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—¿Dolida? —Jace sonó incrédulo—. ¿Ella, dolida?

—Quería a Valentine, recuérdalo —explicó Luke—. Como le quisimos todos. Él le hizo mucho daño. No quiere que su hijo se lo haga también. Le preocupa que les hayas mentido. Que la persona que creyó que eras todos estos años fuese una mentira, un truco. Tienes que tranquilizarla.

La expresión de Jace era una perfecta mezcla de obstinación y asombro.

—¡Maryse es una adulta! No debería necesitar que yo la tranquilizara.

—Ah, vamos, Jace —exclamó Clary—. No puedes esperar que todo el mundo se comporte perfectamente. Los adultos también meten la pata. Regresa al Instituto y habla con ella. Sé un hombre.

—No quiero ser un hombre —replicó Jace—, quiero ser un adolescente dominado por la angustia que no puede enfrentarse a sus demonios interiores y por eso ataca verbalmente a otras personas.

—Bueno —se burló Luke—, pues lo estás haciendo de maravilla.

—Jace —se apresuró a decir Clary, antes de que pudieran empezar a pelearse en serio—, tienes que volver al Instituto. Piensa en Alec y en Izzy, piensa en cómo les afectará esto.

—Maryse inventará algo para calmarlos. Quizá les diga que he huido.

—No funcionará —replicó ella—. Isabelle estaba de los nervios cuando me ha llamado por teléfono.

—Isabelle siempre está de los nervios —replicó Jace, pero pareció complacido.

Se recostó en el sillón. Los cardenales de la mandíbula y el pómulo destacaban igual que oscuras Marcas informes sobre la piel.

—No regresaré a un lugar donde no se confía en mí. Ya no tengo diez años. Puedo cuidar de mí mismo.

La expresión de Luke pareció indicar que no estaba muy seguro de eso.

—¿Adonde irás? ¿Cómo vivirás?

Los ojos de Jace relucieron.

—Tengo diecisiete años. Soy prácticamente un adulto. Cualquier cazador de sombras adulto tiene derecho a...

—Cualquier adulto. Pero tú no lo eres. No puedes obtener una remuneración de la Clave porque aún eres demasiado joven, y de hecho, los Lightwood están obligados por la Ley a cuidar de ti. Si ellos no quieren, se debería nombrar a alguna otra persona o...

—¿O qué? —Jace saltó del asiento—. ¿Iré a un orfanato en Idris? ¿Me meterán con una familia a la que nunca he visto? Puedo conseguir un trabajo en el mundo de los mundanos durante un año, vivir como uno de ellos...

—No, no puedes —replicó Clary—. Yo debería saberlo, yo era uno de ellos. Eres demasiado joven para cualquier empleo, y además, con las habilidades que posees..., bueno, la mayoría de asesinos profesionales son mayores que tú. Y son criminales.

—No soy un asesino.

—Si vivieras en el mundo de los mundanos —repuso Luke—, eso es todo lo que serías.

Jace se quedó rígido, apretando la boca, y Clary supo que las palabras de Luke le habían dado donde dolía.

—No lo comprendéis —insistió él con una repentina desesperación en la voz—. No puedo regresar. Maryse quiere que diga que odio a Valentine. Y no puedo hacerlo.

Jace alzó la barbilla, la mandíbula apretada con obstinación, los ojos puestos en Luke como si medio esperara que el adulto respondiera con desdén o incluso con horror. Al fin y al cabo, Luke tenía más motivos para odiar a Valentine que casi ninguna otra persona en el mundo.

—Lo sé —dijo Luke—; hubo un tiempo en que yo también le quise.

Jace soltó aire, fue casi un sonido de alivio, y Clary pensó de repente: «Es por esto que ha venido aquí, a este lugar. No sólo para empezar una pelea, sino para llegar hasta Luke. Porque Luke le comprendería». No todo lo que Jace hacía era descabellado o suicida, se recordó a sí misma. Simplemente lo parecía.

—No deberías tener que afirmar que odias a tu padre —repuso Luke—. Ni siquiera para tranquilizar a Maryse. Ella debería comprenderlo.

Clary miró a Jace con atención, intentando leerle el rostro. Era como un libro escrito en un idioma extranjero que hubiese estudiado durante demasiado poco tiempo.

