Tan sólo restaba una alternativa: la puerta trasera.
La mayor parte de los directores del Comité de Ingreso de Sichuan eran viejos colegas de mi padre que habían sido rehabilitados y que aún admiraban su valor y su integridad. Sin embargo, y a pesar de lo mucho que deseaba para mí una formación universitaria, mi padre se negaba a solicitar su ayuda. «No sería justo para aquellos que no cuentan con poder alguno -decía-. ¿Qué sería de nuestro país si hubiera que hacer las cosas de este modo?» Yo comencé a discutir con él, pero acabé deshecha en lágrimas. En ese momento debí de mostrar un aspecto realmente desconsolado ya que, por fin, mi padre dijo: «De acuerdo. Lo haré.»
Le así del brazo y juntos fuimos caminando hasta un hospital situado a un kilómetro y medio al que había acudido uno de los directores del Comité de Ingreso para someterse a una revisión: prácticamente todas las víctimas de la Revolución Cultural tenían una salud extraordinariamente delicada como resultado de los sufrimientos padecidos. Mi padre caminaba lentamente, ayudándose con un bastón. Su antigua energía y agudeza habían desaparecido. Al verle avanzar arrastrando los pies, deteniéndose a intervalos para descansar y luchando a la vez con su mente y con su cuerpo, rae daban ganas de decir: «Regresemos», pero anhelaba desesperadamente ingresar en la universidad.
Una vez en los terrenos del hospital, nos sentamos en el borde de un puentecillo de piedra para descansar. Mi padre parecía estar atravesando un suplicio. Por fin, dijo: «¿Querrás perdonarme? Realmente, me resultaría muy difícil hacer esto…» Durante un instante, experimenté una oleada de resentimiento, y sentí deseos de gritarle que no existía una alternativa más justa. Quería decirle cuánto había soñado con asistir a la universidad y hacerle ver cuánto lo merecía por mi trabajo, por el resultado de mis exámenes y por haber sido elegida para ello. Sin embargo, era consciente de que él ya sabía todo aquello, y de que era él quien había hecho nacer en mí aquella sed de conocimientos. Aun así, conservaba sus principios, y precisamente porque le amaba debía aceptarle como era y comprender su dilema de moralista viviendo en un país en el que la moral era inexistente. Reprimiendo las lágrimas, dije: «Por supuesto», y regresamos a casa caminando en silencio.
¡Pero no había contado con la fortuna de los inagotables recursos de mi madre! Al punto, acudió a visitar a la esposa del jefe del Comité de Ingreso, quien a su vez habló con su marido. También fue a ver a los demás jefes y consiguió que me prestaran su apoyo. Hizo especial hincapié en los resultados de mis exámenes, pues sabía que con ello terminaría de convencer a aquellos antiguos seguidores del capitalismo. Por fin, en octubre de 1973, ingresé en el Departamento de Lenguas Extranjeras de la Universidad de Sichuan en Chengdu para aprender inglés.
26. «Olfatear los pedos de los extranjeros y calificarlos de dulces»
Desde su regreso de Pekín en otoño de 1972, la ocupación principal de mi madre había sido el cuidado de sus cinco hijos. Mi hermano pequeño, Xiao-fang, que entonces contaba diez años de edad, necesitaba una continua ayuda con sus estudios para compensar los años de colegio perdidos, y el futuro de sus otros hijos dependía en gran parte de ella.
La paralización de la sociedad durante más de seis años había creado un considerable número de problemas sociales que, sencillamente, se habían dejado sin resolver. Uno de los más graves lo constituían los millones de jóvenes que habían sido enviados al campo, todos los cuales se mostraban desesperados por volver a las ciudades. Tras la caída de Lin Biao, el regreso comenzó a ser posible para algunos de ellos, debido en parte a que el Estado necesitaba mano de obra para una economía urbana que entonces trataba de revitalizar. El Gobierno, sin embargo, hubo de limitar estrictamente su número debido a que en China existía la política estatal de controlar la población de las metrópolis, pues el Estado debía garantizar que la población urbana contara con alimentos, alojamiento y trabajo.
