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– No puedo soportar hacerte daño, porque te quiero -añade, mirándome fijamente con expresión de absoluta sinceridad, como un niño pequeño que dice una verdad muy simple.

Muestra un aire completamente inocente, que me deja sin aliento. Le adoro más que a nada ni a nadie. Amo a este hombre incondicionalmente.

Me lanzo a sus brazos con tanta fuerza que tiene que soltar lo que lleva para cogerme, y le empujo contra la pared. Le sujeto la cara entre las manos, acerco sus labios a los míos y saboreo su sorpresa cuando le meto la lengua en la boca. Estoy en un escalón por encima del suyo: ahora estamos al mismo nivel, y me siento eufórica de poder. Le beso apasionadamente, enredando los dedos en su cabello, y quiero tocarle, por todas partes, pero me reprimo consciente de su temor. A pesar de todo, mi deseo brota, ardoroso y contundente, floreciendo desde lo más profundo. Él gime y me sujeta por los hombros para apartarme.

– ¿Quieres que te folle en las escaleras? -murmura con la respiración entrecortada-. Porque lo haré ahora mismo.

– Sí -musito, y estoy segura de que mi oscura mirada de deseo es igual a la suya.

Me fulmina con sus ojos, entreabiertos e impetuosos.

– No. Te quiero en mi cama.

De pronto me carga sobre sus hombros y yo reacciono con un chillido estridente, y él me da un cachete fuerte en el trasero, y yo chillo otra vez. Se dispone a bajar las escaleras, pero antes se agacha para recoger del suelo la barra separadora.

La señora Jones sale del cuarto de servicio cuando atravesamos el pasillo. Nos sonríe, y yo la saludo boca abajo, con expresión de disculpa. No creo que Christian se haya percatado siquiera de su presencia.

Al llegar al dormitorio, me deja de pie en el suelo y tira la barra sobre la cama.

– Yo no creo que vayas a hacerme daño -susurro.

– Yo tampoco creo que vaya a hacerte daño -dice.

Me coge la cabeza entre las manos y me besa larga e intensamente, encendiéndome la sangre ya inflamada.

– Te deseo tanto -murmura jadeando junto a mi boca-. ¿Estás segura de esto… después de lo de hoy?

– Sí. Yo también te deseo. Quiero desnudarte.

Estoy impaciente por tocarle… mis dedos se mueren por acariciarle.

Abre mucho los ojos y por un segundo duda, tal vez sopesando mi petición.

– De acuerdo -dice cautelosamente.

Acerco una mano al segundo botón de su camisa y noto cómo contiene la respiración.

– No te tocaré si no quieres -susurro.

– No -contesta enseguida-. Hazlo. No pasa nada. Estoy bien -añade.

Desabrocho el botón con delicadeza y deslizo los dedos sobre la camisa hasta el siguiente. Él tiene los ojos muy abiertos, brillantes. Separa los labios y respira con dificultad. Incluso cuando tiene miedo es tan hermoso… a causa de ese miedo. Desabrocho el tercer botón y palpo el vello suave que asoma a través de la amplia abertura de la camisa.

– Quiero besarte aquí -murmuro.

Él inspira bruscamente.

– ¿Besarme?

– Sí.

Jadea mientras desabrocho el siguiente botón y me inclino hacia delante muy despacio, para dejar claras mis intenciones. Él contiene la respiración, pero se queda inmóvil cuando le doy un leve beso en medio de esos suaves rizos ahora visibles. Desabrocho el último botón y alzo la cara hacia él. Me está observando fijamente con una expresión de satisfacción, tranquila y… maravillada.

– Cada vez es más fácil, ¿verdad? -pregunto con un hilo de voz.

Él asiente, y yo le aparto lentamente la camisa de los hombros y la dejo caer al suelo.

– ¿Qué me has hecho, Ana? -murmura-. Sea lo que sea, no pares.

Y me acoge en sus brazos. Hunde las dos manos en mi cabello y me echa la cabeza hacia atrás para acceder fácilmente a mi cuello.

Desliza los labios hasta mi barbilla y me muerde suavemente, haciéndome gemir. Oh, cómo deseo a este hombre. Mis dedos palpan a tientas la cinturilla de su pantalón, desabrocho el botón y bajo la cremallera.

