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El mensaje proveniente de Mercurio era breve y devastador. Llegó dos minutos después de que Rodrigo hubiera desaparecido por el borde de Rama.

Al comandante del Endeavour desde el control espacial de Mercurio, Infierno Oeste. Dispone usted de una hora desde la recepción de este mensaje para abandonar la vecindad de Rama. Se te sugiere seguir con la máxima aceleración a lo largo del eje de rotación. Solicitamos acuse de mensaje. Fin del mensaje.

Norton lo leyó con absoluta incredulidad, seguida de una intensa cólera. Experimentó el infantil impulso de responder con otro mensaje sen-alando que toda su tripulación se encontraba diseminada en el interior de Rama y tardaría horas en evacuarlos a todos. Pero con eso no lograría nada, excepto tal vez probar la determinación y descaro de los mercurianos.

¿Y por qué se habían decidido a actuar varios días del perihelio? Se preguntó si tal vez la creciente presión de la opinión pública se estaba volviendo insoportable y por lo mismo habían decidido presentar al resto de la especie humana un fait accompli. La explicación parecía fallar por su base, porque tal sensibilidad habría estado totalmente fuera de carácter.

No había forma de hacer volver a Rodrigo, porque su vehículo se encontraba ahora en el radio de sombra de Rama y el contacto estaría suspendido hasta que volviera a la línea de visión. Eso no ocurriría hasta que la misión hubiera sido completada…. o hubiera fracasado.

Tendría que esperar. Quedaba aún tiempo suficiente, unos cincuenta minutos. Entretanto, había decidido ya cuál sería la respuesta más efectiva para Mercurio.

Ignoraría el mensaje por completo, y esperaría a ver cómo reaccionaban los mercurianos.

La primera sensación de Rodrigo cuando la bomba comenzó a moverse no fue de miedo por su integridad física, sino de algo mucho más devastador. El creía que el universo funcionaba de acuerdo con leyes estrictas, que ni siquiera Dios podía desobedecer, y mucho menos los mercurianos. Ningún mensaje podía viajar más rápido que la luz; él estaba cinco minutos adelantado a cualquier cosa que Mercurio pudiera hacer.

Lo que estaba ocurriendo sólo podía ser una coincidencia fantástica, y acaso mortal, pero nada más que eso. Por casualidad se debió transmitir a la bomba una señal de control al mismo tiempo que él se alejaba del Endeavour. Y mientras él viajaba cincuenta kilómetros, la señal había cubierto ochenta millones.

O quizá sólo se trataba de un cambio automático de posición, a fin de contrarrestar el recalentamiento de alguna parte del vehículo conductor. Había lugares donde la temperatura de la corteza se aproximaba a los mil quinientos grados, y por lo mismo él se había cuidado de mantenerse lo más distante posible y a la sombra.

Un segundo jet se encendió, corrigiendo el giro dado al misil por el primero. No; esto no era un simple ajuste técnico. La bomba se orientaba para apuntar hacia Rama.

Inútil preguntarse por qué estaba ocurriendo algo así, en este preciso momento en el tiempo. Había una cosa en su favor, pensó Rodrigo. El misil era un objeto de baja aceleración; un décimo de g» era el máximo que podía soportar. El podía continuar.

Revisó las trabas que unían su vehículo al armazón de la bomba, y repasó la línea de seguridad de su propio traje. Una cólera fría crecía en su interior, agregando firmeza a su determinación. ¿Significaba esa maniobra que los mercurianos harían estallar la bomba sin previo aviso, sin dar al Endeavour oportunidad de huir? Parecía increíble, un acto no sólo de brutalidad, sino también de locura, calculado para poner al resto del sistema solar en su contra. ¿Y qué les habría impulsado a ignorar la solenme promesa hecha por su propio embajador?

Cualquiera que fuese su plan, no se saldrían con la suya.

