Sigue teniendo los ojos salvajes y asustados, pero se va serenando poco a poco.
– He ido a buscar algo de beber. Tenía sed.
Cierra los ojos y se frota la cara. Cuando vuelve a abrirlos parece muy desolado.
– Estás aquí. Oh, gracias a Dios.
Se acerca a mí y me sujeta con fuerza, y me vuelve a tumbar en la cama, a su lado.
– Solo he ido a buscar algo de beber -murmuro.
Oh, la intensidad de su miedo… puedo sentirla. Tiene la camiseta empapada en sudor, y cuando me atrae hacia él su corazón late con fuerza. Me mira fijamente, como para asegurarse de que realmente estoy aquí. Le acaricio el cabello con ternura y después la mejilla.
– Christian, por favor. Estoy aquí. No me voy a ir a ningún sitio -le digo con dulzura.
– Oh, Ana -musita.
Me coge la barbilla y la acerca hasta que su boca está sobre la mía. El deseo le invade e instantáneamente mi cuerpo responde… está tan ligado y sincronizado al suyo. Posa los labios sobre mi oreja, en mi cuello, y nuevamente en mi boca, sus dientes tiran suavemente de mi labio inferior, su mano sube por mi cuerpo, de la cadera al pecho, arrastrando la camiseta hacia arriba. Acariciándome, sintiendo bajo sus dedos las simas y las turgencias de mi piel, consigue provocar en mí la ya tan familiar reacción, haciendo que me estremezca en lo más profundo. Gimo cuando su mano se curva en torno a mi seno y sus dedos se agarran al pezón.
– Te deseo -murmura.
– Estoy aquí para ti. Solo para ti, Christian.
Gruñe y me besa una vez más apasionadamente, con un fervor y una desesperación que no había sentido nunca en él. Cojo el bajo de su camiseta, tiro y él me ayuda a quitársela por la cabeza. Luego se arrodilla entre mis piernas, me incorpora presurosamente y me despoja de la mía.
Sus ojos se ven serios, anhelantes, llenos de oscuros secretos… vulnerables. Coloca las manos alrededor de mi cara y me besa, y caemos de nuevo en la cama. Está medio tendido sobre mí, con uno de sus muslos entre los míos, y siento su erección presionando contra mi cadera a través de sus boxers. Me desea, pero, de repente, sus palabras de antes, lo que dijo sobre su madre, escogen este momento para volver a rondar por mi mente y atormentarme. Y es como un cubo de agua fría sobre mi libido. Maldita sea… No puedo hacer esto, ahora no.
– Christian… para. No puedo hacerlo -susurro apremiante junto a su boca, empujando sus antebrazos con las manos.
– ¿Qué? ¿Qué pasa? -murmura, y empieza a besarme el cuello, y me desliza la punta de la lengua por la garganta.
Oh…
– No, por favor. No puedo hacerlo, ahora no. Necesito un poco de tiempo, por favor.
– Oh, Ana, no le des tantas vueltas -susurra mientras me mordisquea el lóbulo.
– ¡Ah! -jadeo, sintiéndolo en la entrepierna, y mi cuerpo se arquea, traicionándome.
Todo resulta tan confuso…
– Yo sigo siendo el mismo, Ana. Te quiero y te necesito. Tócame. Por favor.
Frota su nariz contra la mía, y su súplica tranquila y sincera hace que me conmueva y me derrita por dentro.
Tocarle… Tocarle mientras hacemos el amor. Oh, Dios.
Se coloca sobre mí, me mira y, a la tenue luz de la lámpara de la mesilla, veo que está esperando mi decisión, y que está atrapado en mi hechizo.
Alargo la mano con cautela y la poso sobre la suave mata de vello que cubre su esternón. Él jadea y cierra los ojos con fuerza, como si le doliera, pero esta vez no aparto la mano. La subo hasta sus hombros y noto el temblor que recorre su cuerpo. Gime, y lo atraigo hacia mí, colocando ambas manos en su espalda donde no la había tocado nunca, sobre los omoplatos, y le abrazo.