– Oh, nena.

Suspira y me besa detrás de la oreja. Noto su erección, firme y dura, presionándome. Le deseo… en mi boca. De pronto doy un paso atrás y me pongo de rodillas.

– ¡Uau! -gime.

Le bajo los pantalones y los boxers de un tirón, y su miembro emerge libremente. Antes de que pueda detenerme, lo tomo entre los labios y chupo con fuerza. Él abre la boca y yo disfruto de su repentina perplejidad. Baja la mirada hacia mí, y observa todos mis movimientos con los ojos enturbiados y llenos de placer carnal. Ah. Me cubro los dientes con los labios y succiono con más fuerza. Él cierra los ojos y se rinde al exquisito placer sensual. Sé lo que le hago, y es placentero, liberador y endiabladamente sexy. La sensación es embriagadora: no solo soy poderosa… soy omnisciente.

– Joder -sisea, y me acuna dulcemente la cabeza, flexiona las caderas y penetra mi boca más a fondo.

Oh, sí, deseo esto, y rodeo su miembro con la lengua, tiro con firmeza… una y otra vez.

– Ana…

Intenta echarse atrás.

Oh, no, no lo hagas, Grey. Te deseo. Sujeto sus caderas con fuerza duplicando mis esfuerzos, y noto que está a punto.

– Por favor -jadea-. Voy a correrme, Ana.

Bien. La diosa que llevo dentro echa la cabeza hacia atrás en pleno éxtasis, y él se corre, entre gritos lúbricos, dentro de mi boca.

Abre sus brillantes ojos grises, baja la vista hacia mí y yo le miro sonriendo, lamiéndome los labios. Él me devuelve la sonrisa, y es una sonrisa pícara y salaz.

– ¿Ah, o sea que ahora jugamos a esto, señorita Steele?

Se inclina, me coge por las axilas y me pone de pie con fuerza. De pronto su boca está pegada a la mía. Y gruñe lascivamente.

– Estoy notando mi propio sabor. El tuyo es mejor -musita pegado a mis labios.

De pronto me quita la camiseta y la tira al suelo, me levanta y me arroja sobre la cama. Coge mis pantalones por los bajos y me los quita bruscamente con un solo movimiento. Ahora estoy desnuda y abierta para él en su cama. Esperando. Anhelando. Me saborea con la mirada, y lentamente se quita el resto de la ropa sin apartar los ojos de mí.

– Eres una mujer preciosa, Anastasia -murmura con admiración.

Mmm… Inclino la cabeza a un lado y le sonrío, coqueta.

– Tú eres un hombre precioso, Christian, y sabes extraordinariamente bien.

Me sonríe maliciosamente y coge la barra separadora. Me agarra el tobillo izquierdo, lo sujeta rápidamente y aprieta la anilla de la esposa, pero no mucho. Comprueba el espacio que queda, deslizando el meñique entre mi tobillo y el metal. No deja de mirarme a los ojos; no necesita ver lo que está haciendo. Mmm… ya ha hecho esto antes.

– Ahora, hemos de comprobar cómo sabe usted. Si no recuerdo mal, es usted una rara y delicada exquisitez, señorita Steele.

Oh.

Me sujeta el otro tobillo, y me lo esposa también con rapidez y eficacia, de manera que quedan unos sesenta centímetros de separación entre mis pies.

– Lo bueno de este separador es que es extensible -dice.

Aprieta algo en la barra y después empuja, y mis piernas se abren más. Uau, noventa centímetros de separación. Con la boca muy abierta, inspiro profundamente. Dios, esto es muy erótico. Estoy ardiendo, inquieta y ansiosa.

Christian se lame el labio superior.

– Oh, vamos a divertirnos un poco con esto, Ana.

Baja la mano, coge la barra y la gira de golpe, cogiéndome por sorpresa y dejándome tumbada boca abajo.

– ¿Ves lo que puedo hacerte? -dice turbadoramente, y vuelve a girarla de golpe y quedo de nuevo tumbada boca arriba, mirándole boquiabierta y sin respiración-. Estas otras esposas son para las muñecas. Pensaré en ello. Depende de si te portas bien o no.

– ¿Cuándo no me porto bien?