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Consultó su cronómetro. Esta pausa sólo había durado dos minutos, aunque le hubiera parecido toda una vida. Realizando apenas el esfuerzo suficiente para sobreponerse a su inercia y al debilitado campo gravitatorio, Norton comenzó a ascender con lentitud los últimos cien metros de la escala.

justo antes de trasponer la entrada automática y volver la espalda a Rama, hizo un rápido examen final de su interior.

Había cambiado, aun en el breve intervalo de los últimos minutos. Una bruma se levantaba del mar. En sus primeros cientos de metros, las blancas columnas fantasmagóricas se inclinaban hacia adelante en la dirección de la rotación de Rama; a partir de esa distancia comenzaba a disolverse en un remolino de turbulencia, a medida que el aire en su acometida trataba de coartar su exceso de velocidad.

Los vientos alisios de ese inundo cilíndrico empezaban a trazar sus rumbos en su cielo; la primera tormenta tropical en millones de años estaba a punto de desencadenarse.

19. Una advertencia de Mercurio

Era la primera vez en varias semanas que todos los miembros del Comité Rama se habían hecho presentes. El profesor Solomons emergió de las profundidades del Pacifico, donde había estado estudiando operaciones de minería en canales de alta mar. Y a nadie sorprendió la reaparición del doctor Taylor, ahora que había por lo menos una posibilidad de que Rama contuviera algo más nuevo que artefactos inanimados.

El presidente del Comité esperaba que el doctor Perera se mostrara aún más dogmáticamente enérgico que de costumbre, después de haberse confirmado su predicción de un huracán en Rama. Para gran sorpresa de Su Excelencia, Perera se mostró extraordinariamente humilde y aceptó las felicitaciones de sus colegas con un gesto tan próximo a la turbación como parecía imposible esperar de él.

En realidad, el exobiólogo se sentía profundamente mortificado. El espectacular estallido del Mar Cilíndrico era un fenómeno mucho más obvio que los vientos huracanados, y sin embargo se le había pasado por alto completamente. Haber recordado que el aire caliente se levanta, pero haber olvidado que el hielo se contrae al derretirse, no era un triunfo del cual pudiera sentirse muy orgulloso. Con todo, pronto se iba a sobreponer de ello y recobraría su normal y olímpica confianza en sí mismo.

Cuando el presidente le concedió la palabra y le preguntó qué otros cambios climáticos esperaba, puso especial cuidado en no especificar demasiado ningún punto.

—Deben ustedes comprender —explicó— que la meteorología de un mundo tan extraño como Rama puede depararnos muchas otras sorpresas. Pero si mis cálculos son correctos, no habrá más tempestades, y las condiciones serán estables. Se producirá un lento aumento de temperatura hasta el perihelio y un poco más, pero eso no será de nuestra incumbencia porque el Endeavour deberá alejarse mucho antes.

—¿De modo que usted considera que pronto no habrá riesgos en que nuestra gente vuelva al interior de Rama?

—Esto… probablemente. Lo sabremos con seguridad dentro de cuarenta y ocho horas.

—Se impone volver —opinó el embajador de Mercurio—. Debemos enterarnos de cuanto sea posible sobre Rama. La situación ha cambiado por completo.

—Creo que sabemos qué quiere usted significar. Pero, ¿no podría ser más explícito?

—Por supuesto. Hasta ahora hemos dado por sentado que Rama está muerto, o hasta cierto punto sin control. Pero ya no podemos pensar que se trata de un mundo abandonado, a la deriva, por el espacio. Aun cuando no haya en él seres vivientes, cabe en lo posible que lo dirijan y controlen mecanismos robots, programados para realizar alguna misión, quizá desventajosa para nosotros. Por desagradable que nos resulte, debemos considerar la cuestión de la defensa propia.

Se oyeron voces de protesta, y el presidente levantó la mano para imponer orden.

