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Sir Thomas alzó las pobladas cejas y sus ojos adoptaron una expresión pensativa.

– Entiendo. ¿Sabe ella que la solicita usted?

– No, señor, aún no se lo he dicho. Le repito que soy un anticuado en muchos aspectos. Antes de seguir adelante, quería su aprobación.

– Claro, milord. Me parece bien. Puede estar seguro que me complace otorgar mi aprobación a esta unión. Claudia es una joven inteligente y seria, si me permite decirlo. Tiene buenos modales, como su madre. Creo que piensa escribir un libro como hizo ella para las jóvenes estudiantes. Y me alegra decir que sus obras tuvieron mucho éxito.

– Conozco los excelentes trabajos educativos de la señora Ballinger, sir Thomas. Mi propia hija los utiliza. No obstante…

– Sí, estoy convencido de que Claudia será una estupenda condesa, y me complacerá enormemente tenerlo en la familia.

– Gracias, sir Thomas, pero no solicitaba precisamente la mano de Claudia, aunque su hija es encantadora.

Sir Thomas lo miró perplejo.

– ¿Cómo, milord? No se referirá a… es imposible que…

– Tengo la intención de casarme con Augusta, si me acepta.

– Augusta.

Sir Thomas abrió los ojos, asombrado. Bebió un trago de coñac y se atragantó. El rostro del hombre adquirió un matiz purpúreo mientras tosía, escupía y agitaba la mano, oscilando entre el asombro y la risa.

Con la mayor serenidad, Harry se levantó y le palmoteó la espalda.

– Sir Thomas, comprendo lo que quiere decir. Parece una idea absurda, ¿verdad? La primera vez que se me ocurrió, tuve la misma reacción, pero ahora ya me he hecho a la idea.

– ¿Augusta?

– Sí, sir Thomas, Augusta. Me dará su autorización, ¿no es así?

– Sin duda, señor -se apresuró a responder el hombre-. Dios sabe que, a su edad, mi sobrina no conseguirá una propuesta mejor.

– Así es -concordó Harry-. Veamos, como estamos hablando de Augusta y no de Claudia, podemos imaginar que su reacción a una propuesta matrimonial sea… imprevisible.

– Ya lo creo. -Sir Thomas adoptó una expresión sombría-. Graystone, la rama Northumberland de la familia es altamente imprevisible. No es un rasgo afortunado, pero es así.

– Comprendo. Teniendo en cuenta esa desagradable característica, quizá sería mejor que presentáramos a Augusta un hecho consumado. Sería más fácil que la decisión no quedara en sus manos, ¿me explico?

Bajo las cejas, sir Thomas lanzó a Harry una mirada suspicaz.

– ¿Acaso propone que publique la noticia en los periódicos antes de que le haga usted el ofrecimiento?

Harry asintió.

– Como le he dicho, sir Thomas, sería más sencillo que Augusta no tuviera que adoptar la decisión.

– Muy astuto -dijo sir Thomas, maravillado-. Graystone, es una idea estupenda. Brillante.

– Gracias. Sin embargo, tengo la impresión de que es sólo el comienzo. Algo me dice que dar un paso por delante de Augusta requerirá un alto grado de astucia y firmeza.

CAPÍTULO III

– ¿Que has publicado la noticia en los periódicos? Tío Thomas, no puedo creerlo. ¡Qué desastre! Es evidente que se ha cometido un terrible error.

Augusta se paseaba por la biblioteca, todavía aturdida por el impacto que le había producido el anuncio de su tío de que acababa de aceptar una oferta de matrimonio en su nombre. Encendida de feroz energía, fruncía el entrecejo mientras imaginaba la manera de escapar a semejante situación.

Regresaba de montar a caballo y llevaba un audaz traje de montar de estilo militar de color rubí, adornado con trencilla dorada. Sobre la cabeza, un sombrerito hacía juego con una pluma roja y calzaba botas grises de cuero. Un criado le había dicho que sir Thomas tenía que darle una noticia y corrió a la biblioteca.

Allí se había llevado la impresión más fuerte de su vida.

– Tío Thomas, ¿cómo has podido hacer algo así? ¿Cómo has podido cometer tal equivocación?

– No creo que se trate de una equivocación -dijo sir Thomas, distraído. Sentado en el sillón, una vez hecho el anuncio, se había sumergido de nuevo en la lectura del libro que estaba leyendo cuando entraba Augusta-. Me pareció que Graystone sabía lo que hacía.

