Era guapo y poseía una fuerte personalidad que impresionaba a cuantos le conocían. Los numerosos ciegos adivinadores del futuro que habían palpado su rostro habían predicho que alcanzaría una posición elevada. Era un hábil calígrafo, habilidad sumamente estimada por entonces, y en 1908 un militar llamado Wang Huai-qing que se hallaba de visita en Lulong advirtió la hermosa caligrafía sobre una placa que colgaba de la verja del templo mayor y pidió que le presentaran al nombre que la había realizado. Al general le agradó Xue, quien entonces contaba treinta y dos años de edad, y le ofreció convertirse en su edecán.
Gracias a su considerable eficacia, Xue no tardó en ser ascendido a oficial de intendencia. Ello implicaba frecuentes viajes, en los que comenzó a adquirir sus propios comercios de alimentación en la zona de Lulong y en los territorios situados al otro lado de la Gran Muralla, en Manchuria. Su rápida ascensión se vio estimulada al prestar ayuda al general Wang para sofocar un alzamiento en la Mongolia interior. Al cabo de poco tiempo, había amasado una fortuna con la que se diseñó y construyó una mansión de ochenta y una habitaciones en Lulong.
Durante la década posterior a la caída del imperio, la mayor parte del país no se hallaba sometida a la autoridad de gobierno alguno. En breve, diversos militares poderosos comenzaron a luchar por el control del Gobierno central de Pekín. La facción de Xue, encabezada por un jefe militar llamado Wu Pei-fu, dominó el Gobierno nominal de Pekín a comienzos de la década de los veinte. En 1922, Xue se convirtió en inspector general de la Policía Metropolitana y en uno de los dos jefes del Departamento de Obras Públicas de Pekín. Dominaba veinte regiones situadas a ambos lados de la Gran Muralla, y tenía bajo su mando a más de diez mil policías de caballería e infantería. Su posición en la policía le proporcionaba poder, mientras que su cargo en Obras Públicas aumentaba su influencia política.
Las alianzas eran poco sólidas. En mayo de 1923, la facción del general Xue decidió desembarazarse del presidente que había llevado al poder tan sólo un año antes, Li Yuan-hong. En unión con un general llamado Feng Yu-xiang (jefe militar cristiano convertido en personaje legendario por haber bautizado a sus tropas en masa con una manguera), Xue movilizó a sus diez mil hombres y rodeó los principales edificios gubernamentales de Pekín, solicitando las pagas atrasadas que el gobierno en quiebra debía a sus hombres. Su objetivo real era el de humillar al presidente Li y obligarle a dimitir. Li rehusó hacerlo, por lo que Xue ordenó a sus hombres cortar el suministro de agua y electricidad del palacio presidencial. Al cabo de unos pocos días, las condiciones en el interior del edificio se volvieron insostenibles, y en la noche del 13 de junio el presidente Li abandonó su maloliente residencia y huyó de la capital en dirección a la ciudad portuaria de Tianjin, situada a cien kilómetros al Sudeste.
En China, la autoridad de un cargo se basaba no sólo en quien lo ejercía sino en los sellos oficiales. Aunque estuviera firmado por el propio presidente, ningún documento era válido si no mostraba su sello. Sabiendo que nadie podría acceder a la presidencia sin ellos, el presidente Li dejó los sellos en poder de una de sus concubinas, convaleciente en un hospital de Pekín dirigido por misioneros franceses.
Ya en las cercanías de Tianjin, el tren del presidente Li fue detenido por policías armados, los cuales le exigieron la entrega de los sellos. Al principio, se negó a revelar dónde los había ocultado, pero al cabo de unas cuantas horas terminó por ceder. A las tres de la mañana, el general Xue acudió al hospital francés con la intención de arrebatárselos a la concubina. Al principio, la mujer se negó a mirar siquiera al hombre que esperaba junto a su cama: «¿Cómo puedo entregar los sellos del presidente a un simple policía?», dijo con altivez. Pero el general Xue, resplandeciente en su uniforme nuevo, mostraba un aspecto tan intimidante que no tardó en depositarlos en sus manos.