—¡Dejen terminar a Su Excelencia! —rogó—. Nos guste o no, la idea debe ser considerada seriamente.

—Con todo el respeto debido al Embajador —dijo Taylor con su tono más irrespetuoso—, opino que debemos descartar por ingenuo el temor de una intervención malévola. Seres tan adelantados como los ramanes, deben tener reglas de conducta y una ética correspondiente desarrolladas. De otra manera se hubieran destruido a sí mismos, como casi lo hicimos nosotros en el siglo veinte. Lo aclaré bien en mi último libro Etica y Cosmos. Espero que hayan recibido el ejemplar que les envié.

—Sí, gracias; aunque lamento que la urgencia de otros asuntos no me haya permitido pasar del prefacio. Sin embargo, estoy familiarizado con la tesis en general. Tal vez no tengamos intenciones malévolas hacia un hormiguero, pero si deseamos construir una casa en el mismo lugar..

—¡Pero esto es tan malo como el grupo Pandora! ¡Esto es nada menos que xenofobia interestelar!

—¡Por favor, caballeros! Esta discusión no resuelve nada. Señor Embajador, continúa usted en el uso de la palabra.

A través de trescientos ochenta mil kilómetros el presidente del Comité miró con el ceño fruncido a Conrad Taylor, quien de mala gana se apaciguó, como un volcán que espera su momento.

—Gracias —dijo el embajador de Mercurio—. El peligro puede ser improbable, pero estando en juego el futuro de la especie humana, no tenemos derecho a correr ningún riesgo. Y, si se me permite decirlo, nosotros, los mercurianos somos los más interesados en el asunto. Consideramos que tenemos más motivo de alarma que los de otros planetas.

Taylor lanzó un bufido audible, pero fue reprimido al punto por otra mirada dura procedente de la Luna.

—¿Por qué Mercurio, más que cualquier otro planeta? —preguntó el presidente.

—Consideremos la dinámica de la situación. Rama ya se encuentra dentro de nuestra órbita. Es sólo una suposición que seguirá su viaje alrededor del Sol y se internará nuevamente en el espacio. ¿Y si realiza una maniobra de freno? Si lo hace será en el perihelio, más o menos dentro de treinta días. Mis científicos me dicen que si todo el cambio de velocidad se realiza allí, Rama terminará en una órbita circular a sólo veinticinco millones de kilómetros del Sol. Y desde allí podría dominar a todo el sistema solar.

Durante un largo rato nadie —ni siquiera Taylor —pronunció una palabra. Todos los miembros del comité estaban ocupados concentrando sus pensamientos en esa gente difícil, los habitantes de Mercurio, tan bien representados en esa mesa redonda por su embajador.

Para la mayoría de las personas, Mercurio era una buena aproximación del infierno; por lo menos hasta que algo peor apareciera. Pero los mercurianos estaban orgullosos de su extraño planeta, con sus días más largos que sus años, sus dobles salidas y puestas del sol, sus ríos de metal fundido. En comparación, la Luna y Marte eran desafios triviales para el hombre. Sólo cuando lograra poner el pie en Venus (si eso ocurría alguna vez) hallaría el hombre un medio más hostil que el de Mercurio.

Y sin embargo ese mundo resultó ser, en muchos sentidos, la llave del sistema solar. Esto parecía obvio en la actualidad, mas la Era Espacial contaba casi un siglo cuando se tuvo plena conciencia de ese hecho. Y ahora los mercurianos no permitían que nadie lo olvidara.

Mucho antes de que los hombres descendieran en el planeta, la anormal densidad de Mercurio daba una.idea de los pesados elementos que contenía; aun así, su riqueza fue causa de inagotable asombro, y postergó por mil anos los temores de que se agotaran los metales clave de la civilización humana. Y esos tesoros se encontraban en el mejor lugar posible, un planeta donde el poder del sol era diez veces superior al de la fría Tierra.