– Se me ocurren unas cuantas infracciones -dice en voz baja, y me pasa los dedos por las plantas de los pies.
Me hace cosquillas, pero la barra me mantiene en mi sitio, aunque yo intento apartar las plantas de sus dedos.
– Tu BlackBerry, para empezar.
Jadeo.
– ¿Qué vas a hacer?
– Oh, yo nunca desvelo mis planes -dice sonriendo, y sus ojos brillan malévolos.
¡Uau! Está tan alucinantemente sexy que me deja sin respiración. Se sube a la cama y se coloca de rodillas entre mis piernas. Está gloriosamente desnudo y yo estoy indefensa.
– Mmm… Está tan expuesta, señorita Steele.
Desliza los dedos de ambas manos por la parte interior de mis piernas, despacio, dibujando pequeños círculos. Sin apartar los ojos de mí.
– Todo se basa en las expectativas, Ana. ¿Qué te voy a hacer?
Sus palabras quedas penetran directamente en la parte más profunda y oscura de mi ser. Me retuerzo sobre la cama y gimo. Sus dedos continúan su lento avance, suben por mis pantorrillas, pasan por la parte posterior de mis rodillas. Yo quiero juntar las piernas instintivamente, pero no puedo.
– Recuerda que, si algo no te gusta, solo tienes que decirme que pare -murmura.
Se inclina sobre mí y me besa y chupa el vientre con delicadeza, mientras sus manos me acarician y siguen ascendiendo tortuosas y tentadoras por la parte interna de mis muslos.
– Oh, por favor, Christian -suplico.
– Oh, señorita Steele. He descubierto que puede ser usted implacable en sus ataques amorosos sobre mí. Creo que debo devolverle el favor.
Mis dedos se aferran al edredón y me rindo ante él, ante su boca que emprende un delicado viaje hacia abajo y sus manos hacia arriba, convergiendo en el vértice de mis muslos, expuesto y vulnerable. Cuando desliza sus dedos dentro de mí gimo y alzo la pelvis para recibirlos. Christian responde con un jadeo.
– Nunca dejas de sorprenderme, Ana. Estás tan húmeda -murmura sobre la línea donde mi vello púbico se encuentra con mi vientre, y cuando su boca llega a mi sexo, todo mi cuerpo se arquea.
Oh, Dios.
Inicia un ataque lento y sensual, su lengua gira y gira mientras sus dedos se mueven en mi interior. Es intenso, muy intenso, porque no puedo cerrar las piernas, ni moverme. Arqueo la espalda e intento absorber la sensación.
– Oh, Christian -grito.
– Lo sé, nena -susurra, y para destensarme un poco, sopla suavemente sobre la parte más sensible de mi cuerpo.
– ¡Aaah! ¡Por favor! -suplico.
– Di mi nombre -ordena.
– ¡Christian! -grito con una voz tan estridente y ansiosa que apenas la reconozco como mía.
– Otra vez -musita.
– ¡Christian, Christian, Christian Grey! -grito con todas mis fuerzas.
– Eres mía.
Su voz es suave y letal, y ante un último giro de su lengua sucumbo, espectacularmente, al orgasmo. Y como tengo las piernas tan separadas, la espiral de sensaciones dura y dura y me siento perdida.
Soy vagamente consciente de que Christian me ha tumbado ahora boca abajo.
– Vamos a intentar esto, nena. Si no te gusta o resulta demasiado incómodo, dímelo y pararemos.
¿Qué? Estoy demasiado perdida en la dicha del orgasmo para elaborar una idea consciente o coherente. Ahora estoy sentada en el regazo de Christian. ¿Cómo ha ocurrido esto?
– Inclínate, nena -me murmura al oído-. Apoya la cabeza y el pecho sobre la cama.
Aturdida, hago lo que me dice. Él me echa las dos manos hacia atrás y las esposa a la barra, al lado de los tobillos. Oh… tengo las rodillas a la altura de la barbilla y el trasero al aire y expuesto, absolutamente vulnerable, completamente suya.
– Ana, estás tan hermosa… -dice maravillado, y oigo cómo rasga el envoltorio de aluminio.
Sus dedos se deslizan desde la base de mi columna hacia mi sexo, y se demoran ligeramente sobre mi culo.
