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»Ninguna ecología cerrada puede ser completamente eficiente. Siempre hay residuos, pérdidas, alguna degradación del ambiente y la aparición de agentes contaminadores. Puede tardarse billones de años envenenar un planeta y acabar con él, pero terminará ocurriendo. Los océanos se secarán; la atmósfera se desvanecerá.

»Para nuestra concepción de las medidas, Rama es enorme.*Y sin embargo sigue siendo un planeta muy diminuto. Mis cálculos, basados en la filtración a través de su corteza y algunas suposiciones razonables respecto al índice del desarrollo biológico indican que su ecología sólo pudo sobrevivir durante, aproximadamente, mil años. A lo sumo le concedería diez mil.

»Eso seria tiempo suficiente, a la velocidad que viaja Rama, para un tránsito entre los soles amontonados en el corazón de la galaxia. Pero no para aquí, entre la población dispersa de los brazos en espiral. Rama es un barco que agotó sus provisiones antes de alcanzar su destino. Es como un barco abandonado, flotando sin rumbo entre las estrellas.

»Sólo hay una objeción seria a esta teoría, y la expondré antes de que otro lo haga. La órbita de Rama apunta con tanta precisión al sistema solar, que la coincidencia parece descartada. En realidad, yo diría que se está aproximando demasiado al Sol. El Endeavour tendrá que separarse de Rama mucho antes del perihelio para eludir el peligro del recalentamiento.

»No pretendo comprender esto. Tal vez hay alguna forma de guía automática terminal que continúa operando y conduciendo a Rama hacia la estrella apropiada más próxima, siglos después que sus constructores murieron.

—Y Rama está muerto. Comprometeré mi reputación en ese aserto. Todas las muestras obtenidas de su interior son absolutamente estériles. No hemos encontrado un solo microorganismo. En cuanto a la voz que se ha corrido, y que menciona la posibilidad de que haya vida suspendida, les aconsejo que la ignoren por completo. Hay razones fundamentales para que las técnicas de hibernación sólo produzcan efecto durante unos pocos siglos, y debemos recordar que en este caso nos enfrentamos con espacios de tiempo infinitamente más largos.

»Así pues, los del grupo Pandora y sus simpatizantes no tienen ningún motivo para preocuparse. Por mi parte, lo siento. Habría sido maravilloso el encuentro con otras especies inteligentes.

»Pero al menos hemos hallado respuesta a un viejísimo interrogante. No estamos solos en el Universo. Las estrellas no volverán a ser ya las mismas para nosotros.

10 .Descenso en la oscuridad

El comandante Norton se sintió tremendamente tentado, pero, como capitán, su primer deber era para con su nave. Si algo iba mal en este primer ensayo, él debería ser el primero en volver a ella.

Esto dejaba a su segundo oficial, el teniente comandante Mercer, como la elección obvia. Norton admitía de buena gana que Karl estaba mejor preparado que él para la misión.

Una autoridad en los sistemas de supervivencia, Mercer habla escrito algunos textos clásicos sobre el tema. Había verificado personalmente la resistencia y utilidad de innumerables tipos — de equipamiento, a menudo en condiciones peligrosas, y era famoso por el control que ejercía sobre su cuerpo. En un instante podía reducir su pulso en un cincuenta por ciento y contener la respiración casi por completo más de diez minutos. Esta útil habilidad le había salvado la vida en más de una ocasión.

Y sin embargo, a pesar de su capacidad e inteligencia, carecía casi por completo de imaginación. Para él, los experimentos y misiones más peligrosas eran sólo trabajos de rutina que debían cumplirse. jamás corría riesgos innecesarios y no tenía en mucho lo que habitualmente se conoce como coraje.

Los dos lemas que campeaban sobre su escritorio resumían su filosofia de la vida. Uno preguntaba: «¿Qué se olvida usted?», y el otro decía: «Ayude a extirpar la valentía—. El hecho de considerarlo como el hombre más valiente de la tripulación era lo único capaz de sacarlo de quicio.