Él entierra la cabeza en mi cuello, me besa, chupa y me muerde, y luego sube con la nariz hasta la barbilla y me besa, su lengua posee mi boca y sus manos se mueven otra vez sobre mi cuerpo. Sus labios bajan… bajan… bajan hasta mis pechos, adorándome a su paso, y mis manos siguen en sus hombros y en su espalda, disfrutando de sus esculturales músculos flexibles y tensos, de su piel empapada aún por la pesadilla. Cierra los labios sobre mi pezón, chupa y tira, y este se alza para recibir a su gloriosa y hábil boca.
Gimo y deslizo las uñas por su espalda. Y él jadea en un gemido entrecortado.
– Oh, Dios, Ana -dice sin respiración, y es mitad gruñido, mitad grito.
Me desgarra el alma, pero también llega a mis entrañas y me tensa todos los músculos por debajo de la cintura. ¡Ah, lo que soy capaz de hacerle! Ahora jadeo, y su respiración torturada se acompasa a la mía.
Sus manos van bajando, sobre mi vientre y hasta mi sexo… y sus dedos están sobre mí y luego dentro de mí. Gimo y él mueve los dedos en mi interior de esa forma que él sabe, y yo empujo la pelvis para recibir su caricia.
– Ana -musita.
De pronto me suelta y se sienta, se quita los boxers y se inclina sobre la mesita para coger un envoltorio plateado. Sus ojos grises centellean cuando me entrega el condón.
– ¿Quieres hacerlo? Todavía puedes decir que no. Siempre puedes decir que no -murmura.
– No me des la oportunidad de pensar, Christian. Yo también te deseo.
Rompo el envoltorio con los dientes y él se arrodilla entre mis piernas, y yo lo deslizo en su miembro con dedos temblorosos.
– Tranquila… Vas a hacer que me corra, Ana.
Me maravilla lo que mis caricias pueden provocar en este hombre. Él se tumba sobre mí, y en ese momento todas mis dudas quedan relegadas y encerradas en los abismos más profundos y oscuros del fondo de mi mente. Estoy embriagada por este hombre, mi hombre, mi Cincuenta Sombras. De repente se revuelve, cogiéndome totalmente por sorpresa, y estoy encima de él. Uau.
– Tú… tómame tú -murmura, y sus ojos brillan con intensidad febril.
Ah… Despacio, muy despacio, me hundo en él. Echa la cabeza hacia atrás, cierra los ojos y gruñe. Le sujeto las manos y empiezo a moverme, gozando de la plenitud de mi posesión, gozando de su reacción, viendo cómo se destensa debajo de mí. Me siento como una diosa. Me inclino y le beso la barbilla, deslizando los dientes a lo largo de la barba incipiente de su mandíbula. Su sabor es delicioso. Él se agarra a mis caderas y ralentiza mi ritmo, haciéndolo lento y pausado.
– Ana, tócame… por favor.
Oh. Me inclino hacia delante y me apoyo con las manos sobre su pecho. Y él grita, y su grito es como un sollozo que penetra con fuerza en mi interior.
– Aaah -gimoteo, y paso las uñas con delicadeza sobre su torso, a través del vello, y él gruñe fuerte y se revuelve bruscamente, de manera que vuelvo a estar debajo.
– Basta -gime-. No más, por favor.
Es una súplica desgarradora.
Le cojo la cara entre las manos, noto la humedad de sus mejillas, y le atraigo con mi fuerza hacia mis labios para poder besarle. Y luego me aferro a él con mis manos en su espalda.
De su garganta surge un gruñido ronco y profundo mientras se mueve en mi interior, empujándome adelante y atrás, pero no consigo dejarme ir. Tengo demasiadas cosas en la cabeza que me confunden. Estoy demasiado ofuscada con él.
– Déjate ir, Ana -me apremia.
– No.
– Sí -gruñe.
Se mueve ligeramente y gira las caderas, una y otra vez.
¡Dios… ahhh!
– Vamos, nena, lo necesito. Dámelo.
Y estallo, mi cuerpo es esclavo del suyo, envuelto en torno a él, aferrado a él como la hiedra, mientras él grita mi nombre y alcanza el clímax conmigo, y luego se derrumba, con todo su peso presionándome contra el colchón.
Acuno a Christian en mis brazos, con su cabeza descansando en mi pecho, mientras yacemos saboreando los rescoldos de la pasión amorosa. Le paso los dedos por el cabello y escucho cómo su respiración vuelve a la normalidad.
– No me dejes nunca -murmura.
Yo pongo los ojos en blanco, consciente de que no puede verme.