Выбрать главу

– No olvides que esta tarde a las siete hemos quedado con el doctor Flynn -dice, y me tiende la mano.

Cierro la puerta con el mando y se la tomo.

– No me olvidaré. Confeccionaré una lista de preguntas para hacerle.

– ¿Preguntas? ¿Sobre mí?

Asiento.

– Yo puedo contestar a cualquier pregunta que tengas sobre mí.

Christian parece ofendido.

Le sonrío.

– Sí, pero yo quiero la opinión objetiva de ese charlatán carísimo.

Frunce el ceño, y de repente me atrae hacia él y me sujeta con fuerza ambas manos a la espalda.

– ¿Seguro que es buena idea? -dice con voz baja y ronca.

Yo me echo hacia atrás y veo la larga sombra de la ansiedad acechando en sus ojos muy abiertos, y se me desgarra el alma.

– Si no quieres que lo haga, no lo haré.

Le miro y deseo borrar la preocupación de su rostro a base de caricias. Tiro de una de mis manos y él la suelta. Le toco la mejilla con ternura: el afeitado matutino la ha dejado muy suave.

– ¿Qué te preocupa? -pregunto con voz tranquila y dulce.

– Que me dejes.

– Christian, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? No voy a dejarte. Ya me has contado lo peor. No te abandonaré.

– Entonces, ¿por qué no me has contestado?

– ¿Contestarte? -murmuro con fingida inocencia.

– Ya sabes de qué hablo, Ana.

Suspiro.

– Quiero saber si soy bastante para ti, Christian. Nada más.

– ¿Y mi palabra no te basta? -dice exasperado, y me suelta.

– Christian, todo esto ha sido muy rápido. Y tú mismo lo has reconocido, estás destrozado de cincuenta mil formas distintas. Yo no puedo darte lo que necesitas -musito-. Eso no es para mí, sobre todo después de haberte visto con Leila. ¿Quién dice que un día no conocerás a alguien a quien le guste hacer lo que tú haces? ¿Y quién dice que tú no… ya sabes… te enamorarás de ella? De alguien que se ajuste mucho mejor a tus necesidades.

Pensar en Christian con otra persona me pone enferma. Bajo la mirada a mis manos entrelazadas.

– Ya he conocido a varias mujeres a las que les gusta hacer lo que me gusta hacer a mí. Y ninguna de ellas me atraía como me atraes tú. Nunca tuve la menor conexión emocional con ninguna de ellas. No me había sucedido nunca, excepto contigo, Ana.

– Porque nunca les diste una oportunidad. Has pasado demasiado tiempo encerrado en tu fortaleza, Christian. Mira, hablemos de esto más tarde. Tengo que ir a trabajar. Quizá el doctor Flynn nos pueda orientar esta noche.

Esta es una conversación demasiado importante para tenerla en un parking a las nueve menos diez de la mañana, y parece que Christian, por una vez, está de acuerdo. Asiente, pero con gesto cauteloso.

– Vamos -ordena, y me tiende la mano.

Cuando llego a mi mesa, me encuentro una nota pidiéndome que acuda directamente al despacho de Elizabeth. Mi corazón da un vuelco. Oh, ya está. Van a despedirme.

– Anastasia.

Elizabeth me sonríe amablemente y me señala una silla frente a su mesa. Me siento y la miro, expectante, confiando en que no oiga los latidos desbocados de mi corazón. Ella se alisa su densa cabellera negra y sus ojos azul claro me miran sombríos.

– Tengo malas noticias.

¡Malas, oh, no!

– Te he hecho venir para informarte de que Jack ha dejado la empresa de forma bastante repentina.

Me sonrojo. Para mí eso no es ninguna mala noticia. ¿Debería decirle que ya lo sabía?

– Su apresurada marcha ha dejado su puesto vacante, y nos gustaría que lo ocuparas tú de momento, hasta que encontremos un sustituto.

¿Qué? Siento que la sangre deja de circular por mi cabeza. ¿Yo?

– Pero si solo hace poco más de una semana que trabajo aquí.

