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No hubo persecución, pero no volvieron a respirar tranquilos hasta que la Resolution hubo llegado a la orilla y agradecidos saltaron al suelo firme.

Al volver la mirada hacia la misteriosa y ahora siniestra franja de agua, Norton resolvió ceñudamente que nadie volvería a navegar por ella. Había demasiados elementos desconocidos, demasiados peligros al acecho.

También miró hacia las torres y murallas de Nueva York y la mancha oscura de la escarpa del continente, más allá. Estaban seguros ahora, a cubierto de la curiosidad del hombre. jamás volvería a tentar a los dioses de Rama.

33. Arañas

En adelante, decretó Norton, siempre quedarían por lo menos tres personas en el Campamento Alfa, y una de ellas permanecería siempre despierta. Además, todos los grupos de exploración seguirían la misma rutina. Seres potencialmente peligrosos se movían en el interior de Rama, y aunque ninguno habla demostrado una activa hostilidad, un comandante sensato no corría riesgos innecesarios. Como medida extra de seguridad, siempre habría un vigía allá arriba, en el cubo, provisto de un poderoso telescopio.

Desde esa posición ventajosa podía observarse todo el interior de Rama, y hasta el Polo Sur parecía estar apenas a unos cuantos cientos de metros de distancia. El territorio alrededor de cualquier grupo de exploradores se mantendría bajo una observación constante. En esa forma, se confiaba eliminar cualquier posibilidad de una sorpresa desagradable.

Era un buen plan, y fracasó rotundamente.

Después de la última comida del día, y justo antes del período de descanso número 2200, Norton, Rodrigo, Calvert y Laura Ernst estaban viendo las noticias de la noche teletransmitidas especialmente para ellos desde la transmisora de Infierno, Mercurio. Les interesaba sobre todo ver la película rodada por Jimmy del Hemisferio Sur, y el viaje de regreso a través del Mar Cilíndrico, un episodio que había entusiasmado a los televidentes. Los científicos, comentaristas de noticias, y miembros del Comité Rama, hablan expresado sus opiniones, la mayoría de ellas contradictorias. Ninguno se puso de acuerdo respecto a si esa criatura parecida a un cangrejo con que se había encontrado Jimmy era un animal, una máquina, un legítimo ramán, o algo que no encajaba en ninguna de esas categorías.

Habían estado viendo, con una sensación de náusea, la estrella de mar gigante mientras sus atacantes la despedazaban, cuando descubrieron que ya no estaban solos. Habla un intruso en el campamento.

Laura Ernst fue quien lo advirtió primero. Se quedó helada en el lugar, y luego murmuró:

—No te muevas, Bill. Ahora gira la cabeza con, lentitud y mira a tu derecha.

Norton hizo lo que se le indicaba. A diez metros de distancia había un delgado trípode coronado por un cuerpo esférico no más Fande que un balón de fútbol. Asentados alrededor de ese cuerpo se advertían tres grandes ojos desprovistos de expresión que abarcaban al parecer 360 grados de visión. Le colgaban detrás tres especies de látigos muy finos. Este extraño ser no llegaba a tener la altura de un hombre y parecía demasiado frágil para resultar peligroso, pero eso no disculpaba la negligencia de ellos que permitió al intruso acercarse sin que nadie lo notara.

Su aspecto le hacía pensar a Norton en una araña de tres patas o una mantis religiosa, y se preguntó cómo había resuelto el problema —nunca intentado por ser alguno en la Tierra— de la locomoción a tres puntas.

—¿Qué piensa de esto, doctora? —murmuró, cortando la voz del comentarista de la T.V.

—La usual simetría triple característica de Rama. No veo en qué forma podría dañarnos, aunque esas colas de látigo deben ser desagradables…. sin contar con que podrían ser venenosos, como los celentéreos. Quedémonos quietos, y veremos qué nace.

Después de contemplarlos impasible durante varios minutos, el extraño ser se movió repentinamente; y ahora pudieron comprender por qué nadie advirtió su llegada. Era rapidísimo, y cubría la distancia con un movimiento de rotación tan extraordinario que el ojo y la mente humana tenían verdadera dificultad para seguirlo.