A lo largo de los cuatro meses que siguieron, Xue se sirvió de su policía para asegurarse de que Tsao Kun, el hombre que su facción deseaba elevar a la presidencia, ganara lo que se anunciaba como una de las primeras elecciones celebradas en China. Hubo que sobornar a los ochocientos cuatro miembros del Parlamento. Xue y el general Feng emplazaron a sus guardias en el edificio del Parlamento e hicieron saber que habría una generosa recompensa para todos aquellos que votaran como era debido, lo que hizo retornar a numerosos diputados de sus provincias. Cuando ya se hallaba todo preparado para la elección, había en Pekín quinientos cincuenta y cinco miembros del Parlamento. Cuatro días antes, y tras intensas negociaciones, les fueron entregados a cada uno cinco mil yuanes de plata, una suma entonces considerable. El 5 de octubre de 1923, Tsao Kun fue elegido presidente de China con cuatrocientos ochenta votos a favor. Xue fue recompensado con su ascenso a general. También fueron ascendidas diecisiete «consejeras especiales», todas ellas favoritas o concubinas de los diversos generales y jefes militares. Este episodio ha pasado a formar parte de la historia china como notorio ejemplo del modo en que unas elecciones pueden ser manipuladas, y la gente aún lo cita para argumentar que la democracia nunca funcionará en China.
A comienzos del verano del año siguiente, el general Xue visitó Yixian, población que, si bien no era de gran tamaño, sí resultaba importante desde el punto de vista estratégico. Fue más o menos en aquella zona donde el poder del Gobierno de Pekín comenzó a agotarse. Más allá, el poder recaía en manos del gran jefe militar del Nordeste, Chang Tso-lin, conocido como el Viejo Mariscal. Oficialmente, el general Xue se hallaba realizando un viaje de inspección, pero también tenía intereses personales en la zona. En Yixian poseía los principales almacenes de grano y las mayores tiendas, incluyendo una casa de empeños que hacía las veces de banco y emitía una moneda propia que circulaba en la población y sus alrededores.
Para mi bisabuelo, aquello representaba una ocasión única en la vida: nunca tendría otra de aproximarse tanto a un personaje realmente importante. Se las ingenió para encargarse personalmente de la escolta del general Xue y reveló a su esposa que planeaba casarle con su hija. No le pidió su beneplácito, sino que sencillamente se lo comunicó. Independientemente del hecho de que se tratara de un procedimiento habitual durante la época, sucedía también que mi bisabuelo despreciaba a su esposa.
Mi bisabuela lloró, pero no dijo nada. Su esposo le comunicó que no debía decir absolutamente nada a su hija. Ni siquiera se mencionó la posibilidad de consultar con ella. El matrimonio era una transacción, y no una cuestión de sentimientos. La muchacha sería informada cuando se organizara la boda.
Mi bisabuelo sabía que debía dirigirse al general Xue de un modo indirecto. Una oferta explícita de la mano de su hija reduciría su valor, y existía también la posibilidad de que fuera rechazada. Había que proporcionar al general Xue la ocasión de admirar lo que le estaba siendo ofrecido. En aquellos tiempos, una mujer respetable no podía ser presentada a un extraño, por lo que Yang tuvo que ingeniárselas para lograr que el general Xue viera a su hija. El encuentro tenía que parecer accidental.
En Yixian existía un espléndido templo budista de novecientos años de antigüedad. Construido con maderas nobles, alcanzaba una altura aproximada de unos treinta metros. Se hallaba situado en un elegante recinto en el que se alineaban hileras de cipreses que cubrían un área de más de un kilómetro cuadrado de extensión. En su interior había una estatua de Buda de nueve metros de altura pintada de vivos colores, y el interior del templo se hallaba cubierto de delicados murales en los que se describían escenas de su vida. Un lugar obvio al que Yang podía llevar a un importante personaje que se encontrara de visita. Por otra parte, los templos eran uno de los pocos lugares a los que las mujeres de buena familia podían acudir solas.