– Ojalá no hubieras ido a trabajar esta mañana.
– Yo pienso lo mismo. Pero estoy ocupada. Cuelga.
– Cuelga tú.
Puedo notar su sonrisa. Oh, el Christian juguetón. Adoro al Christian juguetón. Mmm… Adoro a Christian, punto.
– Ya estamos otra vez…
– Te estás mordiendo el labio.
Maldita sea, tiene razón. ¿Cómo lo sabe?
– ¿Ves?, tú crees que no te conozco, Anastasia. Pero te conozco mejor de lo que crees -murmura seductoramente, de esa forma que me deja sin fuerzas y hace que me derrita.
– Christian, ya hablaremos más tarde. Ahora mismo yo también desearía sinceramente no haberme ido esta mañana.
– Esperaré su correo, señorita Steele.
Cuelgo, y me apoyo en el frío y duro vidrio del escaparate de la tienda. Oh, Dios, incluso por teléfono me posee. Sacudo la cabeza para dejar de pensar en Christian Grey y entro en la tienda, deprimida al pensar de nuevo en Jack.
Cuando vuelvo, me pone mala cara.
– ¿Te parece bien que salga a comer ahora? -le pregunto cautelosa.
Él levanta la vista y me mira aún más malhumorado.
– Si no hay más remedio… -me suelta-. Cuarenta y cinco minutos. Para recuperar el tiempo que has perdido esta mañana.
– Jack, ¿puedo preguntarte una cosa?
– ¿Qué?
– Hoy pareces muy disgustado. ¿He hecho algo que te haya molestado?
Se me queda mirando.
– Ahora mismo no estoy de humor para hacer una lista de tus fallos. Tengo trabajo.
Devuelve la mirada a la pantalla de su ordenador, echándome claramente.
Por Dios… ¿Qué he hecho?
Me doy la vuelta y salgo de su despacho, y por un momento creo que voy a llorar. ¿Por qué de repente siente tanta aversión hacia mí? Me viene a la mente una idea muy desagradable, pero la ignoro. Ahora mismo no necesito pensar en sus tonterías… bastante tengo con lo mío.
Salgo del edificio en dirección al Starbucks más cercano, pido un café con leche y me siento junto a la ventana. Saco el iPod del bolso y me pongo los auriculares. Escojo una canción al azar y pulso el botón de repetir para que suene una y otra vez. Necesito música para pensar.
Dejo vagar mi mente. Christian el sádico. Christian el sumiso. Christian el intocable. Los impulsos edípicos de Christian. Christian bañando a Leila. Esta última imagen me atormenta, y gimo y cierro los ojos.
¿Realmente puedo casarme con este hombre? Eso implica aceptar muchas cosas. Él es complejo y difícil, pero en mi fuero interno sé que no quiero dejarle, a pesar de todos sus conflictos. Nunca podría dejarle. Le amo. Sería como cortarme un brazo.
Nunca me había sentido tan viva, tan vital como ahora mismo. Desde que le conocí he descubierto todo tipo de sentimientos profundos y desconcertantes, y experiencias nuevas. Con Cincuenta nunca hay momentos de aburrimiento.
Recuerdo mi vida antes de Christian, y es como si todo fuera en blanco y negro, como los retratos de José. Ahora mi vida entera es en colores saturados, ricos y brillantes. Estoy planeando sobre un rayo de luz deslumbrante, la luz deslumbrante de Christian. Sigo siendo Ícaro, volando demasiado cerca de mi sol. Suelto un resoplido interno. Volar con Christian… ¿quién puede resistirse a un hombre que puede volar?
¿Puedo abandonarle? ¿Quiero abandonarle? Es como si él hubiera pulsado un interruptor que me iluminara por dentro. Conocerle ha sido todo un proceso de aprendizaje. He descubierto más sobre mí misma en las últimas semanas que en toda mi vida anterior. He aprendido sobre mi cuerpo, mis límites infranqueables, mi tolerancia, mi paciencia, mi compasión y mi capacidad para amar.
Y entonces la idea me impacta con la fuerza de un rayo. Esto es lo que él necesita de mí, a lo que tiene derecho: al amor incondicional. Nunca lo recibió de la puta adicta al crack… eso es lo que él necesita. ¿Puedo amarle incondicionalmente? ¿Puedo aceptarle tal como es, a pesar de todo lo que me contó anoche?
