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– Sí -susurro, aún sin recuperarme del todo de la intensidad de su beso y su vehemente exigencia.

– Bien.

– Ray estuvo en el ejército. Me enseñó muy bien.

– Me alegro mucho de que lo hiciera -musita, y añade arqueando una ceja-: Lo tendré en cuenta.

Me da la mano, me conduce fuera del ascensor y yo le sigo, aliviada. Me parece que su mal humor ya no empeorará.

– Tengo que llamar a Barney. No tardaré.

Desaparece en su estudio, y me deja plantada en el inmenso salón. La señora Jones está dando los últimos toques a nuestra cena. Me doy cuenta de que estoy hambrienta, pero necesito hacer algo.

– ¿Puedo ayudar? -pregunto.

Ella se echa a reír.

– No, Ana. ¿Puedo servirle una copa o algo? Parece agotada.

– Me encantaría una copa de vino.

– ¿Blanco?

– Sí, por favor.

Me siento en uno de los taburetes y ella me ofrece una copa de vino frío. No lo conozco, pero está delicioso, entra bien y calma mis nervios crispados. ¿En qué había estado pensando antes? En lo viva que me sentía desde que había conocido a Christian. En que mi vida se había convertido en algo emocionante. Caray… ¿no podría tener al menos un par de días aburridos?

¿Y si nunca hubiera conocido a Christian? Ahora mismo estaría refugiada en mi apartamento, hablando con Ethan, completamente alterada por el incidente con Jack y sabiendo que tendría que volver a encontrarme con ese canalla el viernes. Tal como están las cosas ahora, es muy probable que nunca vuelva a verle. Pero ¿para quién trabajaré? Frunzo el ceño. No había pensado en eso. Vaya… ¿seguiré teniendo trabajo siquiera?

– Buenas noches, Gail.

Christian vuelve a entrar en el salón y me distrae de mis pensamientos. Va directamente a la nevera y se sirve una copa de vino.

– Buenas noches, señor Grey. ¿Cenarán a las diez, señor?

– Me parece muy bien.

Christian alza su copa.

– Por los ex militares que entrenan bien a sus hijas -dice, y se le suaviza la mirada.

– Salud -musito, y levanto mi copa.

– ¿Qué pasa? -pregunta Christian.

– No sé si todavía tengo trabajo.

Él ladea la cabeza.

– ¿Sigues queriendo tenerlo?

– Claro.

– Entonces todavía lo tienes.

Así de simple. ¿Ves? Él es el amo y señor de mi universo. Le miro con los ojos en blanco y él sonríe.

La señora Jones ha preparado un exquisito pastel de pollo, y se ha retirado para que disfrutemos del fruto de su trabajo. Ahora que ya puedo comer algo, me siento mucho mejor. Estamos sentados en la barra del desayuno, y aunque intento engatusarlo, Christian se niega a contarme qué ha descubierto Barney en el ordenador de Jack. Aparco el tema, y decido en su lugar abordar el espinoso asunto de la inminente visita de José.

– Me ha llamado José -digo en tono despreocupado.

– ¿Ah?

Christian se da la vuelta para mirarme.

– Quiere traer tus fotografías el viernes.

– Una entrega personal. Qué cortés por su parte -apunta Christian.

– Quiere salir. A tomar algo. Conmigo.

– Ya.

– Para entonces seguramente Kate y Elliot ya habrán vuelto -añado enseguida.

Christian deja el tenedor y me mira con el ceño fruncido.

– ¿Qué me estás pidiendo exactamente?

Le miro enojada.

– No te estoy pidiendo nada. Te estoy informando de mis planes para el viernes. Mira, yo quiero ver a José, y él necesita un sitio para dormir. Puede que se quede aquí o en mi apartamento, pero si lo hace yo también debería estar allí.

Christian abre mucho los ojos. Parece anonadado.

– Intentó propasarse contigo.

– Christian, eso fue hace varias semanas. Él estaba borracho, yo estaba borracha, tú lo solucionaste… no volverá a pasar. Él no es Jack, por el amor de Dios.

– Ethan está aquí. Él puede hacerle compañía.

– Quiere verme a mí, no a Ethan.

Christian me mira ceñudo.

