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Ahora la cosa. había dejado de girar y permaneció quieta unos segundos, como escuchando algún mensaje inaudible. Luego volvió a ponerse en movimiento, dirigiéndose con una curiosa marcha balanceada en la dirección general del mar. Avanzó en línea recta a un ritmo acompasado de cuatro o cinco kilómetros por hora, y se había alejado unos doscientos metros antes que la mente de Jimmy, todavía un tanto confundida, registrara el hecho de que los últimos patéticos restos de su amada Libélula le eran arrebatados. Al punto se lanzó en una ardiente e indignada persecución.

Su acción no era del todo ¡lógica. El cangrejo se dirigía hacia el mar, y si algún rescate era posible, sólo podía venir de esa dirección. Además, queda descubrir qué hada la criatura con su trofeo; eso debía revelar algo sobre su motivación e inteligencia.

Como estaba tan magullado y envarado, Jimmy tardó varios minutos en acompasarse al paso decidido del cangrejo que seguía adelante sin detenerse. Una vez cerca, lo siguió a respetuosa distancia, hasta sentirse seguro de que no se resentía por su presencia. Fue entonces cuando vio su frasco de agua y el paquete que contenía su ración de emergencia entre los restos de Libélula, y se sintió instantáneamente hambriento y sediento.

Allí, alejándose a una implacable marcha de cinco kilómetros por hora, iba el único alimento y bebida en toda esa mitad M mundo. A cualquier riesgo, tenía que tratar de apoderarse de ellos.

Se acercó con cautela al cangrejo por la parte de atrás, y en esa posición estudió el complicado ritmo de sus patas hasta que pudo anticipar dónde estarían en un momento dado. Cuando estuvo listo, murmuró un rápido: —Disculpe —y dio una manotada para apoderarse de sus pertenencias.

Jimmy jamás imaginó que llegaría el día en que tendría que ejercer habilidades de «punguista», pero se sintió encantado de su éxito. En menos de un segundo se había apartado, sin que el cangrejo hubiera alterado un solo instante su marcha acompasada.

Se quedó una docena de metros atrás, humedeció los labios en el frasco, y comenzó a mordisquear una barra de carne concentrada. La pequeña victoria le hacía sentirse mejor; pensaba que ahora podía incluso arriesgarse a pensar en su sombrío futuro.

Mientras había vida, había esperanza; y sin embargo no imaginaba modo alguno en que pudiera ser rescatado por sus compañeros. Aun cuando cruzaran el mar, ¿cómo podía alcanzarlos, medio kilómetro abajo?

—Hallaremos el camino para descender de cualquier forma —había prometido Control—. Esa escarpa no puede rodear el mundo sin que haya una brecha en alguna parte.

El se sintió tentado de replicar: —¿Por qué no? pero lo pensó mejor.

Una de las cosas más extrañas de caminar en el interior de Rama, era que siempre se podía ver el lugar de destino. Aquí, la curva del mundo no ocultaba, revelaba. Desde hacia un buen rato Jimmy se había dado cuenta del objetivo del cangrejo; allá arriba, en el terreno que parecía levantarse delante de él, había una hoya de medio kilómetro de ancho. Era una de las tres que había en el hemisferio sur; desde el cubo, había sido imposible ver su profundidad. Las tres fueron denominadas como los cráteres lunares más prominentes, y ahora él se estaba aproximando a Copérnico. El nombre no era muy apropiado, porque no habla montañas alrededor y tampoco picos centrales. Este Copérnico era nada más que un pozo profundo con lados perfectamente verticales.

Cuando se acercó lo suficiente para asomarse a su interior, Jimmy pudo ver una laguna de siniestras aguas verdes, espesas, por lo menos medio kilómetro abajo. Eso la ponía justamente a nivel del mar, y se preguntó si no estarían conectados.

