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—De acuerdo con nuestra última información —Comenzó Perera—, un grupo se encuentra ahora camino del Mar Cilíndrico, mientras que el comandante Norton ha puesto a otro grupo a trabajar en la instalación de una base de suministros al pie de la Escalera Alfa. Cuando haya sido establecida, piensa tener lo menos dos misiones exploratorias operando al mismo tiempo. Confía en esa forma utilizar su limitado poder humano al máximo de su eficiencia.

»Es un plan excelente, pero puede no haber tiempo para llevarlo a la práctica. Yo aconsejaría un alerta inmediato, y la preparación para un retiro eventual completo de hombres y efectos en un plazo de doce horas. Permítanme que me explique.

»Es sorprendente lo poco que se ha comentado una anomalía bastante obvia referente a Rama. Rama se encuentra dentro de la órbita de Venus, y sin embargo su interior sigue helado. ¡Y la temperatura de un objeto expuesto a la acción directa del sol en este punto es de lo menos quinientos grados!

»La razón, naturalmente, es que Rama no ha tenido tiempo de calentarse. Debe haberse enfriado hasta casi el cero absoluto, 270 grados bajo cero, mientras viajaba a través del espacio interestelar. Ahora, al aproximarse al Sol, su corteza exterior debe tener la temperatura del acero fundido. Pero el interior seguirá frío hasta que el calor traspase ese kilómetro de roca.

»Si no recuerdo mal, existe una especie de postre muy original, con una corteza caliente y helado en el medio… no sé qué nombre le dan.

—Alaska horneado». Por desgracia no me gusta y lo sirven siempre en los banquetes de Planetas Unidos.

—Gracias, Sir Robert. Esa es la situación de Rama por el momento, calor por fuera y frío por dentro, pero no se prolongará. Durante todas estas semanas, el calor del Sol ha estado abriéndose paso a través de su corteza, y podemos esperar una repentina y violenta elevación de la temperatura en el término de unas pocas horas. No es ése el problema, sin embargo; sea como fuere, para cuando el comandante Norton y los suyos deban abandonar Rama, la temperatura no será más que confortablemente tropical.

—¿Cuál es entonces la dificultad que prevé usted, doctor Perera ?

—Puedo responder con una sola palabra, señor embajador: huracanes.

15. La orilla del mar

Habla ahora más de veinte hombres y mujeres en el interior de Rama; seis de ellos en la planicie, el resto llevando equipo y provisiones a través del sistema de entrada y por la escalera.

La nave espacial había quedado casi desierta, con el mínimo posible de personal. El chiste corriente era que el Endeavour estaba ahora al mando de los cuatro chimpancés, y que Goldie había sido elevada al grado de comandante en jefe.

Para estas primeras exploraciones, Norton había establecido una serie de reglas; la más importante tenía su origen en las primeras tentativas hechas por el hombre para la conquista del espacio. Cada grupo, decidió, debla contar con una persona con experiencia previa. Pero no más de una. De esa forma, todos tendrían oportunidad de aprender lo más rápido posible.

Y así, el primer grupo que salió con destino al Mar Cilíndrico, si bien estaba encabezado por la Comandante Médico Laura Ernst, estaba integrado también por el veterano de un viaje, Boris Rodrigo, recién llegado de París. Su tercer miembro, el sargento Pieter Rousseau, había estado con los equipos de apoyo, en el cubo. Era un experto en instrumental de reconocimiento espacial, aunque en este viaje tendría que depender de sus propios ojos y un pequeño telescopio portátil.

Desde lo alto de la Escalera Alfa hasta el borde del mar había apenas quince kilómetros, un equivalente de ocho de la tierra en la baja gravedad de Rama. Laura Ernst, quien debía probar que estaba a la altura de sus propias exigencias, inició el viaje con paso vivo. Se detuvieron treinta minutos en la marca del centro, y completaron el viaje en tres horas sin novedad.

También fue monótono seguir caminando a favor del haz luminoso del reflector a través de la oscuridad sin ecos de Rama. Al avanzar con ellos, ese círculo de luz fue alargándose lentamente en una estrecha elipse; ese escorzo de la luz era el único signo visible de que avanzaban. Si los observadores allá arriba, en el cubo, no les hubieran proporcionado continuas verificaciones de distancia, no habrían sabido si llevaban recorrido un kilómetro, o cinco, o diez. Seguían adelante, a través de esa noche de un millón de años, sobre una superficie de metal al parecer sin uniones.

Pero al fin, a lo lejos, en los límites de la luz decreciente del reflector, apareció algo nuevo. En un mundo normal habría sido un horizonte; al aproximarse, los exploradores comprobaron que la planicie que recorrían terminaba bruscamente en un punto. Se estaban aproximando al borde del mar.

—Sólo faltan cien metros —anunciaron desde el puesto de control en el cubo—. Conviene que vayan más despacio.

Esto no parecía tan necesario, y sin embargo ya habían disminuido el ritmo de la marcha. Desde el nivel de la planicie al nivel del mar —si era un mar y no otra capa de ese misterioso material cristalino— había una brusca pendiente de cincuenta metros. Aunque Norton les había prevenido contra el peligro de dar nada por sentado en Rama, pocos dudaban de que se trataba realmente de un mar helado. Pero, ¿por qué concebible razón tenía el declive de la costa sur una altura de quinientos metros en lugar de cincuenta, como el de este lado?

Era como si se estuviesen aproximando al borde del mundo. Su óvalo de luz, interrumpido bruscamente delante de ellos, se tornó más y más corto. Pero a lo lejos, en la curvada pantalla del mar, habían aparecido sus monstruosas figuras escorzadas magnificando y exagerando cada movimiento. Esas sombras les habían acompañado cada paso del camino mientras descendían iluminados por el rayo de luz proveniente del cubo, pero ahora que se quebraban en el borde del risco ya no parecían parte de ellos mismos. Podían haber sido seres del Mar Cilíndrico, esperando para dar cuenta de cualquier intruso en sus dominios.

Como ahora estaban de pie en el borde de un risco de cincuenta metros de altura, les era posible apreciar por primera vez la curvatura de Rama. Pero nadie había visto nunca un lago helado combado hacia arriba en una superficie cilíndrica; tal cosa resultaba turbadora en grado sumo, y el ojo hacía lo posible por hallar alguna otra interpretación. Se le antojaba a la doctora Ernst, quien había hecho una vez un estudio de las ilusiones ópticas, que la mitad del tiempo estaba mirando en realidad una bahía horizontalmente curvada, no una superficie que se remontaba hacia el cielo. Requería un deliberado esfuerzo de la voluntad aceptar la fantástica verdad.

La normalidad sólo se conservaba en la línea directamente al frente, paralela al eje de Rama. Sólo en esa dirección se establecía concordancia entre la visión y la lógica. Allí, por lo enos durante los próximos kilómetros —no muchos— Rama aparecía plano, y era plano. Y allá afuera, detrás de sus sombras distorsionadas y los límites extremos del rayo de luz, yacía la isla que dominaba el Mar Cilíndrico.

—Control del Cubo —transmitió la doctora Ernst—, por favor, dirijan el reflector a Nueva York.

La noche de Rama cayó súbitamente sobre ellos mientras el óvalo de luz se alejaba deslizándose sobre la superficie del mar. Conscientes de la ahora invisible escarpa a sus pies, todo el grupo retrocedió unos cuantos metros. Luego, como por efecto de algún mágico cambio de escenario, las torres de Nueva York surgieron a la vista.