El segundo mensaje proveniente de Mercurio fue idéntico al primero, y llegó diez minutos más tarde. De modo que habían extendido el plazo. Norton disponía todavía de una hora. Y ellos, los mercurianos, seguramente esperaron el tiempo suficiente para recibir una respuesta del Endeavour antes de volver a comunicarse con él.

Pero ahora existía otro factor. A estas alturas debían haber visto a Rodrigo en sus pantallas, y tuvieron varios minutos para entrar en acción. Sus instrucciones al misil podían estar ya en camino, llegar en cualquier momento.

Y él debía estar preparándose para partir. En un instante el enorme bulto de Rama, que parecía llenar el cielo, podía tornarse incandescente a lo largo de los bordes, brillando con una gloria efimera que eclipsaría la del Sol.

Cuando llegó el impulso mayor, Rodrigo ya estaba bien sujeto. Sólo contó veinte segundos más tarde. Hizo un rápido cálculo mentaclass="underline" el misil tardaría más de una hora en alcanzar Rama; tal vez sólo se aproximaba para obtener una reacción más rápida. Si era así, había que aplaudir la medida de precaución. Pero Mercurio habla llegado muy tarde.

Rodrigo volvió a mirar su reloj, aunque ahora casi tenía conciencia de la hora sin tener que verificarla. En esos momentos, le estarían viendo desde Mercurio mientras se dirigía de intento hacia la bomba, y a menos de dos kilómetros de distancia. No tendrían ya ninguna duda respecto a sus intenciones, y se preguntarían si ya las habla llevado a la práctica.

El segundo juego de cables saltó tan fácilmente como el primero. Como todo buen operario, Rodrigo había elegido bien sus herramientas. La bomba estaba desarticulada; o, para ser más precisos, ya no podría ser detonada por control remoto.

Sin embargo, existía otra posibilidad, y no podía permitirse el lujo de ignorarla. No había fusibles externos de contacto, pero quizá los hubiera internos. Y quizá también éstos se armarían con la fuerza del impacto. Los mercurianos seguían ejerciendo control sobre el movimiento de su vehículo, y por lo tanto podrían estrellarlo contra Rama cuando quisieran. En consecuencia, el trabajo de Rodrigo aún no habla terminado.

Cinco minutos después, en la sala de control, en algún lugar de Mercurio, le verían arrastrándose sobre la cubierta exterior del misil provisto del modesto par de tenazas que hablan neutralizado el arma más poderosa jamás construida por el hombre. Casi estuvo tentado de agitarla delante de la cámara, pero decidió que sería un acto carente de dignidad. Al fin de cuentas él estaba haciendo historia, y millones de hombres contemplarían esta escena en años por venir, a menos, por supuesto, que por puro resentimiento los mercurianos destruyeran todos los registros. Si ellos lo hacían, él no los culparla demasiado.

Alcanzó el pie de la antena direccional y poco a poco fue subiendo por. ella hasta el plato. Sus fieles pinzas trabajaron rápidamente y bien, cortando el sistema múltiple de alímentadores, cables y guías de onda Láser por igual. Cuando hizo el último corte,, la antena comenzó a balancearse lentamente. El movimiento inesperado le cogió de sorpresa, hasta que comprendió que había destruido su dependencia automática con Mercurio. Dentro de cinco minutos los mercurianos perderian todo contacto con su servidor. No sólo había quedado impotente; ahora era ciego y sordo.

Rodrigo volvió con lentitud a su vehículo, retiró las trabas de enganche, y lo hizo girar hasta que las defensas delanteras presionaron contra el misil, lo más cerca posible a su centro de masa. Elevó el impulso a su máxima potencia, y lo mantuvo durante veinte segundos.

Empujando contra varias veces su propia masa, la moto respondió muy perezosamente. Cuando Rodrigo cortó el impulso a cero, calculó con mucho cuidado el nuevo vector —de velocidad de la bomba.

Erraría el impacto con Rama por un amplio margen, y podría ser localizado nuevamente con precisión en cualquier momento, en el futuro. A fin de cuentas, era un valioso conjunto de aparatos y accesorios.