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Al aproximarse aún más al Polo Sur, comenzó a sentirse más y más como un gorrión volando bajo el techo abovedado de una inmensa catedral, aunque ninguna catedral construida por el hombre habla tenido una décima parte de las dimensiones de este lugar. Se preguntó si no sería en realidad un altar religioso, o algo remotamente análogo, pero en seguida rechazó la idea. En ninguna parte de Rama se habían encontrado rastros de expresión artística; allí todo era funcional. Tal vez los ramanes consideraban que estaban ya en posesión de los supremos secretos del universo, y habían dejado de sentirse perseguidos por las ansias, anhelos y aspiraciones que atormentaban a la humanidad.

Ese era un pensamiento escalofriante, totalmente ajeno a la habitual y no muy profunda filosofia de Jimmy, quien experimentó una súbita y urgente necesidad de restablecer el contacto humano, y en consecuencia se apresuró a informar de su situación a sus amigos distantes.

—Repita el mensaje, Libélula —respondieron desde el Control—. No le hemos entendido; su transmisión es defectuosa.

—Repito: estoy próximo a la base de Pequeña Asta número seis, y utilizo la bomba adhesiva para moverme de un lado a otro.

—Comprendido sólo parcialmente. ¿Me oye usted?

—Sí, perfectamente. Repito: perfectamente.

—Por favor, empiece a contar.

—Uno, dos, tres, cuatro…

—Sólo nos llega en parte. Dénos radiofaro[3] durante quince segundos, y luego vuelva a la voz.

—Aquí está.

Jimmy conectó el radiofaro de baja potencia que le localizaría en cualquier lugar en el interior de Rama, y contó los segundos. Cuando volvió otra vez la voz, inquirió quejumbrosamente:

—¿Qué ocurre? ¿Pueden oirme ahora?

Presumiblemente no, porque a continuación desde Control le pidieron quince segundos de T.V. Sólo cuando Jimmy hubo repetido la pregunta dos veces fue recibido el mensaje.

—Suerte que ahora puede oírnos bien, Jimmy. Pero algo extraño está ocurriendo en su lado. Escuche.

En la radio, Jimmy oyó el silbido familiar de su propio radiofaro retransmitido para él. Por un momento fue normal; luego se deslizó una extraña distorsión. El silbido de mil ciclos se volvió modulado por una vibración profunda, palpitante, y tan baja que quedaba casi fuera del alcance del oído. Era una especie de palpitación bajoprofundo en la cual podía ser percibida cada vibración individual. Y la modulación era en si misma modulada; ascendía y descendía, subía y bajaba, con un período de cinco segundos más o menos.

Ni por un instante se le ocurrió a Jimmy pensar que algo andaba mal en su radiotransmisor. No; esto provenía del exterior: qué era y qué significaba, estaba fuera del alcance de su imaginación.

En Control no sabían mucho más, pero al menos tenían una teoría.

—Pensamos que debe usted encontrarse en alguna especie de campo muy intenso (probablemente magnético) con frecuencia de unos diez ciclos. Puede ser lo bastante fuerte como para resultar peligroso. Le sugerimos que salga de él en seguida; puede ser tan sólo local. Conecte otra vez su radiofaro, y se lo devolveremos. En esa forma podremos avisarle cuándo sale de la interferencia.

Jimmy se apresuró a tirar del hilo para desprender la bomba adhesiva, y abandonó todo Intento de descender. Hizo girar la Libélula en un amplio círculo, atento mientras lo hacía al sonido que oscilaba en sus auriculares. Después de haber volado sólo unos cuantos metros, pudo darse cuenta de que su intensidad disminuía rápidamente. Como habían supuesto bien en Control, el campo magnético estaba muy localizado.

Se detuvo en el último punto desde donde todavía alcanzada a oírlo, como una débil palpitación en la profundidad de su cerebro. Así pudo un salvaje primitivo haber escuchado, con aterrada ignorancia, el zumbido de un gigantesco transformador de energía. Y hasta el salvaje pudo haber intuido que el sonido que llegaba a sus oídos no era más que un pequeño escape de energías colosales, perfectamente controladas, pero esperando su momento.

