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Valentine lanzó una carcajada.

—Me gustaría verte intentarlo, vampiro —le desafió—. Cuando la Espada—Alma te atraviese, arderás mientras mueres.

Clary vio que los ojos de Jace se posaban en la Espada, y luego en ella. Había una pregunta no formulada en ellos. Rápidamente, dijo:

—La Espada no ha sido convertida —explicó rápidamente—. No del todo. No consiguió la sangre de Maia, así que no pudo finalizar la ceremonia...

Valentine se volvió hacia ella empuñando la Espada, y Clary le vio sonreír. La Espada pareció dar una sacudida en su mano, y a continuación algo la golpeó; fue como ser derribada por una ola, ser abatida y luego alzada en contra de su voluntad y arrojada por los aires. La chica rodó por el suelo, incapaz de detenerse, hasta que golpeó contra el mamparo con dolorosa violencia. Cayó a los pies de Valentine jadeando por la falta de aire y el dolor.

Simon empezó a ir hacia ella a la carrera. Valentine blandió la Espada—Alma y se alzó una cortina de puro fuego que envió a Simon hacia atrás dando traspiés.

Clary se incorporó penosamente sobre los codos. Tenía la boca llena de sangre. Todo le daba vueltas y se preguntó con cuánta violencia se habría golpeado la cabeza y si iba a perder el conocimiento. Usó toda su fuerza de voluntad para mantenerse consciente.

El fuego había desaparecido, pero Simon seguía agazapado en el suelo, aturdido. Valentine le dirigió una breve ojeada, y luego miró a Jace.

—Si matas al vampiro ahora —dijo—, todavía puedes deshacer lo que has hecho.

—No —musitó Jace.

—Coge el arma que empuñas y húndesela en el corazón. —La voz de Valentine era queda—. Un simple gesto. Nada que no hayas hecho antes.

Jace respondió con una mirada impávida a la mirada iracunda de su padre.

—Vi a Agramon —dijo—. Tenía tu cara.

—¿Viste a Agramon? —La Espada—Alma centelleó cuando Valentine avanzó hacia su hijo—. ¿Y sigues vivo?

—Lo he matado.

—¿Has matado al Demonio del Miedo pero no quieres matar a un vampiro, ni siquiera si yo te lo ordeno?

Jace se quedó observando a Valentine con el rostro inexpresivo.

—Es un vampiro, es cierto —repuso—. Pero se llama Simón.

Valentine se detuvo frente a Jace con la Espada—Alma en la mano ardiendo con una cruda luz negra. Clary se preguntó por un aterrado instante si Valentine iría a clavársela a Jace allí mismo, y si Jace pensaba permitírselo.

—¿Debo entender, entonces —inquirió Valentine—, que no has cambiado de idea? ¿Lo que me dijiste cuando viniste a verme la otra vez era tu decisión definitiva o te arrepientes de haberme desobedecido?

Jace meneó lentamente la cabeza. Una mano sujetaba aún el puntal roto, pero la otra mano, la derecha, la tenía en la cintura, sacando algo del cinturón. Sus ojos, no obstante, no abandonaron ni por un momento los de Valentine, y Clary no estaba segura de si Valentine veía lo que él estaba haciendo. Esperó que no.

—Sí —respondió Jace—, lamento haberte desobedecido.

«¡No!» pensó Clary, y el corazón se le cayó a los pies. ¿Acaso se daba por vencido, o quizá pensaba que era el único modo de salvarlos a ella y a Simón?

El rostro de Valentine se dulcificó.

—Jonathan...

—Sobre todo —siguió Jace— porque planeo volver a hacerlo. Justo ahora.

La mano se movió, veloz como el rayo, y algo salió disparado por el aire en dirección a Clary. Cayó a pocos centímetros de ésta, golpeando el metal con un tintineo y rodando a continuación. Los ojos de la muchacha se abrieron de par en par.

Era la estela de su madre.

Valentine empezó a reír.

—¿Una estela? Jace, ¿es alguna especie de broma? O es que finalmente...

Clary no oyó el resto de lo que dijo; se alzó pesadamente, jadeando por el dolor que le acuchillaba la cabeza. Los ojos se le llenaron de lágrimas y la visión se le nubló; alargó una mano temblorosa hacia la estela... y cuando sus dedos la tocaron, oyó una voz dentro de su cabeza, tan clara como si su madre estuviese junto a ella. «Toma la estela, Clary. Úsala. Sabes qué hacer.»