Así, se desencadenó una feroz competencia por obtener los escasos billetes de regreso. El Estado creó una normativa destinada a limitar su número. El matrimonio constituía uno de los criterios de exclusión. Una vez casado, ninguna organización urbana te aceptaba. A ello se debió que mi hermana viera rechazada su petición de trabajo y de ingreso en la universidad, únicas posibilidades de regreso a Chengdu. Se sentía profundamente desgraciada, ya que quería reunirse con su esposo; la fábrica en la que éste trabajaba había recobrado su funcionamiento normal, lo que le impedía trasladarse a Deyang para vivir con ella salvo en los períodos oficiales de permiso por matrimonio, esto es, apenas doce días al año. La única posibilidad que le restaba a mi hermana para regresar a Chengdu consistía en obtener un certificado que estableciera que padecía una enfermedad incurable, algo que hacían muchas jóvenes en su mismo caso. Mi madre la ayudó a conseguir uno, emitido por un médico amigo, en el que se afirmaba que Xiao-hong sufría cirrosis hepática. Regresó a Chengdu a finales de 1972.
El único modo de resolver los problemas era a través de contactos personales. Todos los días acudía gente a ver a mi madre: maestros, médicos, enfermeras, actores y funcionarios de rango poco elevado en busca de ayuda para traer a sus hijos del campo. A menudo, mi madre constituía su única esperanza, y aunque por entonces no trabajaba, se esforzaba incansablemente por pulsar cuantos resortes podía. Mi padre, por el contrario, no ayudaba: estaba demasiado imbuido por sus propias convicciones para empezar a hacer «apaños».
Incluso cuando las vías oficiales funcionaban, los contactos personales resultaban esenciales para asegurar un proceso sin obstáculos y evitar una posible catástrofe. Mi hermano Jin-ming abandonó su poblado en marzo de 1972. En su comuna había dos organizaciones ocupadas en reclutar nuevos trabajadores: una era una fábrica de componentes eléctricos situada en la capital del condado; la otra, una empresa no especificada perteneciente al Distrito Oriental de Chengdu. Jin-ming quería regresar a Chengdu, pero mi madre realizó averiguaciones entre sus amigos del Distrito Oriental y descubrió que la empresa en cuestión no era otra cosa que un matadero. Jin-ming retiró inmediatamente su solicitud y entró a trabajar en la fábrica local.
Se trataba de una enorme factoría que había sido desplazada allí desde Shanghai en 1966 como parte del proyecto de Mao para trasladar la industria a las montañas de Sichuan en previsión de un ataque soviético o norteamericano. Jin-ming logró impresionar a sus compañeros por su honestidad y su capacidad de trabajo, y en 1973 fue uno de los cuatro jóvenes elegidos por los trabajadores de la fábrica entre cuatrocientos solicitantes para ingresar en la universidad. Aprobó sus exámenes brillantemente y sin esfuerzo pero, dado que mi padre aún no había sido rehabilitado, mi madre hubo de asegurarse de que la universidad no fuera a verse disuadida al realizar la «investigación política» entonces obligatoria, sino que adquiriera la impresión de que su rehabilitación era inmediata. Asimismo, hubo de mantenerse alerta para evitar que Jin-ming pudiera verse desplazado por los posibles contactos de algún solicitante frustrado. En octubre de 1973, año en que ingresé en la Universidad de Sichuan, Jin-ming fue admitido en la Escuela de Ingenieros de China Central emplazada en Wuhan para estudiar técnicas de vaciado. Hubiera preferido estudiar física pero, de cualquier modo, se sentía en el séptimo cielo. Mientras Jin-ming y yo nos preparábamos para ingresar en la universidad, mi segundo hermano, Xiao-hei, vivía en un estado de completo desaliento. La condición básica para realizar estudios académicos era haber sido anteriormente obrero, campesino o soldado, y él no había sido ninguna de las tres cosas. El Gobierno continuaba expulsando en masa a los jóvenes de las ciudades hacia zonas rurales, lo que para mi hermano constituía el único futuro posible aparte de entrar en las fuerzas armadas. Para esto último, sin embargo, había decenas de solicitudes, y la única posibilidad de conseguirlo era utilizando algún contacto.