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—Siento despertarle, jefe —dijo Kirchoff—. Acaba d llegar una prioridad triple —A desde el cuartel general.

—Pásemelo —pidió Norton, adormilado.

—No puedo. Está en clave. Para los Ojos del Comandante solamente.

Norton despertó en seguida del todo. Había recibido un mensaje semejante sólo tres veces en toda su carrera y en cada ocasión había significado problemas.

—¡Maldición! —exclamó—. ¿Qué hacemos ahora?

Su segundo no se molestó en responder. Ambos comprendían el problema, y era de esas reglas vigentes para la nave espacial no previstas. En circunstancias normales, un comandante nunca estaba más que unos pocos minutos fuera de su despacho, y el libro para descifrar la clave lo guardaba dentro de su caja de hierro personal. Si emprendía ahora el viaje de regreso, Norton llegaría a la nave —exhausto— tal vez dentro de cuatro o cinco horas. Y ésa no era manera de manejar una prioridad Triple-A.

—Jerry —dijo por fin—, ¿quién está en el conmutador?

—Nadie. Yo mismo he hecho la llamada.

—¿La grabadora está desconectada?

—Por alguna extraña infracción al reglamento, sí.

Norton sonrió. Jerry era el mejor oficial ejecutivo con el que le había tocado en suerte trabajar: estaba en todo y pensaba en todo.

—Bien. Tú sabes dónde guardo mi llave. Vuelve a llamar después.

Esperó, tan pacientemente como pudo, durante los diez minutos siguientes, tratando sin mucho éxito de pensar en otros problemas. Odiaba desperdiciar esfuerzo mental; no era probable que adivinara el contenido del mensaje, y pronto se lo comunicarían. Entonces podría empezar a preocuparse con eficacia.

Cuando Kirchoff volvió a llamarle se hizo evidente que hablaba bajo una gran tensión.

—No es en realidad urgente, jefe. Una hora no ¡m~ portará gran cosa. Pero prefiero evitar la radio. Se lo enviaré con un mensajero.

—Pero, ¿por qué?… ¡Oh, está bien, confio en tu criterio! ¿Quién atravesará los pasajes y cerraduras aéreas?

—Ire yo mismo. Le llamaré cuando llegue al Cubo.

—Lo cual deja a Laura a cargo de la nave.

—A lo sumo por una hora. Regresaré inmediatamente. Un oficial médico no poseía los conocimientos especializados necesarios para actuar como capitán, así como no se podía esperar de un capitán de nave espacial que pudiera hacer una intervención quirúrgica. Ambos cargos fueron intercambiados con éxito, alguna vez, en casos de emergencia; pero el procedimiento no se recomendaba. Bien, de todas maneras el reglamento ya había sido quebrantado una vez esa noche.

—Para el registro, tú nunca abandonaste la nave. ¿Has despertado a Laura?

—Sí. Y está encantada de que se le ofrezca la oportunidad.

—Por suerte los médicos están acostumbrados a guardar secretos. ¡Ah!, ¿has enviado el acuse de recibo?

—Por supuesto, en su nombre.

—Entonces te estaré esperando.

Ahora era imposible eludir las especulaciones ansiosas.

—No es en realidad urgente, pero prefiero evitar la radio … ..

Una cosa era cierta: el comandante no iba a dormir mucho más esa noche.

V36. igía de los «biots»

El sargento Pieter Rousseau sabia por qué se había ofrecido como voluntario para ese trabajo; en muchos sentidos era la realización de un sueño infantil. Los telescopios empezaron a fascinarlo desde que tenía seis o siete años, y pasó la mayor parte de su adolescencia coleccionando lentes de todas formas y tamaños. Las montaba en tubos de cartón, haciendo instrumentos cada vez más poderosos, hasta que se familiarizó con la Luna y los planetas, las estaciones espaciales más próximas y todo el paisaje en treinta kilómetros a la redonda de su casa.

