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—¿Un muchacho licántropo? —preguntó.

—Era un miembro de la manada —replicó Pete—. Sólo tenía quince años.

—Y exactamente ¿qué esperas que haga yo? —inquirió el muchacho.

Pete le miró fijamente, incrédulo.

—Eres nefilim —respondió—. La Clave nos debe protección en estas circunstancias.

El muchacho paseó la mirada por el bar, lentamente y con tal insolencia que el rostro de Pete empezó a enrojecer.

—No veo nada de lo que necesitéis protegeros —replicó el muchacho—. Excepto de una decoración más bien fea y un posible problema de moho. Pero, por lo general, eso se puede eliminar con lejía.

—Hay un cuerpo sin vida ante la puerta de este bar —insistió Bat, vocalizando cuidadosamente—. No crees que...

—Creo que es demasiado tarde para que él necesite protección —replicó el muchacho—, si ya está muerto.

Pete seguía mirándole de hito en hito. Las orejas se le habían vuelto puntiagudas, y cuando habló, la voz quedó ahogada por unos caninos cada vez más grandes.

—No te pases, nefilim —dijo—. No te pases.

El muchacho le miró con ojos opacos.

—¿Me estoy pasando?

—¿No vas a hacer nada? —preguntó Bat—. ¿De verdad?

—Me voy a terminar la copa —contestó él, mirando el vaso medio vacío que seguía sobre el mostrador—, si me dejáis.

—¿Así que ésta es la actitud de la Clave, una semana después de los Acuerdos? —preguntó Pete con repugnancia—. ¿La muerte de los subterráneos no significa nada para vosotros?

El muchacho sonrió, y Maia sintió un cosquilleo en la espalda. Tenía exactamente la misma expresión que Daniel justo antes de que le arrancara las alas a una mariquita.

—Qué típico de los subterráneos —replicó el muchacho— esperar que la Clave limpie vuestra porquería por vosotros. Como si fuese de nuestra incumbencia el que algún jovenzuelo estúpido decidiera esparcirse a sí mismo en forma de pintada por todo vuestro callejón...

Antes de que nadie más pudiera moverse, Bat se abalanzó sobre el cazador de sombras; pero el muchacho ya no estaba allí. Bat dio un traspié y se volvió en redondo, con los ojos desorbitados. La manada lanzó una exclamación ahogada.

Maia se quedó boquiabierta. El cazador de sombras estaba sobre la barra, con los pies bien separados. Realmente parecía un ángel vengador disponiéndose a impartir justicia divina desde lo alto, como se suponía que debían hacer los cazadores de sombras. Entonces alargó una mano y cerró los dedos, rápidamente, en un gesto que ella conocía desde el patio del colegio como «Ven y cógeme», y la manada se abalanzó sobre él.

Bat y Amabel treparon a la barra; el muchacho se volvió hacia ellos tan de prisa que su reflejo en el espejo de detrás de la barra fue borroso. Maia le vio lanzar una patada, y a continuación los dos licántropos estaban gimiendo en el suelo bajo una cascada de cristales rotos. Oyó que el muchacho reía mientras otra persona alzaba la mano y tiraba de él hacia abajo; el cazador de sombras se sumergió en la multitud con una facilidad que indicaba buena disposición.

Luego ya no pudo verle, perdido en medio de un maremágnum de brazos y piernas en movimiento. Con todo, le pareció que podía oírle reír, incluso a la vez que centelleaba el metal, el filo de un cuchillo, y se oía a sí misma inspirar violentamente.

—Ya es suficiente.

Era la voz de Luke, sosegada, firme como un latido. Era extraño cómo siempre se reconocía la voz del líder de la manada. Maia volvió la cabeza y le vio justo en la entrada del bar, con una mano apoyada en la pared. No parecía simplemente cansado, sino deshecho, como si algo le estuviese demoliendo desde dentro; con todo, la voz era serena cuando volvió a hablar.

—Ya es suficiente. Dejad en paz al chico.

