Oficialmente, el misil no existía. No llevaba marca de identificación, y no transmitía en una banda de frecuencia standard. Eso significaba una seria violación de las reglas, pero ni siquiera Vigilancia Espacial había formulado todavía una protesta formal. Todos aguardaban, con nerviosa impaciencia, a ver qué haría Mercurio a continuación.
Hacía tres días que habían sido anunciados la existencia y origen del misil. Durante todo ese tiempo los mercurianos permanecieron obstinadamente silenciosos. Eran maestros en el arte de callar cuando les convenía.
Algunos psicólogos declaraban que era casi imposible llegar a comprender a fondo la mentalidad de alguien nacido y criado en Mercurio. Exiliados para siempre de la Tierra por su gravedad tres veces más, poderosa, podían pararse en la Luna y mirar a través de ese estrecho abismo el planeta de sus antecesores, en algunos casos de sus padres, pero nunca visitarlo. Y así, inevitablemente, proclamaban que no querían hacerlo.
Pretendían despreciar las lluvias suaves, las onduladas praderas, los lagos y mares, los cielos azules, todo lo que ellos sólo podían conocer a través de grabaciones. A causa de que su planeta estaba inundado de tal energía solar que la temperatura durante el día llegaba a menudo a seiscientos grados, ellos afectaban una resistencia algo fanfarrona, que no resistía el menor análisis. En efecto, tendían a ser fisicamente débiles, puesto que sólo podían sobrevivir si se aislaban totalmente de su entorno. Aun cuando hubieran tolerado la gravedad, un mercuriano habría quedado rápidamente incapacitado por un día de calor en cualquier país ecuatorial de la Tierra.
Sin embargo, en asuntos de verdadera importancia eran resistentes, duros. Las presiones psicológicas de esa estrella rapaz tan al alcance de la mano, los problemas de ingeniería surgidos de la necesidad de arrancar de su empecinado planeta todo lo que fuera menester para la subsistencia, habían producido una cultura espartana y en muchos sentidos admirable.
Se podía confiar en un mercuriano; si él prometía algo, seguro que lo cumpliría, aunque el precio exigido sería considerable. Ellos mismos solían bromear asegurando que si el sol mostraba alguna vez señales de convertírse en una nova, se comprometerían para controlarlo…. una vez fijado el precio. Y era una broma, no precisamente entre los mercurianos, que cualquier niño que mostrara signos de interés por el arte, la filosofia y la matemática abstracta, era inmediatamente vuelto a labrar en las granjas hidropónicas. En lo que a criminales y psicópatas concernía, eso no era una broma ni mucho menos. El crimen era uno de los lujos que Mercurio no podía permitirse.
El comandante Norton había ido a Mercurio en una ocasión y quedó enormemente impresionado, como la mayoría de los visitantes. Hizo muchas amistades, se enamoró de una chica en Puerto Lucifer, e incluso consideró la posibilidad de firmar un contrato por tres años, pero la oposición de los padres de ella, que desaprobaban a todo el que no fuera de la órbita de Venus, era demasiado firme. Lo cual fue para bien.
—Un mensaje Triple-A desde la Tierra, jefe —anunciaron desde el puente—. Voz y texto del Comando en jefe. ¿Listo para recibirlo?
—Registre el texto y archívelo. Déjeme oír la voz.
—Ahí va.
La voz del almirante Hendrix sonaba tranquila y natural, como si estuviese impartiendo una orden de rutina a la flota, en lugar de estar tratando una situación única en la historia del espacio.
Pero, claro, él no se encontraba a diez kilómetros de una bomba de tiempo.
—El Comando en jefe al comandante, Endeavour. Este es un rápido resumen de la situación tal como la vemos ahora. Ya sabe que la Asamblea General se reúne en 1400, y usted va a escuchar su desarrollo. Es posible que deba entrar en acción inmediatamente, sin consulta previa; de ahí este resumen.