Sé que es un hombre herido, pero no creo que sea irredimible. Suspiro al recordar las palabras de Taylor: «Es un buen hombre, señorita Steele».
Yo he sido testigo de la contundente evidencia de su bondad: sus obras de beneficencia, su ética empresarial, su generosidad… y, sin embargo, él no es capaz de verla en sí mismo. No se cree en absoluto merecedor de amor. Conocer su historia y sus predilecciones me ha permitido atisbar el origen de su odio hacia sí mismo… por eso no ha dejado que nadie se le acercara. ¿Seré capaz de superar esto?
Una vez me dijo que no podía ni imaginar siquiera hasta dónde llegaba su depravación. Bueno, ahora ya me lo ha contado y, conociendo cómo fueron los primeros años de su vida, no me sorprende… aunque me impactó mucho oírlo en voz alta. Al menos me lo ha contado… y parece más feliz después de haberlo hecho. Ahora lo sé todo.
¿Eso devalúa su amor por mí? No, no lo creo. Él nunca se había sentido así, ni yo tampoco. Esto es nuevo para ambos.
Los ojos se me llenan de lágrimas al recordar que, cuando dejó que le tocara anoche, cayeron sus últimas barreras. Y que tuvo que aparecer Leila con toda su locura para que llegáramos a ese punto.
Tal vez debería estar agradecida. Ahora, el hecho de que él la bañara ya no me deja un sabor tan amargo. Me pregunto qué ropa le dio. Espero que no fuera el vestido de color ciruela. Me gusta mucho ese vestido.
Así que ¿puedo amar incondicionalmente a ese hombre con todos sus conflictos? Porque no merece menos que eso. Todavía tiene que aprender límites, y pequeñas cosas como la empatía, y a ser menos controlador. Dice que ya no siente la compulsión de hacerme daño; quizá el doctor Flynn pueda arrojar algo de luz sobre eso.
Fundamentalmente, eso es lo que más me preocupa: que necesite eso y que siempre haya encontrado mujeres afines que también lo necesitaban. Frunzo el ceño. Sí, esa es la seguridad que necesito. Quiero ser todas las cosas para este hombre, su Alfa y su Omega y todo lo que hay en medio, porque él lo es todo para mí.
Espero que Flynn pueda contestar a todas mis preguntas, y quizá entonces podré decir que sí. Christian y yo encontraremos nuestro propio trozo de cielo cerca del sol.
Contemplo el bullicio de Seattle a la hora de comer. Señora de Christian Grey… ¿quién lo iba a decir? Miro el reloj. ¡Oh, no! Me levanto de un salto y salgo corriendo hacia la puerta: llevo una hora entera sentada aquí… ¡qué rápido ha pasado el tiempo! ¡Jack se va a poner como una fiera!
Vuelvo sigilosamente a mi mesa. Por suerte, él no está en su despacho. Parece ser que me voy a librar. Miro fijamente la pantalla de mi ordenador, tratando de que mi mente se ponga en modo trabajo.
– ¿Dónde estabas?
Pego un salto. Jack está detrás de mí con los brazos cruzados.
– En el sótano, haciendo fotocopias -miento.
Él aprieta los labios, que se convierten en una línea fina, inflexible.
– A las seis y media tengo que salir para el aeropuerto. Necesito que te quedes hasta entonces.
– De acuerdo.
Le sonrío con toda la amabilidad de la que soy capaz.
– Necesito una copia impresa de mi agenda de trabajo en Nueva York, junto con diez fotocopias. Y encárgate de que empaqueten los folletos. ¡Y tráeme un café! -gruñe, y entra con paso enérgico en su despacho.
Suelto un suspiro de alivio y, cuando cierra la puerta, le saco la lengua. Cabrón…
A las cuatro en punto, Claire llama desde recepción.
– Mia Grey te llama por teléfono.
¿Mia? Espero que no quiera que vayamos al centro comercial.
– ¡Hola, Mia!
– Ana, hola. ¿Cómo estás? -dice con entusiasmo desbordante.
– Bien. Tengo mucho trabajo hoy. ¿Y tú?
– ¡Estoy de lo más aburrida! Y, para entretenerme con algo, estoy organizando una fiesta de cumpleaños para Christian.