– En los viejos tiempos no eras tan melindroso con mis métodos de trabajo.
– Ahora que vas a convertirte en un hombre casado, tendrás que acostumbrarte a otros hábitos. No creo que Claudia aprobase estas salidas.
– Es cierto, pero cuando esté casado con la señorita Ballinger, espero tener cosas más interesantes que hacer por las noches que husmear en los arrabales. -Peter se interrumpió para orientarse-. Éste es el lugar. El hombre que buscamos acordó encontrarse con nosotros en una taberna que hay al fondo de esta calleja inmunda.
– ¿Confías en tu información?
Peter se encogió de hombros.
– No, pero es un punto de partida. Me dijeron que el tal Bleeker había sido testigo del incendio del Club de los Sables. Pronto descubriremos si es verdad.
Las luces de la sórdida taberna lanzaban un endiablado resplandor amarillo a través de las ventanucas. Harry y Peter se abrieron paso hacia el interior humoso y caldeado por un enorme fuego de hogar; la atmósfera era densa. Había un puñado de parroquianos distribuidos en largas mesas de madera y algunos de ellos levantaron la vista al abrirse la puerta.
Cada par de ojos pasó revista a los abrigos zarrapastrosos y las botas raídas de Harry y Peter. Harry adivinó el suspiro de pesar de los posibles predadores porque las presas no parecieron prometedoras.
– Ahí está nuestro hombre -dijo Peter abriendo la marcha hacia el fondo de la taberna-, junto a la puerta. Me dijeron que llevaría una bufanda roja al cuello.
Bleeker tenía el aspecto de un hombre que ha consumido demasiadas botellas de ginebra y unos ojillos inquietos que revoloteaban sin parar de un punto a otro al parecer sin objeto.
Además de la bufanda roja, Bleeker llevaba una gorra mugrienta calada sobre la frente sudorosa. La nariz, de venas marcadas, era el rasgo más prominente. Cuando abrió la boca para gruñir un saludo, Harry vio que le faltaban varios dientes, y los que quedaban estaban podridos y amarillentos.
– ¿Son ustedes los tipos que querían saber del incendio del Club de los Sables?
– No se equivoca -dijo Harry sentándose sobre el banco frente a Bleeker. Peter se quedó de pie observando con engañoso desinterés el sofocante salón-. ¿Qué puede decirpos de aquella noche?
– Le costará -advirtió Bleeker con sonrisa torcida.
– Estoy dispuesto a pagar, si la información vale la pena.
– Está bien. -Bleeker se inclinó hacia delante con aire conspirativo-. Vi al sujeto que inició el fuego. Yo estaba en el callejón de enfrente, esperando a que cayera algún incauto, y pensaba en mis propias cosas, ¿sabe? Entonces, escucho ese rugido. Miro y veo llamas saliendo por todas las ventanas del club.
– Continúe -dijo Harry, sereno.
– ¿Cómo sé que me dará el dinero? -dijo Bleeker con voz quejumbrosa.
Harry dejó unas monedas sobre la mesa.
– Si la información me parece útil, le daré el resto.
– ¡Por todos los diablos, usté sí que's un tipo duro! -Bleeker se inclinó más y su aliento pestilente llegó al otro lado de la mesa-. De acuerdo, la cosa sigue así. Mientras arde, dos hombres salen corriendo por la puerta principal del club. El primero se agarra el estómago, sangra como un cerdo. Cruza la calle y cae a la entrada del callejón, donde yo estaba parado.
– Muy conveniente -señaló Harry.
Bleeker no hizo caso del comentario; comenzaba a entusiasmarse con su propio relato.
– Yo me quedo en la sombra y entonces veo al otro tipo que se acerca corriendo. Observa la calle hasta que encuentra al pobre sujeto sangrando. Se acerca a él y lo observa. Llevaba un cuchillo en la mano.
– Apasionante. Le ruego que continúe.
– El pobre moribundo le dice al otro: «Me has matado, Ballinger, me has matado. ¿Por qué? Nunca le dije a nadie quién eras en verdad. Nadie sabe nada de Araña.» -Complacido, Bleeker se echó hacia atrás-. Luego, el pobre individuo muere y el otro desaparece. Yo me fui de allí también, ¡ya lo creo!