Hasta donde Norton podía juzgar —y sólo una cámara de alta velocidad podía decidir la cuestión— cada pata actuaba a su vez como un pivote alrededor del cual ese ser giraba su cuerpo. Y no hubiera podido asegurarlo, pero le parecía también que cada cierto número de —pasos» invertía la dirección del giro, mientras las tres colas daban latigazos en el suelo a medida que avanzaba. Su máxima velocidad —aunque también esto era difícil de calcular— parecía ser lo menos de treinta kilómetros por hora.

Se paseó velozmente alrededor del campamento, examinando cada pieza de equipo, tocando con delicadeza las camas improvisadas, las mesas y sillas, los instrumentos de comunicación, los alimentos envasados, los aparatos sanitarios electrónicos, las cámaras, los bidones de agua, las herramientas, parecía no haber nada que ignorara, excepto a las cuatro personas que lo observaban. Evidentemente, era lo bastante inteligente para establecer una distinción entre los humanos y su propiedad inanimada. Sus acciones daban la inconfundible impresión de una curiosidad extremadamente metódica o un gran deseo de saber.

—¡Cómo me gustaría examinarlo! —exclamó Laura, frustrada, mientras el extraño ser proseguía sus rápidas piruetas—. ¿Y si intentásemos cazarlo?

—¿Cómo? —preguntó Calvert razonablemente.

—Ya sabes cómo atrapaban los cazadores primitivos a los animales veloces, por medio de un lazo, con un par de pesas en un extremo, que se les enredaban en las patas haciéndolos caer. Y no les causaban daño.

—Eso lo dudo —interpuso Norton—. Pero aun cuando diera resultado, no podremos arriesgarnos. No conocemos. el grado de inteligencia de esta criatura, y un recurso semejante podría con facilidad romperle las patas. Entonces tendríamos problemas, con Rama, la Tierra, y qué sé yo qué más.

—¡Pero necesito obtener un ejemplar!

—Deberás contentarte con la flor de Jimmy, a menos que una de estas criaturas coopere contigo. La fuerza queda eliminada. Piensa un poco. ¿Te gustaría que un ser extraño descendiera en la Tierra y al verte decidiera que tú serías un buen ejemplar para la disección?

—No lo quiero para disecarlo —replicó Laura, con un tono nada convincente—. Sólo para examinarlo.

—Bueno, los visitantes de otro mundo podrían tener la misma actitud hacia ti, pero pasarías momentos muy incómodos antes de convencerte de su sinceridad. No debemos hacer ningún movimiento que pueda ser de algún modo considerado como amenazador.

Norton repetía las órdenes recibidas de sus superiores, por supuesto, y Laura lo sabía. Las llamadas de la ciencia tenían una prioridad menor que las de la diplomacia del espacio.

Pero en realidad no había necesidad de recurrir a tan elevadas consideraciones; era una simple cuestión de buenas maneras. Todos ellos eran visitantes allí, y ni siquiera hablan pedido permiso para entrar.

La extraña criatura parecía haber concluido su inspección. Dio otro rápido rodeo al campamento* y luego salió por la tangente en dirección de la escalera.

—Me pregunto cómo se las arreglará con los escalones —reflexionó Laura. Su pregunta tuvo pronta respuesta: la araña ignoró los escalones por completo y subió por la rampa suavemente sesgada sin disminuir su velocidad.

—Control del Cubo —irradió Norton—, es posible que reciban una visita muy pronto. Echen una ojeada a la Escalera Alfa, sección seis. Y a propósito, gracias por vigilar tan bien el campamento.

Transcurrió más de un minuto antes de que fuera captado el sarcasmo. Fue entonces cuando el vigía del cubo comenzó a carraspear y hacer otros ruiditos que podían tomarse como expresiones de disculpa.

—Esto… creo que estoy viendo algo, jefe, ahora que usted me ha llamado la atención sobre ello. Pero, ¿qué es?