Выбрать главу

Súbitamente, en el centro mismo del mar, apareció una línea de olas más bajas. La ola grande obviamente había chocado contra una pared sumergida, de varios kilómetros de largo, no muy debajo de la superficie. Al mismo tiempo, las olas de los dos flancos se rompieron al encontrar aguas más profundas.

Placas antichoques, pensó Norton; igual que en los tanques de propulsión del Endeavour, sólo que de una escala mil veces mayor. Debía haber una compleja distribución de ellas alrededor del mar, para restar potencia a cualquier ola con la mayor rapidez posible. Lo único que nos importa ahora es: ¿estamos justo encima de una de ellas?

La sargento Bames se adelantó a su pensamiento. Detuvo la Resolution y tiró el ancla. Chocó contra el fondo a sólo cinco metros.

—¡ícenla! —ordenó a su tripulación—. ¡Tenemos que alejamos de aquí!

Norton estuvo de acuerdo. Pero, ¿en qué dirección? La sargento dirigía la embarcación a toda velocidad hacia la ola gigantesca, que ahora estaba sólo a cinco kilómetros. Por primera vez oyó el sonido de su proximidad: un estruendo distante e inconfundible, que jamás creyó oír en el interior de Rama. Luego su intensidad se alteró. La porción central volvía a derrumbarse, y otra vez se hínchaban los flancos.

Trató de calcular la distancia entre las placas de desviación sumergidas, presumiendo que estaban escalonadas a intervalos iguales. Si estaba en lo cierto, debían estar acercándose a otra; si lograban estacionar la balsa en las aguas profundas entre dos de ellas, no correrían peligro.

La sargento Barnes paró y volvió a arrojar el ancla. Descendió treinta metros sin tocar fondo.

—Estamos bien —dijo, con un suspiro de alivio—. Pero mantendré el motor en funcionamiento.

Ahora sólo quedaban las rezagadas paredes de espu ma a lo largo de la costa. Allí, en el centro del mar, volvía a reinar la calma, excepto la insignificante onda azul que seguía avanzando hacia ellos. La sargento Barnes mantenía la Resolutión en su curso hacia la turbulencia, lista para pasar a plena potencia en el momento justo.

Entonces, a sólo dos kilómetros delante de la Resolutión, el mar comenzó a agitarse nuevamente. La superficie se arqueó lanzando espumarajos de furia, y ahora su estruendo parecía llenar los ámbitos del mundo. Sobre la ola de dieciséis kilómetros de alto del Mar Cilíndrico, se sobreponía una onda de menor tamaño semejante a una avalancha que desciende atronadora por la ladera de una montaña. Y esa onda era lo bastante grande para matarlos.

La sargento Barnes debió ver las expresiones de los rostros de su tripulación. Gritó, sobre el estruendo:

—¿De qué tienen miedo? ¡He remontado olas más grandes que ésta! —Eso no era verdad; y tampoco agregó que sus experiencias previas habían tenido lugar en un barco bien equipado, no en una balsa improvisada—. Pero si nos vemos obligados a saltar —añadió—, esperen hasta que yo les dé la orden. Revisen sus salvavidas.

«Es magnífica, como un guerrero vikingo que se dispone a entrar en batalla; obviamente disfruta cada minuto de la aventura —pensó el comandante—. Y es probable que tenga razón…. a menos que hayamos calculado mal».

La ola continuaba subiendo, y se curvaba hacia arriba y los costados. El declive encima de sus cabezas probablemente exageraba su altura, pero lo cierto era que parecía enorme, una irresistible fuerza de la naturaleza que lo arrastraría todo a su paso.

Pero entonces, en cuestión de segundos, se derrumbó, como un rascacielos con los cimientos socavados. Pasó sobre la barrera sumergida, y otra vez estuvo en aguas profundas. Cuando les alcanzó, un minuto después, la Resolutión apenas se zarandeó un par de veces antes de que la sargento Barnes cambiara el rumbo y la enfilara hacia el norte a toda velocidad.

