Jung Chang
Cisnes Salvajes
Tres hijas de China
Título originaclass="underline" «Wild Swans»
© de la traducción: Gian Castelli Gair, 1993
A mi abuela y a mi padre, quienes no vivieron lo suficiente para ver este libro.
Nota De La Autora
Mi nombre, «Jung», se pronuncia «Yung» [1].
Los nombres de los miembros de mi familia y de los personajes públicos son reales, y han sido escritos tal y como generalmente se les conoce. Los nombres de otras personas aparecen disfrazados.
Existen dos símbolos fonéticos de especial dificultad: la X y la Q se pronuncian, respectivamente, como sh y ch.
He modificado los nombres oficiales de ciertas organizaciones chinas con objeto de describir sus funciones con mayor precisión. Así, describo xuan-chuan-bu como «Departamento de Asuntos Públicos» en lugar de «Departamento de Propaganda», y zhong-yang-wen-ge como «Autoridad de la Revolución Cultural» en vez de «Grupo de la Revolución Cultural».
Árbol Genealógico
Mapa
1. «Lirios dorados de ocho centímetros»
A los quince años de edad, mi abuela se convirtió en concubina de un general de los señores de la guerra quien, por entonces, era jefe de policía del indefinido Gobierno nacional existente en China. Corría el año 1924, y el caos imperaba en el país. Gran parte de su territorio, incluido el de Manchuria, donde vivía mi abuela, se hallaba bajo la autoridad de los señores de la guerra. La relación fue organizada por su padre, funcionario de policía de la ciudad provincial de Yixian, situada en el sudoeste de Manchuria, a unos ciento sesenta kilómetros al norte de la Gran Muralla y a cuatrocientos kilómetros al nordeste de Pekín.
Al igual que la mayor parte de las poblaciones chinas, Yixian estaba construida como una fortaleza. Se hallaba rodeada por una muralla de nueve metros de altura y más de tres metros y medio de espesor que, edificada durante la dinastía Tang (618-907 d.C), rematada por almenas y provista de dieciséis fortificaciones construidas a intervalos regulares, era lo bastante ancha como para desplazarse a caballo sin dificultad a lo largo de su parte superior. En cada uno de los puntos cardinales se abría una de las cuatro puertas de entrada a la ciudad, todas ellas dotadas de verjas exteriores de protección. Las fortificaciones, por su parte, se hallaban circundadas por un profundo foso.
El rasgo más llamativo de la ciudad era un alto campanario, lujosamente decorado y construido con una oscura arenisca. Había sido edificado originalmente en el siglo VI, coincidiendo con la introducción del budismo en la zona. Todas las noches, se hacía sonar la campana para indicar la hora, y a la vez era empleada como señal de alarma en caso de incendios o inundaciones. Yixian era una próspera ciudad de mercado. Las llanuras que la rodeaban producían algodón, maíz, sorgo, soja, sésamo, peras, manzanas y uvas. En las praderas y las colinas situadas al Oeste, los granjeros apacentaban ovejas y ganado vacuno.
Mi bisabuelo, Yang Ru-Shan, había nacido en 1894, cuando China entera se hallaba bajo el dominio de un emperador que residía en Pekín. La familia imperial estaba integrada por los manchúes que habían conquistado China en 1644 procedentes de Manchuria, territorio en el que mantenían su base. Los Yang eran han -chinos étnicos- y se habían aventurado al norte de la Gran Muralla en busca de nuevas oportunidades.
