—Lo siento —se lamentó Simón—. Lo siento mucho.
La runa curativa ya hacía efecto. La cabeza de Jace empezó a despejarse, y el golpeteo del corazón aminoró. Se puso en pie con cuidado, esperando sentir un vahído, pero se sintió únicamente un poco débil y cansado. Simon seguía de rodillas, con la mirada clavada en las manos. Jace le cogió por la parte posterior de la camiseta, izándole.
—Deja de disculparte —dijo, soltando a Simón—. Y ponte en marcha. Valentine tiene a Clary, y no tenemos mucho tiempo.
En cuanto los dedos de Clary se cerraron alrededor de la empuñadura de Maellartach, una aguda descarga helada le recorrió el brazo. Valentine la contempló con una expresión levemente interesada mientras ella lanzaba una exclamación ahogada de dolor cuando los dedos se le quedaron ateridos. La muchacha aferró con desesperación el arma, pero ésta se le resbaló de la mano y cayó estrepitosamente al suelo a sus pies.
Apenas vio moverse a Valentine. Al cabo de un instante, él estaba frente a ella empuñando la Espada. Clary sintió un terrible escozor en la mano. Echó una ojeada y vio que le estaba saliendo un rojo y ardiente verdugón en la palma.
—¿De verdad has pensado —comenzó Valentine, con un dejo de indignación en la voz— que te dejaría acercarte a una arma que pensase que podías usar? —Negó con la cabeza—. No has comprendido ni una palabra de lo que te he dicho, ¿cierto? Parece que de mis dos hijos, sólo uno es capaz de comprender la verdad.
Clary cerró la mano herida, agradeciendo casi el dolor.
—Si te refieres a Jace, él también te odia.
Valentine blandió la Espada, alzándola y colocando la punta a la altura de la clavícula de la muchacha.
—Eso es suficiente —dijo—, por tu parte.
La punta de la Espada era afilada; al respirar, le pinchó la garganta, y un hilillo de sangre le empezó a descender por el pecho. El contacto de la Espada pareció derramar frío por sus venas, enviándole crepitantes partículas de hielo a través de los brazos y las piernas, y entumeciéndole las manos.
—Estropeada por tu educación —continuó Valentine—. Tu madre fue siempre una mujer obstinada. Ésa era una de las cosas que amé de ella al principio. Pensé que se mantendría leal a sus ideales.
Resultaba extraño, pensó Clary con una especie de horror distante, que la vez que había visto a su padre en Renwick, éste había exhibido su considerable carisma personal ante Jace. En esos momentos, no se molestaba en hacerlo, y sin la superficial pátina de encanto, parecía... vacío. Igual que una estatua hueca, con los ojos hundidos para mostrar sólo oscuridad en el interior.
—Dime, Clarissa... ¿te habló alguna vez tu madre de mí?
—Me contó que mi padre estaba muerto.
«No digas nada más —se advirtió a sí misma, pero estaba segura de que él podía leer el resto de las palabras en sus ojos—. Y ojalá hubiese sido cierto.»
—¿Y jamás te dijo que eras diferente? ¿Especial?
Clary tragó saliva, y la punta de la hoja le cortó un poco más profundamente. Más sangre le goteó por el pecho.
—Jamás me dijo que yo era una cazadora de sombras.
—¿Sabes por qué —inquirió Valentine, mirándola por encima de la Espada— me dejó tu madre?
Las lágrimas contenidas le abrasaron la garganta y Clary emitió un sonido estrangulado.
—¿Te refieres a que sólo hubo un motivo?
—Ella me dijo —prosiguió él, como si Clary no hubiese hablado— que yo había convertido a su primer hijo en un monstruo. Me abandonó antes de que pudiera hacer lo mismo con el segundo. Tú. Pero lo hizo demasiado tarde.
El frío en la garganta de Clary, y en sus extremidades, era tan intenso que ya no podía ni tiritar. Era como si la Espada la estuviese convirtiendo en hielo.
—Ella jamás diría eso —musitó Clary—. Jace no es un monstruo. Ni tampoco yo.