»Hemos analizado las fotos que nos envió. El vehículo es una sonda espacial standard, modificada para un mayor potencial y probablemente con un arranque Láser para la aceleración inicial. Dimensión y masa compatibles con una bomba de fusión de un alcance de quinientos a mil megatones. Los mercurianos utilizan cien megatones como rutina en sus operaciones de minería, de modo que no habrán tenido dificultad en reunir semejante material de guerra.
»Nuestros expertos estiman además que ésa sería la mínima medida necesaria para asegurar la destrucción de Rama. Si la carga fuese detonada contra la parte más delgada de la corteza, debajo del Mar Cilíndrico, dicha corteza se quebraría y la rotación del cuerpo completaría su desintegración.
»Presumimos que si proyectan un hecho semejante, le proporcionarán a usted oportunidad y tiempo para alejarse. Para su información, el destello del rayo gamma de una bomba de ese poder podría resultar peligroso para su nave hasta una distancia de mil kilómetros.
»Sin embargo, el peligro mayor no es ése. Los fragmentos de Rama, con un peso de toneladas y girando a casi mil kilómetros por hora, podrían destruir al Endeavour a una distancia ¡limitada. Por lo tanto le aconsejamos que avance a lo largo del eje de rotación, ya que ningún fragmento volará en esa dirección. Diez mil kilómetros le proporcionarán un adecuado margen de seguridad.
»Este mensaje no puede ser interceptado; es emitido por vía múltiple —seudo— al azar, por eso he hablado claramente. Su respuesta puede ser captada, por lo tanto hable con discreción y utilice la clave cuando sea necesario. Le llamaré apenas terminen las conversaciones de la Asamblea General. Fin del mensaje. Comando en jefe, fuera».
38. Asamblea general
Según los libros de historia —aunque realmente nadie lo podía creer— hubo una época en que las antiguas Naciones Unidas tenían 172 miembros. Los Planetas Unidos tenían sólo siete; y eso ya provocaba suficientes problemas. En orden de distancia del Sol, estaban Mercurío, Tierra, Luna, Marte, Ganimedes, Titán, y Tritón.
La lista contenía numerosas omisiones y ambigüedades que presumiblemente el futuro se encargaría de rectificar. Los críticos nunca se cansaban de señalar que la mayoría de los Planetas Unidos no eran planetas sino satélites. Y qué ridículo que los cuatro gigantes, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, no hubieran sido incluidos.
Pero nadie vivía en los Gigantes de Gas, y posiblemente nadie viviría nunca. Lo mismo podía decirse de otro de los grandes ausentes, Venus. Aun los ingenieros planetarios más entusiastas estaban de acuerdo en que tardarían siglos en domar a Venus: entretanto, los mercurianos no lo perdían de vista, y sin duda acariciaban proyectos de largo alcance.
Las representaciones separadas de la Tierra y la Luna constituyeron asimismo motivo de disputas. Los otros miembros argumentaban que ponía demasiado poder en un rincón del sistema solar. Pero había más gente en la Luna que en todos los otros mundos, con excepción de la propia Tierra, y ella era el lugar de reunión de los Planetas Unidos. Además, la Tierra y la Luna rara vez se ponían de acuerdo en algo, de modo que no era probable que llegaran a formar un bloque peligroso.
Marte controlaba los asteroides, excepto los integrantes del grupo Icaro (supervisado por Mercurio), y otros pocos con perihelios más allá de Saturno, y en consecuencia reclamados por Titán. Algún día los asteroides más grandes, tales como Pallas, Vesta, Juno y Ceres, serían lo bastante importantes como para tener sus propios embajadores, y entonces los miembros de Planetas Unidos alcanzarían dos guarismos.
Ganimedes representaba no sólo a Júpiter —y por lo tanto a más masa que todo el resto del sistema solar junto— sino también a los cincuenta o más satélites jupiterianos, si se incluían capturas temporales del cinturón de asteroides, aunque los abogados seguían discutiendo sobre esto. En la misma forma, Titán se hacía cargo de Saturno, sus anillos, y los otros treinta o más satélites.