! Lo supe en Savannah. Le miro, impasible.

¿Y ahora qué? Quizá ella está realmente de mi parte y solo le preocupa que yo pueda hacerle daño a Christian. Pensar en eso me duele. Yo nunca desearía hacerle daño. Ella tiene razón: ya le han herido bastante.

Puede que no sea tan mala, después de todo. Niego con la cabeza. No quiero aceptar su relación con Christian. La desapruebo. Sí, eso es. Es un personaje despreciable que se aprovechó de un adolescente vulnerable y le arrebató esa etapa de su vida, diga lo que diga él.

– ¿Así que la deseabas? Cuando eras más joven.

– Sí.

Ah.

– Me enseñó muchísimas cosas. Me enseñó a creer en mí mismo.

Ah.

– Pero ella también te daba unas palizas terribles.

Él sonríe con cariño.

– Sí, es verdad.

– ¿Y a ti te gustaba?

– En aquella época, sí.

– ¿Tanto que querías hacérselo a otras?

Abre los ojos de par en par y se pone serio.

– Sí.

– ¿Ella te ayudó con eso?

– Sí.

– ¿Fue también tu sumisa?

– Sí.

Por Dios…

– ¿Y esperas que me caiga bien? -digo con voz amarga y quebradiza.

– No. Aunque eso me facilitaría muchísimo la vida -dice con cautela-. Comprendo tu reticencia.

– ¡Reticencia! Dios, Christian… si se hubiera tratado de tu hijo, ¿qué sentirías?

Se me queda mirando, como si no comprendiera del todo la pregunta. Tuerce el gesto.

– Nadie me obligó a estar con ella. Lo elegí yo, Anastasia -murmura.

Así no voy a llegar a ninguna parte.

– ¿Quién es Linc?

– Su ex marido.

– ¿Lincoln el maderero?

– El mismo -dice sonriendo.

– ¿E Isaac?

– Su actual sumiso.

Oh, no.

– Tiene veintimuchos años, Anastasia. Ya sabes, es un adulto que sabe lo que hace -añade enseguida, al interpretar correctamente mi expresión de repugnancia.

– Tu edad -musito.

– Mira, Anastasia, como le he dicho a Elena, ella forma parte de mi pasado. Tú eres mi futuro. No permitas que se entrometa entre nosotros, por favor. Y la verdad, ya estoy harto de este tema. Voy a trabajar un poco. -Se pone de pie y me mira-. Déjalo estar, por favor.

Yo levanto la vista y le observo, tozuda.

– Ah, casi me olvido -añade-. Tu coche ha llegado un día antes. Está en el garaje. Taylor tiene la llave.

Uau… ¿el Saab?

– ¿Podré conducirlo mañana?

– No.

– ¿Por qué no?

– Ya sabes por qué no. Y eso me recuerda que, si vas a salir de la oficina, me lo hagas saber. Sawyer estaba allí, vigilándote. Por lo visto, no puedo fiarme de que cuides de ti misma -dice en tono de reproche, y consigue que vuelva a sentirme como una niña descarriada… otra vez.

Y me dan ganas de volver a plantarle cara, pero ya está bastante exaltado por lo de Elena y no quiero presionarle más. Sin embargo no puedo evitar comentar:

– Por lo visto, yo tampoco puedo fiarme de ti -digo entre dientes-. Podrías haberme dicho que Sawyer me estaba vigilando.

– ¿Quieres discutir por eso también? -replica.

– No sabía que estuviéramos discutiendo. Creía que nos estábamos comunicando -mascullo malhumorada.

Él cierra los ojos un segundo y hace esfuerzos para reprimir el mal genio. Yo trago saliva y le miro, ansiosa. No sé cómo acabará esto.

– Tengo trabajo -dice en voz baja, y seguidamente sale de la habitación.

Exhalo con fuerza. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Me tumbo otra vez en la cama, mirando el techo.

¿Alguna vez podremos tener una conversación que no termine en discusión? Resulta agotador.

Simplemente, aún no nos conocemos bien. ¿Realmente quiero venirme a vivir con él? Ni siquiera sé si debería prepararle una taza de té o de café mientras está trabajando. ¿Debería interrumpirle? No tengo ni idea de qué le gusta y qué no.