Con ello, Yang había proporcionado al general Xue la ocasión de admirar la belleza y la inteligencia de su hija. La cualidad final era su talento artístico. Dos noches después, invitó al general a cenar a su casa. Era una noche clara y templada, y había luna llena: una atmósfera perfecta para escuchar el qin. Después de cenar, los hombres se sentaron en el mirador, y mi abuela recibió la orden de interpretar música en el patio. Su actuación encantó al general Xue, sentado bajo un emparrado en el que flotaba el aroma de las jeringuillas. Más tarde, el general habría de revelar a mi abuela que con aquella representación a la luz de la luna le había arrebatado el corazón. Cuando nació mi madre, la bautizó con el nombre de Bao Qin, que significa «Preciosa cítara».
Antes de que concluyera la velada ya había pedido su mano; no directamente a ella, claro está, sino a su padre. No realizó una propuesta de matrimonio, sino que sugirió que mi abuela se convirtiera en su concubina. Pero era todo lo que había esperado Yang. Para entonces, la familia Xue habría ya dispuesto para el general un matrimonio basado en consideraciones de tipo social. En cualquier caso, los Yang eran demasiado humildes para dotarle de una esposa. Sin embargo, se esperaba que un hombre como el general Xue dispusiera de concubinas. Eran ellas, y no las esposas, quienes se hallaban destinadas al placer. Las concubinas podían llegar a adquirir un poder considerable, pero su categoría social era muy distinta de la de una esposa. Una concubina era una suerte de querida oficial que el hombre adquiría y abandonaba a voluntad.
La primera noticia que tuvo mi abuela acerca del destino que se le avecinaba fue cuando su madre se lo comunicó, pocos días antes del acontecimiento. Mi abuela inclinó la cabeza y lloró. Detestaba la idea de ser una concubina, pero su padre ya había tomado la decisión, y a nadie se le hubiera ocurrido enfrentarse a sus progenitores. Discutir una decisión paterna se consideraba «antifilial», y el comportamiento antifilial equivalía a una traición. Incluso si rehusaba someterse a los deseos de su padre, nadie la tomaría en serio. Su acción se interpretaría como una indicación de que quería permanecer con ellos. El único modo de negarse de un modo verosímil habría consistido en suicidarse, por lo que mi abuela se mordió los labios y no dijo nada. De hecho, no había nada que pudiera decir. Incluso decir que sí se hubiera considerado impropio de una dama, pues hubiera implicado que ansiaba separarse de sus padres.
Al advertir cuan desdichada se sentía, su madre le aseguró que se trataba de la mejor unión posible. Su esposo le había hablado del poder del general Xue: «En Pekín dicen, “Cuando el general Xue da una patada en el suelo, tiembla toda la ciudad”.» Lo cierto es que mi abuela se había sentido considerablemente impresionada por el porte apuesto y marcial del general, a la vez que se sentía adulada por las palabras de admiración que había pronunciado ante su padre acerca de ella, palabras que ahora eran repasadas y embellecidas. Ninguno de los hombres de Yixian poseía el empaque del general, y a sus quince años de edad ignoraba lo que significaba realmente ser una concubina y confiaba en que podría conquistar el amor del general Xue y llevar una vida feliz.
El general Xue había dicho que podía quedarse en Yixian, en una casa que compraría especialmente para ella. Ello significaba que podría conservar la proximidad con su familia y, más importante aún, que no tendría que vivir en la residencia del general, donde habría tenido que someterse a la autoridad de su esposa y del resto de las concubinas, todas las cuales habrían tenido derechos de antigüedad sobre ella. En la residencia de un potentado como el general Xue, las mujeres eran prácticamente unas prisioneras viviendo en un estado de murmuración y calumnia permanentes provocado en gran parte por la inseguridad. La única seguridad de que gozaban era el favor de su esposo. La oferta del general Xue de comprarle una casa significaba mucho para mi abuela, al igual que su promesa de solemnizar la unión con una ceremonia nupcial completa. Ello suponía que ella y su familia adquirirían una importancia considerable. Asimismo, existía una consideración final sumamente importante para ella: ahora que su padre se hallaba satisfecho, confiaba en que mejorara el trato que daba a su madre.
La señora Yang sufría epilepsia, lo que la convertía en despreciable a los ojos de su marido. A pesar de mostrarse siempre humilde, él la trataba como si fuera una basura, sin mostrar inquietud alguna por su salud. Durante años, le reprochó no haberle dado un hijo. Mi bisabuela sufrió una larga serie de abortos tras el nacimiento de mi abuela, hasta que, en 1917, nació una nueva criatura. Una vez más, era una niña.
Mi bisabuelo se mostraba obsesionado por la idea de tener el dinero suficiente como para disponer de concubinas. La «boda» le permitió ver cumplido este deseo, pues el general Xue obsequió a la familia con espléndidos presentes nupciales de los que fue él el principal beneficiario. Los regalos eran realmente magníficos, tal y como correspondía a la categoría del general.