—¿De verdad dijo que no quería que regresases nunca? —preguntó Clary—. ¿O simplemente supusiste que era eso lo que quería decir, y te largaste?

—Me dijo que probablemente sería mejor si encontraba algún otro lugar durante un tiempo —respondió Jace—. No dijo dónde.

—¿Le diste la oportunidad de hacerlo? —inquirió Luke—. Oye, Jace, no hay ningún problema para que te quedes conmigo todo el tiempo que necesites. Quiero que lo sepas.

A Clary le dio un vuelco el estómago. La idea de tener a Jace en la misma casa en la que vivía, siempre cerca, la llenaba de una mezcla de júbilo y horror.

—Gracias —dijo el muchacho.

La voz era ecuánime, pero los ojos se habían dirigido al instante, impotentes, hacia Clary, y ésta pudo ver en ellos la misma terrible mezcla de emociones que sentía ella. «Luke —pensó ella—, en ocasiones desearía que no fueras tan generoso. O tan ciego.»

—Pero —siguió Luke—, creo que al menos deberías regresar al Instituto el tiempo suficiente para charlar con Maryse y descubrir qué está sucediendo en realidad. Suena como si hubiese más en todo esto de lo que te está contando. Más, quizá, de lo que estuviste dispuesto a escuchar.

Jace apartó violentamente la mirada de la de Clary.

—De acuerdo. —Tenía la voz ronca—. Pero con una condición. No quiero ir solo.

—Iré contigo —dijo rápidamente Clary.

—Lo sé. —La voz de Jace era queda—. Y quiero que lo hagas. Pero quiero que Luke venga también.

El hombre pareció sorprendido.

—Jace..., he vivido aquí quince años y jamás he ido al Instituto. Ni una sola vez. Dudo que Maryse sienta más cariño por mí que...

—Por favor —insistió el muchacho, y aunque la voz carecía de inflexión y habló en tono bajo, Clary casi pudo sentir, como algo palpable, el orgullo que había tenido que reprimir para pronunciar aquellas dos palabras.

—De acuerdo —Luke asintió con la cabeza, con el gesto de un líder de manada acostumbrado a hacer lo que tenía que hacer, tanto si quería como si no—, iré contigo.

Simon se apoyó en la pared del pasillo fuera del despacho de Pete e intentó no sentir lástima de sí mismo.

El día había empezado bien. Bastante bien, por lo menos. Primero había habido aquel incidente desagradable con la película de Drácula de la televisión, que le había producido náuseas y mareo y le había sacado al exterior todas las emociones y los anhelos que había estado intentando reprimir y olvidar. Luego, de algún modo, la náusea había eliminado la tensión de sus nervios y se había encontrado besando a Clary del modo en que había deseado hacerlo durante tantos años. La gente siempre decía que las cosas nunca resultaban como uno se imaginaba que serían. La gente se equivocaba.

Y ella le había devuelto el beso...

Pero en esos momentos ella estaba allí dentro con Jace, y Simon sentía un nudo y unos retortijones en el estómago, igual que si se hubiese tragado un tazón lleno de gusanos. Una sensación de angustia a la que se había acostumbrado últimamente. No siempre había sido así, incluso después de haber comprendido lo que sentía por Clary. Nunca la había presionado, jamás la había abrumado con sus sentimientos. Siempre había estado seguro de que un día ella despertaría de su sueño de príncipes de dibujos animados y héroes de kung fu, y se daría cuenta de lo que era evidente para ambos: se pertenecían el uno al otro. Y si bien ella nunca había parecido interesada en Simón, al menos tampoco había parecido interesada en nadie más.

Hasta Jace. Simon recordó estar sentado en los escalones del porche de la casa de Luke, observando a Clary mientras ella le explicaba quién era Jace y lo que hacía, mientras Jace se examinaba las uñas y mostraba un aire de superioridad. Simon apenas la había oído. Había estado demasiado ocupado fijándose en cómo miraba ella al chico rubio de los tatuajes extraños y el hermoso rostro anguloso. «Demasiado guapo», se había dicho Simón, pero era evidente que Clary no había pensado lo mismo: le miraba como si fuese uno de sus héroes de cómic que hubiera cobrado vida. Nunca antes la había visto mirar a nadie de aquel modo, y siempre había pensado que si alguna vez lo hacía, sería a él. Pero no había sido así, y eso le había dolido más de lo que jamás había imaginado que algo podía doler.