– Cuando estés lista, también querré esto. -Su dedo se adentra en mí. Jadeo con fuerza y noto cómo me tenso ante su delicada exploración-. Hoy no, dulce Ana, pero un día… te deseo en todas las formas posibles. Quiero poseer cada centímetro de tu cuerpo. Eres mía.
Yo pienso en el dilatador anal, y todo se contrae en mis entrañas. Sus palabras me provocan un gemido, y sus dedos siguen deslizándose hasta moverse alrededor de un territorio más familiar.
Momentos después, me penetra con fuerza.
– ¡Ay! Cuidado -grito, y se queda quieto.
– ¿Estás bien?
– No tan fuerte… deja que me acostumbre.
Él sale de mí despacio y vuelve a entrar con cuidado, llenándome, dilatándome, una vez, dos, y ya soy suya.
– Sí, bien, ahora sí -murmuro, gozando de la sensación.
Él gime, y empieza a coger ritmo. Se mueve… se mueve… despiadado… adelante, atrás, llenándome… y es delicioso. Me hace feliz estar indefensa, feliz rendirme a él, y feliz saber que puede perderse en mí del modo que desea. Soy capaz de hacer esto. Él me lleva a esos lugares oscuros, lugares que yo no sabía siquiera que existían, y juntos los llenamos de una luz cegadora. Oh, sí… una luz cegadora y violenta.
Y me dejo ir, gozando de lo que me hace, descubriendo esa dulce, dulce rendición, y vuelvo a correrme gritando muy fuerte su nombre. Y entonces él se queda quieto y vierte en mí todo su corazón y toda su alma.
– Ana, nena -grita, y se derrumba a mi lado.
Sus hábiles dedos deshacen las ataduras, y me masajea los tobillos y luego las muñecas. Cuando termina y por fin estoy libre, me acoge en sus brazos y me adormezco, exhausta.
Cuando recupero la conciencia, estoy acurrucada a su lado y él me está mirando fijamente. No tengo ni idea de qué hora es.
– Podría pasarme la vida contemplando cómo duermes, Ana -murmura, y me besa la frente.
Yo sonrío y me desperezo lánguidamente a su lado.
– No pienso dejar que te vayas nunca -dice en voz baja, y me rodea con sus brazos.
Mmm…
– No quiero marcharme nunca. No me dejes marchar nunca -musito medio dormida, sin fuerzas para abrir los párpados.
– Te necesito -susurra, pero su voz es una parte distante y etérea de mis sueños.
Él me necesita… me necesita… y cuando finalmente me deslizo en la oscuridad, mis últimos pensamientos son para un niñito de ojos grises y pelo cobrizo sucio y revuelto, que me sonríe tímidamente.
17
Mmm…
Christian me acaricia el cuello con la nariz y me despierto poco a poco.
– Buenos días, nena -susurra, y me mordisquea el lóbulo de la oreja.
Mis ojos se abren de golpe y se vuelven a cerrar enseguida. La brillante luz de la mañana inunda la habitación y, tumbado a mi lado, él me acaricia suave y provocativamente el pecho con la mano. Baja hasta la cadera, me agarra y me atrae hacia él.
Yo me desperezo, disfrutando de sus caricias, y noto su erección contra mi trasero. Oh. La alarma despertador estilo Christian Grey.
– Estás contento de verme -balbuceo medio dormida, y me retuerzo sugerentemente contra él.
Noto que sonríe pegado a mi mejilla.
– Estoy muy contento de verte -dice, y desliza la mano sobre mi estómago y más abajo, cubriéndome el sexo y explorándolo con los dedos-. Está claro que despertarse con usted tiene sus ventajas, señorita Steele.
Y me da delicadamente la vuelta, hasta quedar tumbada boca arriba.
– ¿Has dormido bien? -pregunta mientras sus dedos prosiguen su sensual tortura.
Me mira sonriendo… con esa deslumbrante sonrisa de modelo masculino cien por cien americano, una sonrisa fascinante de dentadura perfecta, que me deja completamente sin aliento.
Mis caderas empiezan a balancearse al ritmo de la danza que han iniciado sus dedos. Me besa recatadamente en los labios y luego desciende hasta el cuello, mordisqueando despacio, besando, y chupando. Gimo. Actúa con delicadeza, y su caricia es leve y celestial. Sus intrépidos dedos siguen bajando y desliza uno de ellos en mi interior, despacio, y sisea sobrecogido.