Выбрать главу

El comprender súbitamente su situación puso a Jimmy al borde del pánico. Nunca antes en su vida había corrido un verdadero peligro. Como todos los astronautas, conoció momentos de frustración a causa de un equipo deficiente, y también momentos en que, por causa de errores o inexperiencia, creyó equivocadamente encontrarse en una situación peligrosa. Pero ninguno de esos episodios duró más que unos minutos, y generalmente pudo reírse de ellos casi en seguida.

Esta vez, sin embargo, no había escapatoria instantánea y fácil. Se sentía desnudo y solo en un cielo súbitamente hostil, rodeado de fuerzas titánicas que podían descargar sus furias en cualquier momento. La Libélula —ya bastante frágil de por sí— parecía ahora más insustancial que la más fina tela de araña. El primer estallido de la tormenta que se gestaba le reduciría a fragmentos.

—Control del Cubo —transmitió con urgencia—, una carga estática se está formando a mi alrededor. Creo que en cualquier momento se desatará una tormenta eléctrica. Apenas terminó de hablar cuando se produjo un relampagueo a su espalda; llegó a contar hasta diez y se oyeron los primeros ruidos sordos y prolongados. Tres kilómetros, calculó Jimmy; eso situaba el lugar alrededor de las Pequeñas Astas. Miró hacia ellas y vio que cada una de las cinco agujas parecía estar en llamas. Descargas fulgurantes, a cientos de metros de altura, bailoteaban desde sus puntas, como si fuesen conductores eléctricos gigantes.

Lo que estaba sucediendo allá atrás podría repetirse en escala mucho mayor cerca del ahusado extremo del Gran Cuerno. Lo mejor que podía hacer, pensó Jimmy, era alejarse lo más posible, de esta peligrosa estructura, y buscar aire despejado.

Comenzó a pedalear otra vez, acelerando cuanto podía sin perjudicar la Libélula con un esfuerzo excesivo. Al mismo tiempo comenzó a perder altitud; aun cuando esto significara penetrar en la región de más alta gravedad, estaba preparado para correr el riesgo. Una distancia de ocho kilómetros del suelo era demasiado para la paz de su mente.

La ominosa aguja negra del Gran Cuerno estaba aún libre de descargas visibles, pero él no dudaba que allá arriba se estaban formando tremendos potenciales. De tanto en tanto el trueno retumbaba a su espalda, y su estruendo se prolongaba alrededor de la circunferencia del mundo. Se le ocurrió de repente a Jimmy que era extraño semejante tormenta en un cielo perfectamente despejado. Luego comprendió que no se trataba en absoluto de un fenómeno meteorológico. En realidad, tal vez fuera sólo un trivial escape de energía de algún lugar profundo del casquete sur de Rama. Pero, ¿por qué ahora? Y lo que era más importante, ¿qué sucedería a continuación?

Ya había dejado atrás la punta ahusada de Asta Grande, y confiaba en encontrarse pronto fuera del alcance de cualquier descarga eléctrica. Pero ahora se le presentaba otro problema: el aire se volvía turbulento, y tenía dificultad en controlar la Libélula. Un viento parecía haber surgido de la nada, y si las condiciones actuales empeoraban, el frágil armazón de la bicicleta aérea correría peligro. Siguió pedaleando, ceñudo, tratando de contrarrestar las ráfagas con variaciones de impulso y movimientos del cuerpo. Como en esos momentos la Libélula era casi una prolongación de sí mismo, tuvo éxito en parte; pero no le gustaban nada los débiles crujidos de protesta provenientes del larguero principal, o la forma en que las alas se torcían con cada soplo.

Y había otra cosa que le preocupaba: un débil sonido, que iba aumentando de volumen minuto a minuto, y que parecía venir de la dirección del Gran Cuerno. Sonaba como el escape de gas de una válvula sometida a gran presión, y Jimmy se preguntó sí no tendría algo que ver con la turbulencia contra la cual luchaba. Cualquiera que fuese su causa, lo cierto era que le proporcionaba aún más motivos de inquietud.