– Sí, Anastasia, lo comprendo, pero Jack siempre estaba elogiando tu talento. Tenía muchas esperanzas depositadas en ti.

Me quedo sin respiración. Sí, claro: tenía muchas esperanzas en hacérselo conmigo.

– Aquí tienes una descripción detallada de las funciones del puesto. Estúdiala y podemos hablar de ello más tarde.

– Pero…

– Por favor, ya sé que es muy precipitado, pero tú ya has contactado con los autores principales de Jack. Tus anotaciones en los textos no han pasado desapercibidas a los otros editores. Tienes una mente aguda, Anastasia. Todos creemos que eres capaz de hacerlo.

– De acuerdo.

Esto no puede estar pasando.

– Mira, piénsatelo. Entretanto, puedes utilizar el despacho de Jack.

Se pone de pie, dando por terminada la reunión, y me tiende la mano. Se la estrecho, totalmente aturdida.

– Yo estoy encantada de que se haya ido -murmura, y una expresión de angustia aparece en su cara.

Dios santo. ¿Qué le habría hecho a ella?

Vuelvo a mi mesa, cojo mi BlackBerry y llamo a Christian.

Contesta al segundo tono.

– Anastasia, ¿estás bien? -pregunta, preocupado.

– Me acaban de dar el puesto de Jack… -suelto de sopetón-, bueno, temporalmente.

– Estás de broma -comenta, asombrado.

– ¿Tú has tenido algo que ver con esto? -pregunto más bruscamente de lo que pretendía.

– No… no, en absoluto. Quiero decir, con todos mis respetos, Anastasia, que solo llevas ahí poco más de una semana… y no lo digo con ánimo de ofender.

– Ya lo sé. -Frunzo el ceño-. Por lo visto, Jack me valoraba realmente.

– ¿Ah, sí? -dice Christian en tono gélido, y luego suspira-. Bueno, nena, si ellos creen que eres capaz de hacerlo, estoy seguro de que lo eres. Felicidades. Quizá deberíamos celebrarlo después de reunirnos con el doctor Flynn.

– Mmm… ¿Estás seguro de que no has tenido nada que ver con esto?

Se queda callado un momento, y después dice con voz queda y amenazadora:

– ¿Dudas de mí? Me enoja mucho que lo hagas.

Trago saliva. Vaya, se enfada muy fácilmente.

– Perdona -musito, escarmentada.

– Si necesitas algo, házmelo saber. Aquí estaré. Y, Anastasia…

– ¿Qué?

– Utiliza la BlackBerry -añade secamente.

– Sí, Christian.

No cuelga, como yo esperaba, sino que inspira profundamente.

– Lo digo en serio. Si me necesitas, aquí estoy.

Sus palabras son mucho más amables, conciliadoras. Oh, es tan voluble… cambia de humor como una veleta.

– De acuerdo -murmuro-. Más vale que cuelgue. Tengo que instalarme en el despacho.

– Si me necesitas… Lo digo en serio -murmura.

– Lo sé. Gracias, Christian. Te quiero.

Noto que sonríe al otro lado del teléfono. Me lo he vuelto a ganar.

– Yo también te quiero, nena.

Ah, ¿me cansaré alguna vez de que me diga esas palabras?

– Hablamos después.

– Hasta luego, nena.

Cuelgo y echo un vistazo al despacho de Jack. Mi despacho. Dios santo… Anastasia Steele, editora en funciones. ¿Quién lo habría dicho? Debería pedir más dinero.

¿Qué pensaría Jack si se enterara? Tiemblo al pensarlo, y me pregunto vagamente qué estará haciendo esta mañana; obviamente, no está en Nueva York como esperaba. Entro en mi nuevo despacho, me siento en el escritorio y empiezo a leer la descripción del trabajo.

A las doce y media, me llama Elizabeth.

– Ana, necesitamos que vengas a una reunión a la una en punto en la sala de juntas. Asistirán Jerry Roach y Kay Bestie… ya sabes, el presidente y el vicepresidente de la empresa, y todos los editores.

¡Maldición!

– ¿Tengo que preparar algo?

– No, es solo una reunión informal que tenemos una vez al mes. E incluye la comida.