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– Yo trabajo para ti -murmuro en tono mordaz.

Él sonríe, como si lo hubiera olvidado.

– Eso también -replica, y su sonrisa se ensancha de forma contagiosa.

– Quizá Claude pueda enseñarme kickboxing -le advierto.

– ¿Ah, sí? ¿Para enfrentarte a mí con más garantías? -Christian levanta una ceja, divertido-. Pues adelante, señorita Steele.

Ahora se le ve tan condenadamente feliz, comparado con el mal humor de anoche cuando se fue Elena, que me desarma totalmente. A lo mejor es por todo el sexo… a lo mejor es eso lo que le pone tan contento.

Echo un vistazo al piano a nuestra espalda, y me deleito en el recuerdo de anoche.

– Has vuelto a levantar la tapa del piano.

– La bajé anoche para no molestarte. Por lo visto no funcionó, pero me alegro.

Christian esboza una sonrisa lasciva mientras se lleva un trozo de tortilla a los labios. Yo me pongo de todos los colores y le devuelvo la sonrisa.

Oh sí… esos gloriosos momentos sobre el piano.

La señora Jones se inclina sobre la barra y me coloca delante una bolsa de papel con mi almuerzo, y yo me sonrojo, avergonzada.

– Para después, Ana. De atún, ¿vale?

– Sí, sí. Gracias, señora Jones.

Le sonrió con timidez.

Ella me devuelve una sonrisa afectuosa y abandona la estancia. Para proporcionarnos un poco de intimidad, supongo.

Me vuelvo hacia Christian.

– ¿Puedo preguntarte una cosa?

Su expresión divertida se esfuma.

– Claro.

– ¿Y no te enfadarás?

– ¿Es sobre Elena?

– No.

– Entonces no me enfadaré.

– Pero ahora tengo una pregunta adicional.

– ¿Ah?

– Que sí es sobre ella.

Él pone los ojos en blanco.

– ¿Qué? -dice, ahora ya exasperado.

– ¿Por qué te enfadas tanto cuando te pregunto por ella?

– ¿Sinceramente?

– Creía que siempre eras sincero conmigo -replico.

– Procuro serlo.

Le miro con los ojos entornados.

– Eso suena a evasiva.

– Yo siempre soy sincero contigo, Ana. No me interesan los jueguecitos. Bueno, no ese tipo de jueguecitos -matiza, y su mirada se enardece.

– ¿Qué tipo de jueguecitos te interesan?

Inclina la cabeza hacia un lado y me sonríe con complicidad.

– Señorita Steele, se distrae usted con mucha facilidad.

Me echo a reír. Tiene razón.

– Usted es una distracción en muchos sentidos, señor Grey.

Veo bailar en sus ojos grises una chispa jocosa.

– La canción que más me gusta del mundo es tu risa, Anastasia. Dime, ¿cuál era tu primera pregunta? -dice suavemente, y creo que se está riendo de mí.

Intento torcer el gesto para expresar mi desagrado, pero me gusta el Cincuenta juguetón… es divertido. Me encantan estas bromas matutinas. Arrugo la frente, intentando recordar mi pregunta.

– Ah, sí. ¿Solo veías a tus sumisas los fines de semana?

– Sí, eso es -contesta, y me mira nervioso.

Le sonrío.

– Así que nada de sexo entre semana.

Se ríe.

– Ah, ahí querías ir a parar. -Parece vagamente aliviado-. ¿Por qué crees que hago ejercicio todos los días laborables?

Ahora se está riendo claramente de mí, pero no me importa. Soy tan feliz que tengo ganas de abrazarme. Otra primera vez… bueno, varias primeras veces.

– Parece muy satisfecha de sí misma, señorita Steele.

– Lo estoy, señor Grey.

– Tienes motivos. -Sonríe-. Ahora cómete el desayuno.

Oh, el dominante Cincuenta… siempre al acecho.

Estamos en la parte de atrás del Audi, con Taylor al volante. Me dejará en el trabajo, y después a Christian. Sawyer va en el asiento del copiloto.

– ¿No dijiste que el hermano de tu compañera de piso llegaba hoy? -pregunta Christian como sin darle importancia, sin que ni su voz ni su rostro expresen nada.