A cada momento informaba de esa serie de fenómenos, brevemente y sin aliento, a Control. Nadie allí estaba en condiciones de aconsejarle o sugerir siquiera una causa probable de lo que estaba sucediendo; pero le tranquilizaba oír las voces de sus amigos, aun cuando empezaba a temer que no volvería a verlos.

La turbulencia seguía aumentando. Jimmy sentía casi como si penetrara en el chorro de un propulsor —cosa que había hecho una vez, a fin de establecer un récord, mientras volaba en un aeroplano de gravedad sin motor en la Tierra. Pero, ¿qué podía crear un chorro de propulsor en el interior de Rama?

Se había formulado la pregunta adecuada. Tan pronto como el interrogante cruzó por su mente, tuvo la respuesta.

El sonido que ola era el viento eléctrico que se llevaba la tremenda ionización formada alrededor del Gran Cuerno. El aire cargado se dispersaba a lo largo del eje de Rama, y más aire fluía en la región posterior de baja presión. Miró hacia atrás a esa gigantesca y ahora doblemente amenazadora aguja, procurando abarcar los límites del ventarrón que soplaba desde allí. Tal vez, se dijo, la. mejor táctica seria volar guiándose por el oído, alejándose cuanto fuera posible de ese ominoso soplido.

Rama le evitó la necesidad de decidir. Una sábana de fuego se encendió detrás de él cubriendo el cielo. Tuvo tiempo de verla escindirse en seis cintas de fuego, extendidas desde la punta del Gran Cuerno hasta cada una de las Pequeñas Astas.

Entonces el golpe le alcanzó.

28. Icaro

Jimmy apenas tuvo tiempo de transmitir su mensaje: —El ala está doblándose; voy a caer— cuando la Libélula empezó a plegarse graciosamente a su alrededor. El ala izquierda se rompió por el centro, y la sección exterior flotó alejándose como una hoja que cae con suavidad. El ala derecha realizó una operación mucho más delicada. Se enroscó en la base y se dobló en un ángulo tan agudo que la punta quedó enredada con la cola del aparato. Jimmy sentía la impresión de estar sentado en una cometa rota que caía lentamente del cielo.

Sin embargo, no estaba todavía del todo impotente; la hélice aún funcionaba, y mientras le quedaba energía seguía teniendo cierto control. Le quedaban tal vez cinco minutos para utilizarla.

¿Había alguna esperanza de alcanzar el mar? No, estaba demasiado lejos. Luego recordó que estaba pensando en términos terrestres; aunque era un excelente nadador, pasarían horas antes de que acudieran a rescatarlo, y en ese lapso las aguas envenenadas sin duda habrían terminado con él. Su única esperanza era descender sobre una superficie firme. El problema del escarpado acantilado sur lo afrontaría después… si es que había un —después».

Estaba cayendo con mucha lentitud, allí, en esa zona de una décima de gravedad, pero comenzarla pronto a acelerar a medida que se fuera alejando del eje. No obstante, el arrastre del aire complicaría la situación, y le impedirla un descenso demasiado rápido. La Libélula, aun sin energía, haría las veces de tosco paracaídas. Los pocos kilogramos de presión que aún podía proveer establecerían quizá la diferencia entre la vida y la muerte: ésa era su única esperanza.

Ya no hablaban desde Control; sus amigos podían ver con detalle lo que le estaba sucediendo y sabían que ninguna palabra de ellos le ayudarla.

Jimmy estaba realizando ahora el vuelo más hábil de su vida. Era una lástima, pensó con ceñudo sentido del humor, que su público fuera tan poco numeroso y que no estuviera en condiciones de apreciar los detalles más sutiles de su actuación.

Descendía en una ancha espiral, y mientras su grado de inclinación siguiera siendo plano, sus probabilidades de supervivencia eran buenos. Su pedaleo contribuía a mantener la Libélula en el aire, aunque temía ejercer la máxima potencia porque en ese caso tal vez las alas rotas se desprenderían completamente. Y cada vez que giraba en dirección sur, podía apreciar la fantástica exhibición que Rama había dispuesto amablemente para su beneficio.