—Yo no hablaba de...
La trampilla sobre sus cabezas se abrió con un fuerte golpe, y dos figuras imprecisas se dejaron caer por el agujero, aterrizando justo detrás de Valentine. El primero, advirtió Clary con una sacudida de alivio, era Jace. El chico surcó el aire como una flecha disparada desde un arco, dirigiéndose certera a su blanco. Aterrizó en el suelo con suavidad. Aferraba un largo trozo de metal manchado de sangre en una mano, con el extremo partido en una afilada punta.
La segunda figura aterrizó junto a Jace con la misma ligereza, si bien no con la misma elegancia. Clary vio el contorno de un muchacho más delgado, de cabellos oscuros, y pensó: «Alec». No comprendió quién era hasta que el chico se irguió y reconoció el rostro familiar.
Se olvidó de la Espada, del frío, del dolor en la garganta, se olvidó de todo.
—¡Simón!
Simon miró hacia ella. Los ojos de ambos se encontraron durante apenas un instante, y Clary esperó que él pudiese leer en su rostro su total y abrumadora sensación de alivio. Las lágrimas que habían estado amenazando con brotar comenzaron a salir y se le derramaron por el rostro. No hizo nada para secarlas.
Valentine volvió la cabeza para mirar tras él, y la boca se le desencajó en la primera expresión de sincera sorpresa que Clary había visto jamás en su rostro. Se volvió de cara a Jace y a Simón.
En cuanto la punta de la Espada abandonó la garganta de Clary, el helor desapareció, llevándose todas sus energías con él. La muchacha cayó de rodillas, tiritando de un modo incontrolable, y cuando alzó las manos para secarse las lágrimas del rostro, vio que las yemas de los dedos estaban blancas por el inicio de la congelación.
Jace la miró fijamente con horror, luego miró a su padre.
—¿Qué le has hecho?
—Nada —respondió Valentine, recuperando el control de sí mismo—. Aún.
Ante la sorpresa de Clary, Jace palideció, como si las palabras de su padre le hubiesen horrorizado.
—Soy yo quien debería estar preguntando qué has hecho, Jonathan —continuó Valentine, y aunque habló a Jace, tenía los ojos puestos en Simón—. ¿Por qué sigue vivo? Los vampiros pueden regenerarse, pero no si se quedan con tan poca sangre.
—¿Te refieres a mí? —inquirió Simón.
Clary le miró con sorpresa. Simon sonaba diferente. No como un chiquillo que se insolenta con un adulto; más bien como alguien capaz de enfrentarse a Valentine Morgenstern en igualdad de condiciones.
—Bueno, eso es cierto, me dejaste por muerto. Bien, más muerto aún.
—Cállate. —Jace lanzó una mirada iracunda a Simón; tenía los ojos muy sombríos—. Déjame contestar a mí. —Se volvió hacia su padre—. He dejado que Simon bebiera mi sangre —explicó—. Para salvarlo.
El rostro ya severo de Valentine adquirió una expresión aún más dura, como si los huesos se abrieran paso al exterior a través de la piel.
—¿Has dejado voluntariamente que un vampiro bebiera tu sangre?
Jace pareció vacilar por un momento; dirigió una rápida ojeada a Simón, que estaba mirando a Valentine con una expresión de intenso odio. Luego dijo, con cuidado:
—Sí.
—No tienes ni idea de lo que has hecho, Jonathan —exclamó Valentine en un tono de voz terrible—. Ni idea.
—He salvado una vida —respondió él—. Una que tú intentaste eliminar. Eso sí lo sé.
—No era una vida humana —replicó Valentine—. Resucitaste a un monstruo que no hará más que matar para volver a alimentarse. Su especie está siempre hambrienta...
—Estoy hambriento justo ahora —observó Simón, y sonrió para mostrar que los colmillos habían abandonado sus fundas; los dientes le centellearon blancos y afilados sobre el labio inferior—. No me importaría un poco más de sangre. Desde luego tu sangre probablemente se me atragantaría, ponzoñoso pedazo de...