– ¡Oh, Ethan! -exclamo-. Me había olvidado. Oh, Christian, gracias por recordármelo. Tendré que volver al apartamento.

Le cambia la cara.

– ¿A qué hora?

– No sé exactamente a qué hora llegará.

– No quiero que vayas sola a ningún sitio -dice tajante.

– Ya lo sé -musito, y reprimo la tentación de mirar con los ojos en blanco al señor Exagerado- ¿Sawyer estará espiando… esto… vigilando hoy?

Miro de reojo y con timidez a Sawyer, y compruebo que tiene la parte de atrás de las orejas teñida de rojo.

– Sí -replica Christian con una mirada glacial.

– Sería más fácil si fuera conduciendo el Saab -mascullo en tono arisco.

– Sawyer tendrá un coche y podrá llevarte al apartamento, a la hora que sea.

– De acuerdo. Supongo que Ethan se pondrá en contacto conmigo durante el día. Ya te haré saber los planes entonces.

Se me queda mirando, sin decir nada. Ah, ¿en qué estará pensando?

– Vale -acepta-. A ningún sitio sola, ¿entendido? -dice, haciendo un gesto de advertencia con el dedo.

– Sí, cariño -musito.

Aparece un amago de sonrisa en su cara.

– Y quizá deberías usar solo tu BlackBerry… te mandaré los correos ahí. Eso debería evitar que el informático de mi empresa pase una mañana demasiado entretenida, ¿de acuerdo? -dice en tono sardónico.

– Sí, Christian.

No lo puedo evitar. Le miro con los ojos en blanco, y él me sonríe maliciosamente.

– Vaya, señorita Steele, me parece que se me está calentando la mano.

– Ah, señor Grey, usted siempre tiene la mano caliente. ¿Qué vamos a hacer con eso?

Se ríe, pero entonces se ve interrumpido por su BlackBerry, que debe de estar en silencio, porque no suena. Al ver el identificador de llamada, Christian frunce el ceño.

– ¿Qué pasa? -espeta al teléfono, y luego escucha con atención.

Yo aprovecho la oportunidad para observar sus adorables facciones: su nariz recta, el cabello despeinado que le cae sobre la frente. Su expresión cambia de incrédula a divertida, haciendo que deje de comérmelo subrepticiamente con los ojos y preste atención.

– Estás de broma… Vaya… ¿Cuándo te dijo eso? -Christian se carcajea, casi sin ganas-. No, no te preocupes. Tú no tienes por qué disculparte. Estoy encantado de que haya una explicación lógica. Me parecía una cantidad de dinero ridículamente pequeña… No tengo la menor duda de que tienes en mente un plan creativo y diabólico para vengarte. Pobre Isaac. -Sonríe-. Bien… Adiós.

Cierra el teléfono de golpe y, aunque de pronto su mirada parece cautelosa, curiosamente también se le ve aliviado.

– ¿Quién era? -pregunto.

– ¿De verdad quieres saberlo? -inquiere en voz baja.

Y esa respuesta me basta para saberlo. Niego con la cabeza y observo por la ventanilla el día gris de Seattle, sintiéndome consternada. ¿Por qué ella es incapaz de dejarle en paz?

– Eh…

Me coge la mano y me besa los nudillos, uno por uno, y de pronto me chupa el meñique, con fuerza. Después me muerde con suavidad.

¡Dios…! Tiene una línea erótica que comunica directamente con mi entrepierna. Jadeo y, nerviosa, miro de reojo a Taylor y a Sawyer, y después a Christian, que tiene los ojos sombríos y me obsequia con una sonrisa prolongada y sensual.

– No te agobies, Anastasia -murmura-. Ella pertenece al pasado.

Y me planta un beso en el centro de la palma de la mano que me provoca un cosquilleo por todo el cuerpo, y mi enojo momentáneo queda olvidado.

– Buenos días, Ana -saluda Jack mientras me dirijo hacia mi mesa-. Bonito vestido.

Me ruborizo. El vestido forma parte de mi nuevo guardarropa, cortesía de mi novio increíblemente rico. Es un traje sin mangas, de lino azul claro y bastante entallado, que llevo con unas sandalias beis de tacón alto. A Christian le gustan los tacones, creo. Sonrío por dentro al pensarlo, pero enseguida recupero una anodina sonrisa profesional destinada a mi jefe.