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Más lejos había otros campos, y en muchos de ellos se advertían complicadas construcciones de varillas y alambres, presumiblemente destinadas a sostener plantas trepadoras. Esos campos parecían desiertos y desolados, como árboles sin hojas en pleno invierno. El invierno que conocieron debió ser realmente largo y terrible y esas pocas semanas de luz y calor podían significar sólo un breve intermedio antes de que nuevamente se asentara sobre Rama.

Jimmy nunca supo qué le hizo detenerse y mirar con más atención al laberinto de metal en dirección sur. En forma inconsciente, su mente debió estar estudiando todos los detalles a su alrededor y notó, en ese fantásticamente extraño paisaje, algo más anormal aún.

Más o menos a un cuarto de kilómetro de distancia, en medio de un enrejado de alambres y varillas, brillaba una singular mancha de color. Era tan pequeña e insignificante que quedaba casi en los límites de la visibilidad; en la Tierra, nadie la habría mirado dos veces. Sin embargo, indudablemente, una de las razones por las cuales reparó en ella ahora era porque le recordaba a la Tierra.

No informó de su hallazgo a Control hasta que estuvo seguro de que no se trataba de un error, de que su propia ansiedad no le provocaba alucinaciones. Sólo cuando, estuvo a unos pocos metros de distancia pudo tener la completa seguridad de que la vida, tal como él la conocía, se habla introducido en el estéril y aséptico mundo de Rama. Allí, abierta en solitario esplendor al borde del hemisferio sur, habla una flor.

Al acercarse, le resultó obvio a Jimmy que algo habla pasado. El forro exterior, esa lámina de plástico transparente que probablemente protegía la capa de tierra de la contaminación propagada por indeseables formas de vida, mostraba un agujero. A través de esta rotura pasaba un tallo verde, más o menos del grueso del dedo meñique de un hombre, que se enroscaba subiendo por el enrejado. A un metro del suelo estallaba en una florescencia de hojas azuladas, más parecidas a plumas que al follaje de cualquier planta conocida por Jimmy. El tallo terminaba, a nivel de los ojos, en lo que creyó al principio era una sola flor. Ahora comprobaba, sin la menor sorpresa, que eran en realidad tres flores unidas muy juntas.

Los pétalos eran tubos brillantemente coloreados, de unos cinco centimetros; habla por lo menos cincuenta en cada flor, y brillaban con tonalidades azules, violeta y verdes, tan metálicos que más parecían las alas de una mariposa que algo perteneciente al reino vegetal.

Prácticamente Jimmy no sabía nada de botánica, pero le dejó perplejo no ver vestigio alguno de cualquier estructura parecida a estambres o pistilos. Se preguntó si la semejanza con las flores terrestres podía ser una mera coincidencia; quizá eso fuera algo más afin a un pólipo de coral. En todo caso, parecería implicar la existencia de pequeños seres transportados por aire para servir ya como agentes fertilizantes o alimento.

En realidad, no importaba. Sea cual fuere la definición científica, para Jimmy eso era una flor. El extraño milagro, el accidente tan poco ramiano de su existencia en ese lugar, le recordaba todo lo que nunca vería otra vez; y estaba decidido a poseerla.

Eso no era fácil. La flor estaba a más de diez metros de distancia, separada de él por un enrejado hecho de delgadísimas varillas que formaban un esquema cúbico de menos de cuarenta centímetros de lado, repetido una y otra y otra vez. Jimmy no habría montado nunca en una bicicleta aérea si no hubiera sido delgado y fuerte, de modo que se consideraba capaz de pasar a través de los intersticios del enrejado. Pero salir nuevamente podía ser algo muy distinto. Ciertamente le resultaría de todo punto imposible darse la vuelta; de modo que tendría que ir retrocediendo de espaldas.

En Control se manifestaron encantados con su descubrimiento cuando describió la flor y la enfocó con la cámara desde todos los ángulos posibles. No le pusieron objeciones cuando anunció: —Voy a buscarla.— Tampoco esperaba que las hubiera; ahora su vida le pertenecía para hacer con ella lo que quisiera.

Se despojó de la ropa, agarró las lisas varillas de metal y comenzó a retorcer el cuerpo para hacerlo pasar por uno de los intersticios del enrejado. El espacio era reducidísimo; se sentía como un prisionero que intenta escapar pasando a través de los barrotes de su celda. Cuando logró insertarse por completo en el enrejado probó de salir, sólo para comprobar si había algún problema. Retroceder le resultaba considerablemente más difícil, ya que ahora debía usar sus brazos extendidos para empujar hacia atrás en lugar de hacia adelante, pero no vio razón para temer el quedarse allí atrapado sin remedio.

Jimmy era un hombre de acción e impulso, no de introspección. Mientras avanzaba dificultosamente por el estrechísimo corredor de varillas, no perdió tiempo en preguntarse por qué realizaba ese acto quijotesco. jamás en su vida le habían interesado las flores, y sin embargo ahora ponía en juego sus últimas energías para obtener una.

Cierto que este ejemplar era único y de enorme valor científico. Pero en realidad quería la flor porque la veía como el último eslabón con el mundo de la vida y el planeta de su nacimiento.

No obstante, cuando al fin la tuvo al alcance de la mano experimentó de pronto un escrúpulo de conciencia. Tal vez era esa la única flor que existía en todo Rama. ¿Se justificaba que la robara?

Si necesitaba una excusa, se consolaría con el pensamiento de que los propios ramanes no la habían incluido en sus planes. Se trataba evidentemente de una rareza, algo surgido de ese mundo siglos demasiado tarde…, o demasiado temprano. Pero en realidad no necesitaba una excusa, y su vacilación fue sólo momentánea. Tendió la mano, cogió el tallo, y dio un fuerte tirón.

La flor salió con facilidad. Recogió asimismo dos de las hojas antes de comenzar a retroceder con lentitud a través del enrejado. Ahora que sólo disponía de una mano libre, el progreso le resultaba difícil en extremo, hasta penoso, y pronto tuvo que detenerse para recuperar el aliento. Fue entonces cuando observó que las hojas plumosas que quedaban en la extraña planta se cerraban, y que el tallo despojado de la flor se contraía poco a poco desprendiéndose de sus sostenes. Mientras miraba, con una mezcla de fascinación y congoja, vio que toda la planta iba desapareciendo en el suelo, semejante a una víbora herida de muerte que se arrastraba al interior de su agujero.

«He asesinado algo hermoso», se dijo Jimmy. Pero no era menos cierto que Rama le había matado a él. Sólo estaba recogiendo lo que le era debido.

31. Velocidad terminal

El comandante Norton nunca había perdido a un hombre, y no tenía intención de perder uno ahora. Aun antes de que Jimmy hubiera partido hacia el Polo Sur, él ya estaba pensando en formas y medios para rescatarlo en caso de accidente. El problema, empero, se presentaba tan difícil que no halló la respuesta deseada. Lo único que consiguió hacer fue eliminar toda solución obvia.

¿Cómo trepa un hombre una escarpa vertical de medio kilómetro, aun a una gravedad reducida? Con el equipo adecuado y entrenamiento, sería fácil. Pero no había herramientas necesarias a bordo del Endeavour, y a nadie se le ocurría ninguna forma práctica de poner los cientos de clavos largos necesarios, en esa durísima superficie especular.