El día de la boda, llevaron a casa de los Yang una silla de mano tapizada con un grueso tejido de seda bordada con brillantes colores. Junto a ella, acudió una procesión en la que se portaban letreros, estandartes y farolillos de seda decorados con doradas imágenes del fénix, el símbolo más grandioso para una mujer. De acuerdo con la tradición, la ceremonia nupcial tuvo lugar al atardecer, entre una multitud de faroles rojos que alumbraban el crepúsculo. Había una orquesta de tambores, címbalos y penetrantes instrumentos de viento que interpretaron alegres melodías. El ruido se consideraba parte esencial de una buena boda, ya que el silencio habría sugerido que el acontecimiento tenía algo de vergonzoso. Mi abuela apareció espléndidamente ataviada de brillantes bordados, con un velo de seda roja cubriendo su cabeza y su rostro. Ocho hombres la transportaron hasta su nueva casa en la silla de mano. En el interior de ésta hacía un calor sofocante y, discretamente, retiró la cortinilla unos pocos centímetros. Atisbando bajo el velo, se alegró de ver la gente que contemplaba la procesión desde la calle. Aquello era muy distinto a lo que hubiera podido esperar una simple concubina: apenas una pequeña silla de mano tapizada con algodón simple de un soso color índigo y transportada por dos o, cuando más, cuatro personas, todo ello sin procesiones ni música. La comitiva recorrió toda la población, visitando sus cuatro entradas, tal y como exigía el ritual completo, y exhibiendo los lujosos regalos en carretas y en grandes cestos de mimbre transportados a su paso. Una vez hubo sido exhibida por toda la ciudad, llegó por fin a su nuevo hogar, una residencia grande y elegante. Al verla, se sintió satisfecha. La pompa y la ceremonia le hacían sentir que había ganado prestigio y estima. Ninguno de los habitantes de Yixian recordaba haber visto un acontecimiento semejante.
Cuando llegó a la casa, descubrió que allí la esperaba el general Xue, ataviado con su uniforme completo y rodeado por los dignatarios locales. El salón, estancia central de la casa, aparecía iluminado por velas rojas y brillantes lámparas de gas, y en él tuvo lugar la ceremonia del kowtow frente a las imágenes del Cielo y la Tierra. A continuación, todos se saludaron mutuamente por medio del kowtow y mi abuela, de acuerdo con la costumbre, penetró sola en la cámara nupcial mientras el general Xue partía a celebrar un espléndido banquete con los hombres.
El general Xue no abandonó la casa en tres días. Mi abuela se sentía feliz. Creía amarle, y él no dejaba de mostrar hacia ella una especie de áspero afecto. Sin embargo, rara vez hablaba con ella acerca de cuestiones serias, tal y como recomendaba el dicho tradicionaclass="underline" «Las mujeres poseen cabello largo e inteligencia corta.» En China, el hombre debía mantener una actitud discreta y distante incluso con su familia. Así pues, mi abuela guardó silencio y se limitó a aplicarle masaje en los dedos de los pies antes de levantarse por la mañana y a tocar el qin para él al llegar el atardecer. Al cabo de una semana, el general le comunicó que tenía que partir. No le dijo adonde iba y ella sabía muy bien que no convenía preguntar. Su deber era esperarle hasta que regresara. Hubo de esperar seis años.
En septiembre de 1924 se desataron las luchas entre las dos principales facciones militares del norte de China. El general Xue fue ascendido a comandante en jefe de la guarnición de Pekín, pero al cabo de unas pocas semanas su viejo aliado cristiano -el general Feng- se pasó al bando contrario. El 3 de noviembre, fue obligado a dimitir Tsao Kun, a quien el general Xue y el general Feng habían ayudado a convertirse en presidente el año anterior. Aquel mismo día, la guarnición de Pekín fue disuelta y, dos días después, ocurrió lo propio con la policía. El general Xue se vio obligado a huir de la capital precipitadamente. Se retiró a una casa que poseía en Tianjin, en la concesión francesa, donde se gozaba de inmunidad extraterritorial. Se trataba del mismo lugar al que el presidente Li había huido un año antes, cuando Xue le expulsó del palacio presidencial.
Entretanto, mi abuela se vio atrapada por las continuas luchas. El control del Nordeste constituía un elemento vital en la lucha de todos los ejércitos, y las poblaciones situadas a lo largo de la vía del ferrocarril representaban objetivos particularmente importantes, en especial si -como era el caso de Yixian- se trataba de estaciones de empalme. Poco después de la partida del general Xue, la lucha llegó hasta las mismas murallas de la ciudad, junto a las que se desarrollaron feroces combates. Imperaban los saqueos. Una compañía italiana de armamento había anunciado a los empobrecidos jefes militares que aceptarían «pueblos saqueables» como garantía de sus suministros. Las violaciones eran igualmente frecuentes. Al igual que muchas otras mujeres, mi abuela hubo de ennegrecerse el rostro con hollín para adquirir un aspecto sucio y desagradable. Aquella vez, Yixian salió de la situación prácticamente intacta. La lucha terminó por desplazarse hacia el Sur y la situación volvió a la normalidad.