Elegido Mercer, quedaba automáticamente seleccionado el segundo hombre: su inseparable compañero, el teniente Joe Calvert. Resultaba un tanto dificil comprender qué tenían en común estos dos. Joe Calvert, de constitución delicada, sensitivo, contaba diez años menos que su estólido e imperturbable amigo, quien por cierto no compartía su apasionado interés por el arte de¡ cine primitivo.

Pero nadie puede predecir dónde brillará el relámpago, y años antes Mercer y Calvert habían establecido una relación aparentemente estable. Eso era bastante corriente. Mucho menos usual era el hecho de que también compartían una esposa allá, en la Tierra, que les habla dado un hijo a cada uno. Norton confiaba en llegar algún día a conocerla; debía de ser una mujer muy notable. El triángulo tenia ya una duración de cinco años, y parecía seguir siendo equilátero.

Dos hombres no bastaban para un equipo de exploración. Mucho tiempo antes se había descubierto que tres era el número ideal porque si un hombre se perdía, dos podían todavía escapar, mientras que un solo sobreviviente estaría quizá condenado.

Después de mucho reflexionar, Norton eligió al sargento técnico Willard Myron. Un genio de la mecánica, capaz de hacer funcionar cualquier cosa o diseñar algo mejor si eso era imposible, Myron resultaba el hombre ideal para identificar piezas de equipo distintas de todo lo conocido. En su largo año sabático como profesor adjunto de Astrotécnica, el sargento se negó a aceptar un cargo militar con el pretexto de que no deseaba estorbar la promoción de oficiales de carrera más merecedores que él. Nadie tomó esta explicación en serio, ya que nadie ignoraba que Will daba cero en ambición personal. Llegaría al rango de sargento espacial, pero jamás se convertiría en un profesor titular. Myron, como muchos otros antes que él, había descubierto el feliz equilibrio entre el poder y la responsabilidad.

Mientras se deslizaban a través de la última cámara de descompresión y flotaban a lo largo del eje sin peso de Rama, Calvert se descubrió, como a menudo le ocurría, viviendo los pasajes de una película. A veces se preguntaba si debería tratar de curarse de ese hábito, aunque no le veía ninguna desventaja. Al contrario, podía volver interesantes aun las situaciones más tediosas, y, ¿quién sabe? un día esto podía salvarle la vida, podía recordar, por ejemplo, lo que habían hecho Fairbanks, Connery o Hiroshi en circunstancias similares.

Esta vez iba a entrar en acción, en una de las guerras de principios del siglo veinte. Karl Mercer era el sargento al mando de una patrulla de tres hombres enviada en una incursión nocturna a la tierra de nadie. No le era demasiado dificil imaginar que se encontraban en el fondo de un inmenso cráter producido por la explosión de una bomba, si bien un cráter que había sido en alguna forma trabajado y expertamente convertido en una serie de terrazas ascendentes.

El cráter en cuestión estaba inundado de luz procedente de tres arcos de plasma, que difundían por toda la cavidad una luminosidad sin sombras. Pero, más allá, en el borde de la terraza más distante, reinaban la oscuridad y el misterio.

Con los ojos de su mente, Calvert veía muy bien lo que había allí. En primer término, la lisa planicie circular que podía medir un kilómetro de parte a parte. Seccionándola en tres partes iguales, y semejantes a tres anchas vías ferroviarias, habla tres escalas, con sus peldaños incrustados en la superficie de modo que no significaran una obstrucción para nada que se deslizara sobre ella. Puesto que la disposición era completamente simétrica, no había razón para escoger una escala con preferencia a otra; la más próxima a la abertura Alfa había sido elegida sólo por una cuestión de conveniencia.

Si bien los peldaños de esas escalas estaban incómodamente distanciados, ello no presentaba un problema. Aun en el borde del cubo, a medio kilómetro del eje, la gravedad seguía siendo apenas una trigésima parte de la de la Tierra. Aunque llevaban casi cien kilos de equipo y carga para supervivencia, podrían moverse fácilmente y utilizar las manos.