—Gracias, Ruby; ha sido una espléndida maniobra.

Pero, ¿estaremos en suelo firme antes de que se repita el fenómeno?

—Probablemente no; la ola volverá a formarse en unos veinte minutos. Pero ya habrá perdido casi toda su fuerza. Apenas la notaremos.

Ahora que la ola gigantesca había pasado, podían relajarse y disfrutar del viaje, aunque en realidad ninguno de ellos se sentiría tranquilo hasta haber regresado al punto de partida. El trastorno había causado remolinos en el agua, y había dejado además en el aire un olor ácido muy peculiar —…como de hormigas trituradas como lo describió muy bien Jimmy. Aunque desagradable, el olor de marras no provocó los mareos y náuseas que podían suponerse. Era algo tan extraño que la fisiología humana no tenía reacción para ello.

Un minuto más tarde, el frente de la ola chocó contra la siguiente barrera sumergida y se alejaba trepando el cielo. Esta vez, visto desde atrás, el espectáculo carecía de interés y los viajeros se avergonzaron de haber sentido miedo. Empezaban a sentirse dueños del Mar Cilíndrico.

La impresión fue por lo tanto mayor cuando, a no más de cien metros de distancia, algo semejante a una rueda de lento girar comenzó a levantarse del agua.

Brillantes radios de rueda metálicos, de cinco metros de largo, emergieron chorreando agua, giraron un momento al vivo resplandor de Rama, y volvieron a hundirse. Era como si una estrella de mar gigante, con brazos tubulares hubiese quebrado la superficie.

A primera vista resultaba imposible determinar si se trataba de un animal o una maquinaria. Luego resurgió y permaneció casi a flor de agua, meciéndose con el suave balanceo de las olas.

Ahora que podían verlo comprobaron que había nueve brazos, al parecer unidos y que partían de un disco central. Dos de los brazos estaban rotos, separados de la juntura exterior. Los otros terminaban en una complicada colección de manipuladores que le trajeron a Jimmy fuertes reminiscencias del cangrejo que había encontrado en el hemisferio sur. Los dos seres provenían de la misma línea de evolución, o del mismo tablero de dibujo.

En el centro del disco se notaba una especie de torrecilla con tres grandes ojos. Dos estaban cerrados, uno abierto, y aun éste aparecía sin brillo, muerto. Nadie dudó de que estaban presenciando la agonía de algún extraño monstruo, arrojado a la superficie por el reciente alboroto submarino.

Luego comprobaron que no había venido solo. Nadando a su alrededor y tirando mordiscos a sus miembros que aún se movían débilmente, había dos pequeñas bestias semejantes a langostas muy desarrolladas. Con toda eficiencia cortaban al monstruo en pedacitos, y éste nada hacía para defenderse aunque sus propios tentáculos parecían muy capaces de lidiar con los atacantes.

Otra vez recordó Jimmy al cangrejo que había destrozado la Libélula. Observó con atención mientras el conflicto unilateral proseguía, y no tardó en ver confirmadas sus impresiones.

—Mire, jefe —murmuró—. ¿Está viendo?… ¡no se lo comen! Ni siquiera tienen boca. Simplemente lo están reduciendo a fragmentos. Eso es lo que ocurrió con la Libélula.

—Tiene razón, Jimmy. Lo están desguazando pieza por pieza, como a una máquina rota. —Norton arrugó la nariz—. Pero ninguna máquina rota ha olido nunca así.

Luego otro pensamiento lo asaltó.

—¡Dios mío!… ¡Puede que en cualquier momento empiecen con nosotros! Ruby, por favor, condúzcanos a la orilla lo más pronto que pueda.

La Resolution dio un empujón hacia adelante con un absoluto desprecio por la vida de sus células de energía. Detrás de ellos, los nueve tentáculos de la gigantesca estrella de mar —no se les ocurría un nombre más apropiado para el monstruo— eran cercenados cada vez más, hasta que finalmente todo el impresionante cuadro vivo se hundió en las profundidades del mar.