Cualquiera que fuese el significado de ese sonido, Jimmy se alegró de haberse alejado. Este no era lugar —entre la abrumadora arquitectura del Polo Sur— para que un hombre solitario escuchara la voz de Rama.

27. Viento eléctrico

Cuando Jimmy se disponía a regresar, el extremo septentrional se le antojó increíblemente lejano. Hasta las tres escaleras gigantes eran apenas visibles, como el débil trazo de una Y en la cúpula que cerraba el mundo. La franja del Mar Cilíndrico era una ancha y amenazadora barrera esperando para tragarlo, como a Icaro, si sus frágiles alas fallaban.

Pero había llegado hasta allí sin problemas, y aunque experimentaba un ligero cansancio, sentía ahora que no había motivos para preocuparse. No había tocado siquiera su alimento ni el agua, y la excitación le impidió descansar. En el viaje de retorno se relajaría y tomaría las cosas con más calma. También contribuía a animarle el pensamiento de que el viaje de regreso podría ser, llegado el caso, veinte kilómetros más corto que el de ¡da, porque, una vez cruzado el mar, estaría en condiciones de hacer un descenso de emergencia en cualquier lugar del hemisferio norte. Eso seria un fastidio, por supuesto, ya que le obligaría a hacer un largo camino a pie, y, peor aun, a abandonar su Libélula, pero de todas maneras le proporcionaba un confortable margen de seguridad.

Ahora estaba ganando altitud, subiendo de regreso al gran poste central. La aguja ahusada del Gran Cuerno se extendía todavía a un kilómetro por encima de su cabeza, y por momentos sentía como si fuese el eje alrededor del cual todo este mundo giraba.

Había alcanzado casi la punta cuando tomó conciencia de una curiosa impresión. Un mal presentimiento le dominaba y, por cierto, era una sensación de incomodidad fisica tanto como psicológica. Recordó, y ello no contribuyó a tranquilizarlo, una frase oída una vez: «Alguien está caminando sobre tu tumba».

Al principio se encogió de hombros y continuó su firme pedaleo. Por cierto no tenia intenciones de informar de algo tan vago a Control. Pero cuando la sensación fue en aumento experimentó la tentación de hacerlo. No podía ser que se tratase de algo puramente psicológico; y, si lo era, entonces su mente tenía más poder de lo que imaginaba. Podía, literalmente, sentir que se le ponía la carne de gallina.

Ahora, seriamente alarmado, se detuvo en el aire para considerar la situación. Lo que la hacía más peculiar era el hecho de que esa sensación opresiva, de abatimiento, no era nueva del todo; la había experimentado antes, pero no recordaba dónde.

Miró a su alrededor. Nada había cambiado. La punta aguda de Asta Grande se levantaba a unos cuantos cientos de metros arriba, con el otro lado de Rama abarcando el cielo más allá. Ocho kilómetros más abajo se extendía la complicada trama del continente sur, lleno de maravillas que ningún hombre vería jamás. En todo ese extraño, y sin embargo ahora familiar paisaje, no encontraba nada que justificara su malestar.

Algo le hacía cosquillas en el dorso de la mano. Por unos instantes pensó que era un insecto, y agitó la mano sin mirar. Pero sólo había completado a medias el movimiento cuando cayó en la cuenta de lo que estaba haciendo y se contuvo sintiéndose un poco tonto. Por supuesto, nadie había visto insectos en Rama…

Levantó la mano y la miró, un tanto perplejo porque el cosquilleo persistía. Fue entonces cuando notó que el vello se le erizaba y no sólo en la mano sino también a lo largo de¡ brazo. Y también el pelo, cosa que comprobó cuando se llevó una mano a la cabeza.

Así pues «ése. era el problema. Se encontraba en un campo eléctrico tremendamente poderoso. Y la sensación de pesadez, de opresión, era la misma experimentada algunas veces en la Tierra en los momentos que preceden a una tormenta eléctrica.

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3

Un radiotransmisor u otro dispositivo diseñado para indicar con exactitud una dirección geográfica. Se usa en la aeronavegación. (N. de la T.)