– Pero debe de ser un error. Graystone no pediría mi mano. -Mientras paseaba agitada de un lado a otro, Augusta pensaba-. Lo que sucedió es evidente. Te pidió a Claudia y tú te confundiste.

– No lo creo. -Sir Thomas se hundió más aún en la lectura.

– Vamos, tío Thomas. A veces eres muy distraído. A menudo confundes mi nombre y el de Claudia, en particular cuando estás ocupado en tus libros, como ahora.

– ¿Qué esperabas? Las dos lleváis nombres de emperatrices romanas -dijo el tío a modo de excusa-. Da lugar a equivocaciones.

Augusta gimió. Conocía a su tío y cuando se concentraba en los clásicos griegos y romanos, era imposible que prestara atención a otra cosa. Sin duda, cuando Graystone había ido a verlo, debía de estar igualmente abstraído. No era de extrañar que hubiese confundido los nombres.

– No puedo creer que hayas podido hacer algo que afectara de tal modo mi futuro sin consultarme siquiera.

– Augusta, será un marido saludable para ti.

– No quiero un marido saludable. No quiero ningún marido, y menos uno saludable. De todos modos, ¿qué significa eso? ¡Un caballo saludable!

– Muchachita, el asunto es que no conseguirías un ofrecimiento más conveniente.

– Supongo que no. Pero la propuesta no era para mí, ¿no lo comprendes, tío Thomas? Estoy segura. -Augusta giró con brusquedad y las faldas rojas se arremolinaron en torno a sus botas-. Tío Thomas, no he querido ser grosera contigo. Dios sabe que no has tenido conmigo más que bondad y te estaré eternamente agradecida.

– Querida mía, yo también te agradezco lo que has hecho por Claudia. La hiciste salir de su caparazón y transformaste a un ratoncito de biblioteca en una sensación. Su madre estaría orgullosa.

– No tiene importancia, tío. Claudia es una mujer bella y con talento. Sólo necesitaba algún consejo y aprender el modo apropiado de comportarse en sociedad.

– Que le proporcionaste tú.

Augusta se encogió de hombros.

– Lo aprendí de mi madre. Recibía invitados con frecuencia y me enseñó muchas cosas. También me enseñó lady Arbuthnot, que conoce a todo el mundo, así que el mérito no es sólo mío. Además, me asignaste la tarea de cuidar de Claudia como remedio contra la melancolía, y eso fue muy bondadoso de tu parte.

Sir Thomas lanzó una exclamación.

– Si mal no recuerdo, te pedí que acompañaras a Claudia a una sola velada. A partir de entonces, te hiciste cargo de ella, y pasó a formar parte de tu propio proyecto. Y cuando te embarcas en un proyecto, querida mía, las cosas se ponen en marcha por sí solas.

– Gracias, tío Thomas. Pero volviendo a Graystone, insisto en que…

– No te preocupes por Graystone. Te repito que será un buen esposo. Ese hombre es sólido como una roca. Tiene cerebro y fortuna. ¿Qué más podría desear una mujer?

– Tío, no lo entiendes.

– En este momento te sientes un tanto conmocionada, eso es todo. Los Ballinger de Northumberland siempre han sido muy sensibles.

Augusta contempló a su tío sintiendo que bullía de frustración y luego se apresuró a correr a su dormitorio para estallar en lágrimas.

Mientras se vestía para asistir a la fiesta aquella noche, aún hervía de irritación. «Pero al menos ya no estoy a punto de llorar», se dijo orgullosa. Esa crisis exigía acción y no lágrimas.

Con tierna preocupación, Claudia observaba el ceño de su prima. Con gracia natural sirvió dos tazas de té y le ofreció una a Augusta sonriendo con gesto tranquilizador.

– Cálmate, Augusta. Todo saldrá bien.

– ¿Cómo demonios puedo calmarme cuando se ha cometido un terrible error? Por Dios, Claudia, ¿no comprendes? Nos amenaza el desastre. El tío se entusiasmó tanto que corrió a publicar la noticia en los periódicos. Mañana por la mañana, Graystone y yo estaremos oficialmente comprometidos. Una vez aparezca la noticia en la prensa, no habrá manera honorable de salir de esta situación.