Serpeando en el interior de la hoya había una rampa en espiral incrustada casi en la escarpada pared, de modo que el efecto era el del estriado de un inmenso cañón de escopeta. Parecía haber un notable número de vueltas, y sólo cuando Jimmy siguió su trazado durante varias revoluciones, confundiéndose más y mas en el proceso, comprendió que no había una rampa sino tres, totalmente independientes una de otra y con una separación de 120 grados entre ellas. En cualquier lugar que no fuera Rama, todo el concepto habría sido un impresionante tour de force arquitectónico.

Las tres rampas se internaban en la laguna y desaparecían debajo de su opaca superficie. Próximo a la línea del agua, Jimmy pudo ver un grupo de negros túneles, o cuevas. Tenían una apariencia bastante sospechosa, y se preguntó si estarían habitadas. Tal vez los ramanes fueran anfibios.

Cuando el cangrejo se aproximó al borde de la hoya, Jimmy supuso que iba a descender por una de las rampas, para llevar tal vez los restos de la Libélula a algún ente capaz de determinar su valor. En cambio, la criatura caminó en línea recta hasta la orilla, extendió casi la mitad del cuerpo sobre el espacio abierto sin señal alguna de vacilación —aunque un error de unos pocos centímetros habría resultado desastroso— e imprimió a su cuerpo una brusca sacudida. Los fragmentos de la Libélula cayeron aleteando a las profundidades.

Al verlos desaparecer, los ojos de Jimmy se llenaron de lágrimas. Diez puntos, pensó amargamente, para la inteligencia de este robot o animal.

Habiendo eliminado la basura, el cangrejo dio media vuelta y empezó a caminar hacia Jimmy, inmóvil a apenas diez metros de distancia. ¿Me dará el mismo tratamiento? —se preguntó. Confiaba en que la cámara no estuviera muy insegura en sus manos mientras enfocaba para Control al monstruo que se aproximaba rápidamente.

—¿Qué aconsejan? —Murmuró angustiado, aunque sin mucha esperanza de obtener una respuesta útil. Significaba un pobre consuelo comprender que estaba haciendo historia, y su mente recorría todos los patrones aprobados para un encuentro semejante. Hasta ese momento todos habían sido puramente teóricos. El iba a ser el primer hombre que los probara en la práctica.

—No corra hasta que esté seguro de que es hostil —le respondieron desde Control.

¿Correr hacia dónde?, se preguntó Jimmy. Pensaba que podía dejar atrás a la «cosa» en una carrera de cien metros, pero tenía la desagradable seguridad de que a la larga, le vencerla.

Lentamente, Jimmy extendió sus manos abiertas. Los hombres habían estado discutiendo durante doscientos años respecto a este ademán. ¿Lo interpretarían todos los seres, de cualquier lugar del universo, como —Ve. No tengo armas?» Pero a nadie se le había ocurrido nada mejor.

El cangrejo no tuvo ninguna reacción y tampoco disminuyó la velocidad de su marcha. Ignoró a Jimmy por completo, pasó delante de él y se dirigió hacia el sur. Sintiéndose muy tonto, el representante del Homo sapiens observó a su Primer Contacto mientras se alejaba a través de la planicie de Rama, por completo indiferente a su presencia.

Rara vez se había sentido tan humillado en su vida. Luego su sentido del humor acudió en su ayuda. Al fin de cuentas, no era tan importante haber sido ignorado por un cubo de basura con seis patas. Habría sido mucho peor ser recibido por él como un hermano por mucho tiempo perdido.

Volvió a caminar hasta la orilla de Copérnico, y se puso a mirar sus aguas opacas. Por primera vez reparó en las vagas formas, algunas de ellas bien grandes, que se movían con lentitud de un lado al otro debajo de la superficie. Pronto una de ellas se dirigió hacia la rampa en espiral más próxima, y algo parecido a un tanque de múltiples patas inició el largo ascenso. Al paso que iba, coligió Jimmy, tardaría casi una hora en llegar al borde; si se trataba de una amenaza, se movía muy despacio.