Un año más tarde, una visita a la Estación de Rastreo Profundo del Espacio, en Hawai, le deparó una experiencia aún más memorable. Tomó el rastreador acuático para ser conducido a la bahía de Kealakekua, y mientras pasaban rápidamente frente a los yermos riscos volcánicos, experimentó una emoción tan honda que le sorprendió y hasta le desconcertó. El gula condujo a su grupo de científicos, ingenieros y astronautas, hasta el brillante pilón de metal que reemplazaba a un monumento anterior, destruido por el Gran Tsunami del ’68. Avanzaron unos cuantos metros más a través de la lava negra y resbaladiza, hasta donde estaba enclavada una placa de dimensiones reducidas en la orilla del agua. Pequeñas olas se rompían sobre ella, pero Norton apenas lo advirtió cuando se inclinó para leer las palabras grabadas.
Cerca de este lugar
fue muerto el Capitán James Cook
14 de febrero de 1779
La lápida original fue dedicada el 28 de agosto de 1928
por la Comisión Cook del Sesquicentenario
y reemplazada por la comisión del Tricentenario
el 14 de febrero de 2079.
Eso tuvo lugar años antes, y a cien millones de kilómetros de distancia. Pero en momentos como ése, la presencia tranquilizadora del capitán Cook parecía muy cercana. En las profundidades secretas de su mente, Norton preguntaba: —Bien, capitán, ¿cuál es su consejo?
Era un pequeño juego que se permitía en ocasiones, cuando no disponía de hechos suficientes para permitirle tomar una decisión acertada, y debía confiar en su intuición. Eso había sido parte del genio de Cook, él siempre tenía la opción correcta…. hasta que llegó el fin, en la bahía Kealakekua.
El sargento esperó con paciencia, mientras su comandante, silencioso y ensimismado, mantenía la mirada fija en la noche de Rama. Una noche no tan ininterrumpida, porque en dos lugares distintos, más o menos a cuatro kilómetros de distancia, se distinguían con claridad los débiles parches de luz de los grupos de exploración.
«En una emergencia puedo tenerlos aquí en menos de una hora —se dijo Norton—. Y con eso de seguro, será bastante».
Se volvió hacia el sargento.
—Tome este mensaje. «Comité Rama, a cargo de Planetcom. Aprecio consejo y tomaré precauciones. Por favor, especifiquen sentido frase se desatarán de golpe. Atentamente, Norton, comandante Endeavour.…
Aguardó hasta que el sargento hubo desaparecido hacia las luces resplandecientes del campamento, y entonces volvió a conectar su grabadora. Pero la corriente de sus pensamientos había sido interrumpida y no podía volver a su estado de ánimo anterior. La carta tendría que esperar otra oportunidad.
No era frecuente que el capitán Cook acudiera en su ayuda cuando descuidaba su obligación. Pero de pronto recordó cuán rara y brevemente la pobre Elizabeth Cook había visto a su esposo en dieciséis años de vida matrimonial. No obstante le había dado seis hijos…. y los sobrevivió a todos.
Sus dos esposas, nunca a más de diez minutos de distancia a la velocidad de la luz, no tenían ningún motivo verdadero para quejarse.
17. Primavera
Durante las primeras «noches» en Rama no habla sido fácil dormir. La oscuridad y los misterios que ocultaba eran opresivos, pero aún más perturbador resultaba el silencio. La ausencia total de ruidos no es una condición natural; todos los sentidos humanos requieren algún impulso, y si se los priva de él la mente fabrica sus propios sustitutos.
Y así, muchos de los durmientes se quejaban después de haber oído ruidos extraños y hasta voces, obviamente ilusorias ya que aquellos que habían permanecido despiertos aseguraban no haber oído nada. La doctora Ernst prescribió un sencillo y efectivo remedio; durante el periodo de descanso, el campamento era ahora arrullado por una suave, discreta música de fondo.
Esa noche, empero, Norton halló la receta poco efectiva. Se mantenía tenso y con los oídos atentos hacia la oscuridad, y sabía bien por qué escuchaba. Pero aunque una débil brisa acariciaba su cara de tiempo en tiempo, no captaba rumor alguno que pudiera ser tomado por el de un viento que se levantaba en alguna parte de Rama. Tampoco los grupos de exploración informaron de cosa insólita alguna.
Por fin, alrededor de medianoche (tiempo de nave espacial) se quedó dormido. Siempre permanecía un hombre de guardia en el centro de comunicaciones por si se recibía algún mensaje urgente. No parecía necesario adoptar otras precauciones.
Ni siquiera un huracán pudo haber creado el ruido que despertó a Norton, y a todo el campamento, en un instante. Se tuvo la impresión de que el cielo entero cala, o de que Rama se había escindido y se separaba en dos partes. Primero hubo un crujido ensordecedor, y luego una larga serie de estallidos cristalinos, algo así como si estuviesen demoliendo un millón de casas de cristal. El estruendo se prolongó unos minutos, que parecieron horas. Continuaba, aparentemente perdiéndose a lo lejos, cuando Norton llegó al centro de comunicaciones.
_¡Control del Cubo! ¿Qué ha pasado?
—Un momento, jefe. Es allá, en el mar. Ya estamos enfocando el reflector.
Ocho kilómetros más arriba, en el eje de Rama, el reflector comenzó a recorrer la planicie con su rayo de luz. Este alcanzó el borde del mar, y luego comenzó a rastrearlo escudriñando alrededor del interior del mundo. A un cuarto de camino en torno de la superficie cilíndrica, se detuvo.
Allá arriba, en el cielo —o lo que la mente se empeñaba en seguir denominando cielo— algo extraordinario estaba sucediendo. En el primer momento se le antojó a Norton que el mar hervía Ya no estaba estático y helado en poder de un eterno invierno. Una amplia área, de kilómetros de diámetro, mostraba un movimiento de turbulencia. Y cambiaba de color: una ancha banda blanca avanzaba a través del hielo.
De pronto, una plancha tal vez de un cuarto de kilómetro de lado comenzó a levantarse semejando una puerta que se abriera hacia arriba. Lenta, majestuosamente, se alzó hacia el cielo, centelleante a la luz del reflector. Luego se deslizó hacia atrás y desapareció debajo de la superficie, mientras una inmensa ola de agua espumosa brotaba y se esparcía en todas direcciones desde su punto de sumersión.
Sólo entonces comprendió Norton realmente lo que sucedía. El hielo se estaba quebrando. Durante todos esos días, esas semanas, el mar se habla estado deshelando allá en sus profundidades. Era dificil concentrarse a causa del estruendo que aún llenaba el mundo y expandía sus ecos por el cielo, pero trató, no obstante, de hallar una razón para esa convulsión tan dramática. Cuando un río o lago helado se deshelaba en la Tierra, no ocurría nada comparable a esto.
¡Pero, naturalmente! Era bastante obvio, ahora que había sucedido. El Mar Cilíndrico se deshelaba desde abajo, a medida que el calor solar se infiltraba a través de la corteza de Rama. Y el hielo convertido en agua tiene menos volumen.
De modo que el mar se había estado hundiendo debajo de la capa superior de hielo, dejándolo sin apoyo. Día a día habia ido acrecentándose la tensión; y ahora el banco de hielo que rodeaba el ecuador de Rama se derrumbaba, como un puente que pierde su pilar central. Se quebraba en cientos de Islas flotantes que entrechocarían y se empujarían hasta que ellas también se derritieran. La sangre se le heló a Norton en las venas al recordar los planes en marcha para alcanzar Nueva York en trineo.