Por suerte los diseñadores de Rama hablan previsto la solución. A distancias iguales alrededor del eje polar, se levantaban tres estructuras bajas Y redondas, de diez metros de diámetro más o menos. Si el Endeavour descendía entre dos de estas estructuras, la corriente centrífuga lo levantaría y lo empujada hacia ellas, y entonces quedaría retenido firmemente en el lugar, como una embarcación apretada contra el muelle por el impulso de las olas.
—Contacto en quince minutos —anunció Calven.
Mientras se ponía tenso sobre los controles duplicados, que esperaba no tener que tocar, Norton se sintió intensamente consciente de la importancia de ese instante en el tiempo. Con seguridad, éste se convertiría en el más trascendental descenso desde aquel primero en la Luna, más de siglo y medio atrás.
Las grises estructuras tubulares se levantaron lentamente frente a la ventanilla de control. Hubo el último silbido de un propulsor a reacción y una sacudida apenas perceptible.
Durante las semanas transcurridas, el comandante Norton se habla preguntado muchas veces qué diría en ese momento. Pero ahora, llegado el momento, la historia escogió sus palabras y habló casi automáticamente, apenas consciente del eco del pasado:
—Aquí Base Rama. El Endeavour ha descendido.
Un mes antes no lo hubiera creído posible. La nave espacial cumplía una misión de rutina, comprobando y colocando balizas de advertencia de asteroides, cuando llegó la orden. El Endeavour era el único vehículo espacial del sistema solar que posiblemente podía tener un encuentro con el intruso antes de que éste circundara al Sol y se lanzara de regreso hacia las estrellas. Aun así, fue necesario quitarles carburante a tres vehículos más de la Vigilancia Solar, que ahora flotaban a la deriva en espera de los tanques de reabastecimiento. Norton temía, con razón, que transcurriría bastante tiempo antes que los comandantes del Calipso, el Beagle, y el Challenger, volvieran a dirigirle la palabra.
Aun con todo ese carburante extra, la caza fue larga y difícil. Rama ya se encontraba en el interior de la órbita de Venus cuando el Endeavour le dio alcance. Ningún otro vehículo espacial habría podido hacerlo; este privilegio era único, y no debía perderse un solo minuto de las semanas siguientes. Miles de científicos en la Tierra habrían empeñado con gusto sus almas a cambio de una oportunidad semejante; ahora sólo les restaba seguir los acontecimientos en los circuitos de televisión mordiéndose los labios y pensando cuánto mejor habrían realizado ellos el trabajo. Tal vez tuvieran razón, pero no había alternativa. Las leyes inexorables de la mecánica celeste hablan decretado que el Endeavour seria el primero, y el último, de los vehículos del hombre que tomara contacto con Rama.
Los consejos que recibía continuamente de la Tierra poco hacían para aliviar la responsabilidad de Norton. Si había que tomar decisiones instantáneas, nadie podría ayudarle; el tiempo de retardo de los contactos por radio con el Control de la Misión era ya de diez minutos e iba en aumento. A menudo envidiaba a los grandes navegantes del pasado remoto, antes de la era de las comunicaciones electrónicas, quienes interpretaban las órdenes contenidas en un sobre lacrado, sin ser controlados segundo a segundo en las pantallas de los monitores desde los centros de Operaciones. Cuando «ellos» cometían errores, nadie se enteraba.
Al mismo tiempo, sin embargo, se alegraba de que algunas decisiones pudieran ser delegadas a la Tierra. Ahora que la órbita del Endeavour se había unido a la de Rama, ambos se dirigían hacia el Sol como un solo cuerpo. En cuarenta días alcanzarían el perihelio y pasarían a veinte millones de kilómetros del Sol. Era demasiado cerca para que resultara divertido. Mucho antes, el Endeavour tendría que utilizar el resto de su combustible para cobijarse dentro de una órbita más segura. La tripulación contarla tal vez con tres semanas de tiempo para su exploración antes de abandonar Rama para siempre.