– Solo es un amigo -digo en tono enfático.

– No me hace ninguna gracia.

¿Y qué? Dios, a veces es crispante. Inspiro profundamente.

– Es amigo mío, Christian. No le he visto desde la inauguración de la exposición. Y estuve muy poco rato. Yo sé que tú no tienes ningún amigo, aparte de esa espantosa mujer, pero yo no me quejo de que la veas -replico. Christian parpadea, estupefacto-. Tengo ganas de verle. No he sido una buena amiga.

Mi subconsciente está alarmada. ¿Estás teniendo una pequeña pataleta? ¡Cálmate!

Los ojos grises de Christian refulgen al mirarme.

– ¿Eso es lo que piensas? -dice entre dientes.

– ¿Lo que pienso de qué?

– Sobre Elena. ¿Preferirías que no la viera?

– Exacto. Preferiría que no la vieras.

– ¿Por qué no lo has dicho antes?

– Porque no me corresponde a mí decirlo. Tú la consideras tu única amiga. -Me encojo de hombros, exasperada. Realmente no lo entiende. ¿Cómo se ha convertido esto en una conversación sobre Elena? Yo ni siquiera quiero pensar en ella. Trato de volver al tema de José-. Del mismo modo que no te corresponde a ti decir si puedo o no puedo ver a José. ¿No lo entiendes?

Christian me mira fijamente, creo que perplejo. Oh, ¿qué estará pensando?

– Puede dormir aquí, supongo -musita-. Así podré vigilarle -comenta en tono hosco.

¡Aleluya!

– ¡Gracias! ¿Sabes?, si yo también voy a vivir aquí… -Me fallan las palabras. Christian asiente. Sabe qué intento decirle-. Aquí no es que falte espacio precisamente… -digo con una sonrisita irónica.

En sus labios se dibuja lentamente una sonrisa.

– ¿Se está riendo de mí, señorita Steele?

– Desde luego, señor Grey.

Me pongo de pie por si empieza a calentársele la mano, recojo los platos y los meto en el lavavajillas.

– Ya lo hará Gail.

– Lo estoy haciendo yo.

Me enderezo y le miro. Él me observa intensamente.

– Tengo que trabajar un rato -dice como disculpándose.

– Muy bien. Ya encontraré algo que hacer.

– Ven aquí -ordena, pero su voz es suave y seductora y sus ojos apasionados.

Yo no dudo en caminar hacia él y rodearle el cuello. Él permanece sentado en el taburete. Me envuelve entre sus brazos, me estrecha contra él y simplemente me abraza.

– ¿Estás bien? -susurra junto a mi cabello.

– ¿Bien?

– ¿Después de lo que ha pasado con ese cabrón? ¿Después de lo que ocurrió ayer? -añade en voz baja y muy seria.

Yo miro al fondo de sus ojos, oscuros, graves. ¿Estoy bien?

– Sí -susurro.

Me abraza más fuerte, y me siento segura, apreciada y amada, todo a la vez. Es maravilloso. Cierro los ojos, y disfruto de la sensación de estar en sus brazos. Amo a este hombre. Amo su aroma embriagador, su fuerza, sus maneras volubles… mi Cincuenta.

– No discutamos -murmura. Me besa el pelo e inspira profundamente-. Hueles divinamente, como siempre, Ana.

– Tú también -susurro, y le beso el cuello.

Me suelta, demasiado pronto.

– Terminaré en un par de horas.

Deambulo indolentemente por el piso. Christian sigue trabajando. Me he duchado, me he puesto unos pantalones de chándal y una camiseta míos, y estoy aburrida. No me apetece leer. Si me quedo quieta, me acuerdo de Jack y de sus dedos sobre mi cuerpo.

Echo un vistazo a mi antiguo dormitorio, la habitación de las sumisas. José puede dormir aquí: le gustarán las vistas. Son las ocho y cuarto y el sol está empezando a ponerse por el oeste. Las luces de la ciudad centellean allá abajo. Es algo maravilloso. Sí, a José le gustará estar aquí. Me pregunto vagamente dónde colgará Christian las fotos que me hizo José. Preferiría que no lo hiciera. No me apetece verme a mí misma.