Mi bisabuelo era hijo único, lo que le convertía en un personaje de suprema importancia para su familia. Tan sólo los hijos podían perpetuar el nombre de las familias: sin ellos, la estirpe familiar se extinguiría, lo que para los chinos representaba la mayor traición a que uno podía someter a sus antepasados. Fue enviado a un buen colegio, con el objetivo de que superara con éxito los exámenes necesarios para convertirse en mandarín o funcionario público, entonces la máxima aspiración de la mayoría de los varones chinos. La categoría de funcionario traía consigo poder, y el poder representaba dinero. Sin poder o dinero, ningún chino podía sentirse a salvo de la rapacidad de la burocracia o de imprevisibles actos de violencia. Nunca había existido un sistema legal propiamente dicho. La justicia era arbitraria, y la crueldad era un elemento a la vez institucionalizado y caprichoso. Un funcionario poderoso era la ley. Tan sólo convirtiéndose en mandarín podía el hijo de una familia ajena a la nobleza escapar a ese ciclo de miedo e injusticia. El padre de Yang había decidido que su hijo no habría de continuar la tradición familiar de enfurtidores (fabricantes de fieltro), y tanto él como su familia realizaron los sacrificios necesarios para costear su educación. Las mujeres cosían hasta altas horas de la noche para los sastres y modistos locales. Con objeto de ahorrar, regulaban sus lámparas de aceite al mínimo absoluto necesario, lo que les producía lesiones visuales irreversibles. Las articulaciones de sus dedos se hinchaban a causa de las largas horas de trabajo.
De acuerdo con la costumbre de la época, mi bisabuelo se casó muy joven -a los catorce años de edad- con una mujer seis años mayor que él. Entonces, entre los deberes de la esposa se incluía el de ayudar a la crianza de su marido.
La historia de su esposa, mi bisabuela, era la típica de millones de mujeres chinas de la época. Provenía de una familia de curtidores llamada Wu. Al ser mujer y pertenecer a una familia en la que no existían intelectuales ni funcionarios, no fue bautizada con nombre alguno. Dado que era la segunda hija, era llamada simplemente «La muchacha número dos» (Er-ya-tou). Su padre había muerto cuando todavía era una niña, y pasó a ser educada por un tío. Un día, cuando sólo contaba seis años de edad, el tío estaba cenando con un amigo cuya mujer se encontraba embarazada. A lo largo de la cena, los dos hombres acordaron que si la criatura era un niño se casaría con la sobrina de seis años. Los dos jóvenes nunca llegaron a conocerse antes de la boda. De hecho, el enamoramiento era considerado algo casi vergonzoso, cual una desgracia familiar. No porque se tratara de un tabú -después de todo, existía en China una venerable tradición de amores románticos- sino porque los jóvenes no debían exponerse a situaciones en las que semejante cosa pudiera ocurrir, debido en parte a que cualquier encuentro entre ellos resultaba inmoral, y en parte a que el matrimonio se contemplaba fundamentalmente como un deber, como una alianza entre dos familias. Con suerte, uno llegaba a enamorarse después del matrimonio.
Tras catorce años de vida sumamente recogida, mi bisabuelo era poco más que un muchacho cuando llegó al matrimonio. La primera noche rehusó entrar en la cámara nupcial. Por el contrario, se acostó en el dormitorio de su madre y hubo que esperar a que se durmiera para llevarle al lecho de su esposa. Sin embargo, aunque era un niño mimado y aún necesitaba ayuda para vestirse, ésta afirmó que sabía bien cómo «plantar niños». Mi abuela nació un año después de la boda, en el quinto día de la quinta luna, a comienzos del verano de 1909. Su situación era mejor que la de su madre, ya que al menos obtuvo un nombre: Yu-fang. Yu -que significa «jade»- era su nombre de generación, compartido con el resto de los miembros de la misma, mientras que fang significa «flores fragantes».
[1] Para la presente edición los nombres propios chinos han sido transcritos fonéticamente siguiendo el sistema pinyin, adoptado internacionalmente -e incluso por la propia República Popular China- en 1979 para eliminar las dificultades a que daba lugar la existencia de los distintos sistemas de romanización existentes hasta entonces (Wade-Giles anglosajón, Escuela Francesa del Lejano Oriente [EFEO], Lessing alemán, etc.)- Según dicho sistema de transcripción fonética, nombres como Mao Tse-tung, Chu En-lai, etc., adoptaron la grafía, cada vez más familiar, de Mao Zedong, Zhou Enlai, etc. Así, la gran mayoría de los nombres de personas, lugares y cosas que aparecen en