Después de eso, el problema quedaba a cargo de la Tierra. El Endeavour estaría prácticamente indefenso, moviéndose en una órbita que bien podía convertirlo en el primer vehículo espacial que llegara a las estrellas… en aproximadamente cincuenta mil años. No había motivos para preocuparse, aseguraba el Control de la Misión. De alguna manera, sin tener en cuenta el posible costo, el Endeavour seria reabastecido, aun cuando fuese necesario enviar tanques y abandonarlos en el espacio una vez que hubieran transferido hasta el último gramo de carburante. Rama era un premio por cuya conquista bien valía la pena correr cualquier riesgo, sin llegar, naturalmente, al extremo de enviar una misión suicida.
Aunque, desde luego, la de ellos podía convertirse en eso. El comandante Norton no se hacía ilusiones al respecto. Por primera vez en cien años, un elemento de total incertidumbre se había mezclado en los asuntos humanos; y la incertidumbre era justamente aquello que ni los científicos ni los políticos podían tolerar. Si ése era el precio que habla que pagar para resolverla, el Endeavour y su tripulación serían moneda desembolsable.
5. Primer reconocimiento
Rama era silencioso como una tumba… cosa que quizá fuera en realidad. No habla señales de radio, en ninguna frecuencia; ninguna vibración que los sismógrafos pudieran captar, aparte de los microtemblores causados sin duda por el creciente calor emanado de¡ Sol; nada de corrientes eléctricas, ninguna radiactividad. Estaba casi presagiosamente tranquilo. Uno hubiera supuesto que un asteroide sería más ruidoso.
«¿Qué esperábamos?» se preguntó Norton. «¿Un comité de recepción?. No estaba seguro de si debía sentirse decepcionado o aliviado. La iniciativa, de todas maneras, parecía pertenecerle.
Sus órdenes eran esperar veinticuatro horas, y luego salir a explorar. Nadie durmió mucho ese primer día. Hasta los miembros de la tripulación que estaban de turno se pasaban el tiempo observando en los monitores los ineficaces instrumentos de sondeo, o mirando simplemente por los portillos de observación el paisaje geométrico.
¿Está vivo este mundo? se preguntaban. ¿Está muerto? ¿0 tan sólo dormido?
En su primera salida de reconocimiento, Norton sólo llevó un acompañante: el teniente Karl Mercer, un oficial fuerte, fogueado y lleno de recursos. No tenía la menor intención de alejarse de la vista de la nave, y sí se presentaban problemas no era probable que un grupo mayor estuviera más seguro. No obstante, como medida de precaución, puso a dos miembros de la tripulación, ya preparados, de guardia en la cámara de descompresión.
Los pocos gramos de peso que les daban el campo gravitatorio y la fuerza centrífuga de Rama combinados, no les servían de ayuda, aunque tampoco les molestaban; debían depender enteramente de sus propulsores. Lo más pronto posible, decidió Norton, tendería una red de cuerdas de arrastre entre la nave y los pilares de Rama, con el fin de poder moverse de un lado a otro sin desperdiciar carburante.
El pilar más próximo quedaba a sólo diez metros de la cerradura aérea, y la primera preocupación de Norton fue asegurarse de que el contacto no había dañado a la nave. El casco del Endeavour descansaba contra la pared curvada del pilar con un empuje de varias toneladas, pero la presión estaba distribuida en forma regular. Tranquilizado a ese respecto, comenzó a flotar alrededor de la estructura circular, tratando de determinar su finalidad.
Había viajado sólo unos pocos metros cuando descubrió una interrupción en la cáscara lisa y aparentemente metálica de Rama. Al principio pensó en alguna peculiar decoración, porque no parecía tener una función útil. Seis ranuras estriadas aparecían profundamente hundidas en el metal. Las atravesaban seis barras cruzadas, semejantes a los radios de una rueda sin reborde, con un pequeño cubo en el centro. Pero no había forma alguna en que se pudiera hacer girar esa rueda, ya que estaba encastrada en la pared.