Inmediatamente la manada se separó del cazador de sombras, dejando sólo a Bat de pie allí, desafiante, con una mano sujetando aún la parte posterior de la camiseta del cazador de sombras y la otra empuñando un cuchillo de hoja corta. El muchacho tenía el rostro ensangrentado, pero no parecía precisamente alguien que necesitara que lo salvasen; sonreía con una mueca tan peligrosa como el cristal roto que cubría el suelo.

—No es un chico —replicó Bat—. Es un cazador de sombras.

—Son bienvenidos aquí —repuso Luke con tono neutral—. Son nuestros aliados.

—Dijo que no le importaba —insistió Bat enfurecido—. Lo de Joseph...

—Lo sé —indicó Luke en voz queda, y sus ojos se desviaron hacia el muchacho rubio—. ¿Has venido aquí sólo para buscar pelea, Jace Wayland?

El muchacho, Jace, sonrió, tensando el labio partido de modo que un hilillo de sangre le corrió por la barbilla.

—Luke.

Bat, sobresaltado al oír el nombre de pila de su líder de la boca del cazador de sombras, soltó la parte posterior de la camiseta de Jace.

—No sabía...

—No hay nada que saber —repuso Luke, mientras el cansancio de sus ojos le iba penetrando en la voz.

Freaky Pete habló entonces con voz grave.

—Dijo que a la Clave no le importaría la muerte de un licántropo, aunque fuera un crío. Y no hace ni una semana de los Acuerdos, Luke.

—Jace no habla por la Clave —respondió Luke—, y no hay nada que pudiera haber hecho, incluso aunque quisiera. ¿No es cierto?

Miró a Jace, que estaba muy pálido.

—¿Cómo...?

—Sé lo que ha pasado —explicó Luke—. Con Maryse.

Jace se quedó rígido, y por un momento Maia vio, a través de la expresión de burla salvaje al estilo de Daniel, lo que había debajo, y era algo sombrío y cargado de angustia; le recordó más a sus propios ojos en el espejo que a los de su hermano.

—¿Quién te lo ha contado, Clary?

—Clary no.

Maia jamás había oído a Luke pronunciar aquel nombre antes, pero lo dijo en un tono que daba a entender que se trataba de alguien especial para él, y también para el cazador de sombras.

—Soy el líder de la manada, Jace. Oigo cosas. Vamos, vayamos al despacho de Pete y charlemos.

Jace vaciló un instante antes de encogerse de hombros.

—Muy bien —repuso—, pero me debéis ese whisky que no me he bebido.

—Ésa era mi última idea —dijo Clary con un suspiro de derrota, dejándose caer sobre los peldaños del exterior del Museo Metropolitano de Arte y clavando una desconsolada mirada en la Quinta Avenida.

—Ha sido buena. —Simon se sentó en el suelo a su lado, las largas piernas despatarradas ante él—. Quiero decir, es un tipo al que le gustan las armas y matar, así que ¿por qué no la mayor colección de armas de toda la ciudad? Y yo siempre estoy dispuesto a hacer una visita a Armas y Armaduras, de todos modos. Me da ideas para mi campaña.

Ella le miró sorprendida.

—¿Todavía estás jugando con Eric, Kirk y Matt?

—Claro. ¿Por qué no iba a hacerlo?

—Pensé que jugar ya no parecería tan atractivo desde que...

«Desde que nuestras vidas empezaron a parecerse a una de vuestras campañas» incluidos chicos buenos, chicos malos, magia realmente repugnante y objetos hechizados importantes que uno tenía que encontrar si quería ganar el juego.

Excepto que en un juego, los buenos siempre ganaban; derrotaban a los chicos malos y se iban a casa con el tesoro. En cambio en la vida real, ellos habían perdido el tesoro, y a veces Clary todavía no tema claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos.

Miró a Simon y sintió una oleada de tristeza. Si él renunciaba a jugar sería culpa suya, igual que todo lo que le había sucedido a su amigo en las últimas semanas había sido culpa suya. Recordó su rostro blanco ante el fregadero esa mañana, justo antes de que la besara.

—Simón... —empezó a decir.

—En estos momentos soy un clérigo medio troll que quiere vengarse de los orcos que mataron a su familia —explicó él alegremente—. Es imponente.