Harry guardó silencio un momento, mientras Bleeker esperaba ansioso. Luego se puso de pie.
– Vámonos, amigo -le murmuró a Peter-. Esta noche hemos perdido el tiempo.
Alarmado, Bleeker frunció el entrecejo.
– Eh, caramba, ¿qué hay de mi dinero? Prometió pagarme por contarle lo que pasó aquella noche.
Harry se encogió de hombros y arrojó sobre la mesa algunas monedas más.
– Esto será suficiente. El resto, pídaselo a quien le dijo que me contara tantas mentiras.
– ¿Mentiras? ¿Qué mentiras? -estalló Bleeker, furioso-. Le he dicho la verdad.
Harry no le hizo caso, pero entre tanto, entre los parroquianos de la taberna se había despertado cierto interés y contemplaban la discusión que se desarrollaba al fondo.
– Por la puerta de atrás -sugirió Harry a Peter-. Parece que el camino hasta la puerta principal sea demasiado largo.
– Excelente observación. Siempre creí en la virtud de una retirada estratégica. -Peter esbozó una breve sonrisa y se apresuró a abrir la puerta trasera-. Después de usted, señor. -Hizo un gesto a Harry de que pasara delante.
Harry salió al callejón y Peter le siguió los pasos, dejando tras la puerta los gritos furiosos de Bleeker y a la inquieta horda de clientes.
– ¡Maldición! -exclamó Harry al descubrir entre las sombras a un hombre, cuchillo en mano.
Aquel hombre se abalanzó sobre él y la hoja brilló a la luz de la luna.
CAPÍTULO XVII
Harry blandió el bastón de ébano formando un arco. El palo golpeó con ferocidad el brazo extendido del atacante y le hizo soltar el cuchillo, que salió volando.
Dio un cuarto de vuelta al pomo con el hábil movimiento de una sola mano, haciendo saltar una hoja que escondía la caña y la apretó contra el cuello del atacante.
– ¡Por todos los diablos! -El hombre saltó hacia atrás y tropezó con un montón de basura. Resbaló sobre las piedras grasientas del pavimento y cayó aullando y lanzando maldiciones.
– Vámonos -dijo Peter en tono alegre, echando un breve vistazo a la víctima de Harry-. De un momento a otro, nuestros amigos saldrán por esa puerta.
– No pensaba quedarme aquí. -Harry volvió a dar un cuarto de vuelta al pomo del bastón y la hoja desapareció en el interior tan limpiamente como había emergido.
Peter inició la marcha hacia la salida del callejón y Harry lo siguió sin tardanza. Corrieron hacia la calle y, sin vacilar, Peter dobló a la derecha.
– Si mal no recuerdo -refunfuñó Peter mientras corrían- no es la primera vez que nos encontramos en una situación como ésta, Graystone. Comienzo a pensar que sucede porque no dejas una propina decente.
– Es muy probable.
– Eres un tacaño, Graystone.
– Por mi parte -dijo Graystone trotando por la calle junto a su amigo- yo he descubierto que me meto en situaciones semejantes cada vez que haces de guía. Me pregunto si habrá alguna relación.
– No creo; es tu imaginación.
Gracias al conocimiento de Peter de los arrabales de la ciudad y la resistencia general de los habitantes del barrio a meterse en problemas, los dos amigos pronto ganaron una calle concurrida, donde se hallaban relativamente seguros.
Harry hizo un gesto con el bastón dando el alto a un coche de alquiler que acababa de dejar a un grupo de jóvenes dandies borrachos. Sin duda, los recientes ocupantes habían tenido la curiosidad de probar las delicias de la vida nocturna más oscura de Londres.
En cuanto a Harry, ya había tenido suficiente. Entró en el carruaje y se dejó caer en el asiento, frente a Peter. En el interior se hizo un silencio reflexivo. Harry observaba distraído las calles oscuras mientras el coche se encaminaba hacia una zona más agradable de la ciudad y Peter, a su vez, observaba en silencio a su amigo.
– Ha sido una historia interesante, ¿no crees? -preguntó al fin Peter.
– Sí.
– ¿Qué sacas en limpio?
Harry volvió a repasar en su mente la historia de Bleeker, pensando en las alternativas posibles.