Tuvo suerte con el lugar de su nacimiento, entre las montañas de Colorado. En casi todas las direcciones, el panorama era espectacular e inagotable. Pasaba las horas explorando, sin moverse de su casa, las cumbres que todos los años se cobraban su cuota de escaladores imprudentes. Aunque había visto mucho, imaginaba aún más; le gustaba pretender que sobre cada cresta de roca, fuera del alcance de su telescopio, había reinos mágicos llenos de maravillosas criaturas. Y así, durante años, evitó visitar los lugares que sus lentes le aproximaban, porque sabía que la realidad no estaría a la altura del sueño.

Ahora, en el eje central de Rama, contemplaba maravillas que sobrepasaban las fantasías más disparatadas de su juventud. Un mundo entero se extendía delante de él. Un mundo pequeño, en verdad; sin embargo, uno podía pasarse una vida explorando cuatro mil kilómetros cuadrados, aunque estuvieran muertos y fueran inmutables.

Pero ahora la vida, con todas sus infinitas posibilidades, había irrumpido en Rama. Si los robots biológicos no eran criaturas vivientes, eran por cierto muy buenas imitaciones.

Nadie sabía a ciencia cierta a quién correspondía la invención del término «biot»[4]; pareció entrar en uso instantáneamente por una especie de generación espontánea. Desde su posición ventajosa en el cubo, Rousseau era «Vigía en jefe de los Biots», y estaba empezando, así lo creía al menos, a comprender algo de sus esquemas de comportamiento.

Las arañas eran sensores móviles, que utilizaban la visión, y probablemente el tacto, para examinar todo el interior de Rama. En algún momento hubo miles de ellas corriendo de un lado para otro a tremenda velocidad, pero en menos de dos días la mayoría desapareció. Ahora resultaba inusitado ver siquiera una.

Fueron reemplazadas por toda una colección de seres aún más extraños, y no fue fácil hallarles un nombre adecuado. Estaban los «limpiadores de ventanas», provistos de grandes pies almohadillados, y que aparentemente limpiaban a su paso toda la extensión de los seis soles artificiales de Rama. Sus enormes sombras, proyectadas a través de¡ diámetro del mundo, causaban a veces pasajeros eclipses en el otro extremo.

El cangrejo que había despedazado la Libélula parecía ser un —barrendero». Una serie de criaturas idénticas se aproximaron al Campamento Alfa y se llevaron todos los desechos acumulados en las inmediaciones; se habrían llevado todo lo demás si Norton y Mercer no se hubieran puesto firmes, desafiándolos. El enfrentamiento fue angustioso, pero breve. En adelante los «barrenderos. parecieron comprender qué se les permitía recoger y qué no, y llegaban a intervalos regulares para ver si eran necesarios sus servicios. Era un arreglo muy conveniente, e indicaba un alto grado de inteligencia, por parte de los propios «cangrejos barrenderos» o de algún ente encargado en alguna parte de su control.

De los residuos se disponía en forma muy simple: todo se arrojaba al mar, donde presumiblemente era reducido a fragmentos que volvían a utilizarse. El proceso era rápido. La Resolution desapareció de la noche a la mañana, con gran indignación de Ruby Barnes. Norton la consoló argumentando que la balsa había cumplido magníficamente su misión, y que de todas maneras él jamás habría permitido que nadie la volviera a usar. Los tiburones del Mar Cilíndrico no serían tal vez tan discriminativos como los «cangrejos barrenderos».

Ningún astrónomo, al descubrir un nuevo planeta, se habría sentido mas feliz que Rousseau cuando descubrió un nuevo tipo de —biot» y se aseguró una buena foto del mismo a través de su telescopio. Lamentablemente, parecía que todas las especies interesantes estaban en el Polo Sur, donde realizaban misteriosas tareas alrededor de las astas. De cuando en cuando podía verse algo parecido a un ciempiés con almohadillas de succión que exploraba el Gran Cuerno; mientras que Rousseau había alcanzado a ver a un ser enorme, algo que parecía un cruce de hipopótamo y tractor, entre las astas más bajas. Y había incluso una especie de jirafa con dos pescuezos que aparentemente hacía las veces de grúa movible.

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4

Posiblemente un derivado de biota., término que en inglés significa «seres organizados de una región, época, etc…. (N. de la T.)