Los dedos de Clary se cerraron con fuerza alrededor de la estela. Se sentó en el suelo, haciendo caso omiso de la oleada de dolor que le recorrió la cabeza y le descendió por la espalda. Era una cazadora de sombras, y el dolor era algo con lo que debía vivir. Vagamente, pudo oír a Valentine pronunciar su nombre, sus pisadas acercándose más... y se arrojó contra el mamparo, alargando al frente la estela con tal fuerza que cuando la punta tocó el metal, le pareció oír el chisporroteo de algo que ardía.

Empezó a dibujar. Como sucedía siempre cuando dibujaba, el mundo se desvaneció y sólo quedaron ella, la estela y el metal sobre el que dibujaba. Recordó haber estado fuera de la celda de Jace murmurando para sí, «Abre, abre, abre», y supo que había empleado toda su energía para crear la runa que había roto las cadenas de Jace. Y comprendió que la energía que había puesto en aquella runa no era ni una décima parte, ni un centésima parte de la energía que estaba poniendo en la que estaba dibujando.

Las manos le ardían y gritó mientras arrastraba la estela por el metal, dejando una gruesa línea negra como el carbón tras ella. «Abre.»

Todo su desaliento, toda su decepción, toda su rabia pasó a través de sus dedos y penetró en la estela y en la runa. «Abre.» Todo su amor, todo su alivio al ver vivo a Simón, toda su esperanza de que todavía podrían sobrevivir. «¡Abre!»

La mano, sosteniendo todavía la estela, le cayó sobre el regazo. Por un momento reinó un silencio total mientras todos ellos, Jace, Valentine, incluso Simón, contemplaban fijamente la runa que ardía sobre el mamparo del buque.

Fue Simon quien habló, volviendo la cabeza hacia Jace.

—¿Qué pone?

Pero fue Valentine quien respondió, sin apartar los ojos de la pared. Tenía una expresión en el rostro... que no era en absoluto la que Clary había esperado, una mezcla de triunfo y espanto, de desesperación y deleite.

—Pone —contestó—: «Mene mene tekel upharsin».

Clary se levantó penosamente.

—Eso no es lo que pone —musitó—. Pone «abre».

Valentine miró a la muchacha a los ojos.

—Clary...

El chillido del metal ahogó sus palabras. La pared sobre la que Clary había dibujado, una pared compuesta de planchas de sólido acero, se combó y se estremeció. Los remaches saltaron de los encajes y chorros de agua penetraron en la habitación.

Clary pudo oír que Valentine gritaba, pero la voz quedó sofocada por los ruidos ensordecedores del metal al ser arrancado a medida que cada clavo, cada tornillo y cada remache que mantenían unido al enorme barco empezaba a soltarse de sus sujeciones.

Intentó correr hacia Jace y Simón, pero cayó de rodillas cuando otra oleada de agua penetró por el agujero de la pared, cada vez más grande. Esta vez la ola la derribó, y el agua helada la empujó hacia abajo. En algún lugar, Jace gritaba su nombre, la voz tronaba desesperada por encima de los chirridos del barco. Ella gritó su nombre sólo una vez antes de verse arrastrada al río a través del irregular agujero del mamparo.

Se agitó y pateó en las aguas negras. La atenazó el terror a la oscuridad total y a las profundidades del río, a los millones de toneladas de agua que la rodeaban, que presionaban sobre ella, arrebatándole el aire de los pulmones. No sabía dónde estaba la superficie ni en qué dirección nadar. Ya no podía seguir conteniendo la respiración. Tragó una bocanada de agua sucia, con el pecho reventándole de dolor y estrellas estallándole tras los ojos. En sus oídos, el sonido del agua en movimiento fue reemplazado por un agudo, dulce e imposible cántico. «Me estoy muriendo», pensó maravillada. Un par de manos pálidas surgieron de las aguas y la atrajeron hacia sí. Largos cabellos flotaron a su alrededor. «Mamá», pensó Clary, pero antes de que pudiera ver con claridad el rostro de su madre, la oscuridad le cerró los ojos.