Clary recuperó el conocimiento oyendo voces a su alrededor y con luces bollándole en los ojos. Estaba tumbada sobre la espalda encima de la plataforma de la camioneta de Luke. El cielo gris daba vueltas sobre su cabeza. Podía oler el agua del río alrededor, mezclada con el olor a humo y sangre. Rostros blancos flotaban sobre ella igual que globos sujetos a cordeles, pero fueron aclarándose poco a poco cuando pestañeó.
Luke. Y Simón. Ambos la contemplaban con expresiones de ansiosa inquietud. Por un momento pensó que los cabellos de Luke se habían vuelto blancos; luego, pestañeando, comprendió que estaban cubiertos de cenizas. De hecho, también lo estaba el aire, que incluso sabía a cenizas, y su ropa y su piel estaban surcados de mugre negruzca.
Tosió, notando sabor a cenizas en la boca.
—¿Dónde está Jace?
—Está...
Los ojos de Simon se dirigieron hacia Luke, y Clary sintió que se le contraía el corazón.
—Está bien, ¿verdad? —inquirió; intentó incorporarse y un fuerte dolor le recorrió la cabeza—. ¿Dónde está? ¿Dónde está?
—Estoy aquí.
Jace apareció en el borde de su campo visual, con el rostro en sombras. Se arrodilló junto a ella.
—Lo siento. Debería haber estado aquí cuando despertaste. Es sólo que...
La voz se le quebró.
—¿Es sólo qué?
Le miró fijamente; iluminado por detrás por la luz de las estrellas, sus cabellos eran más plateados que dorados, y los ojos parecían desprovistos de color. Tenía la piel surcada de negro y gris.
—Pensaba que tú también estabas muerta —dijo Luke, y se puso en pie con brusquedad.
Miraba a lo lejos, al río, a algo que Clary no podía ver. El cielo estaba lleno de volutas de humo negro y rojo, como si estuviera en llamas.
—¿Muerta también? ¿Quién más...?
Se interrumpió cuando un dolor nauseabundo se apoderó de ella. Jace vio su expresión y metió la mano en el bolsillo para sacar su estela.
—Quédate quieta, Clary.
Sintió un dolor abrasador en el antebrazo, y a continuación la cabeza se le empezó a despejar. Se incorporó y vio que estaba sentada sobre una tabla húmeda empujada contra la parte posterior de la cabina de la furgoneta. La plataforma estaba cubierta de varios centímetros de agua mezclada con volutas de cenizas que caían del cielo como una fina lluvia negra.
Echó una ojeada a la parte interior del brazo donde Jace había dibujado una Marca curativa. La debilidad que sentía empezaba ya a retirarse, como si le hubiesen puesto una inyección de energía en las venas.
Antes de apartarse, el muchacho resiguió con los dedos la línea del iratze que le había dibujado en el brazo. La mano tenía un tacto tan frío y húmedo como la piel de Clary. El resto de él también estaba mojado; tenía los cabellos húmedos y las ropas empapadas pegadas al cuerpo.
Clary notaba un sabor acre en la boca, como si hubiese lamido el fondo de un cenicero.
—¿Qué ha sucedido? ¿Ha habido un incendio?
Jace echó una ojeada en dirección a Luke, que tenía la vista fija en el oscilante río negro y gris. El agua estaba salpicada aquí y allí de pequeñas embarcaciones, pero no había ni rastro del barco de Valentine.
—Sí —contestó—, el barco de Valentine se ha quemado hasta la línea de flotación. No queda nada.
—¿Dónde está todo el mundo?
Clary miró a Simón, que era el único de ellos que estaba seco. Había un tenue tinte verdoso en su piel, ya de por sí pálida, como si estuviese enfermo o febril.
—¿Dónde están Isabelle y Alec?
—Están en una de las embarcaciones de los cazadores de sombras. Están perfectamente.
—¿Y Magnus? —Torció el cuerpo para mirar al interior de la cabina de la furgoneta, pero estaba vacía.
—Se está ocupando de algunos de los cazadores de sombras; de los más gravemente heridos —respondió Luke.
—Pero ¿todo el mundo está bien? Alec, Isabelle, Maia... Están todos bien, ¿verdad? —A Clary, su voz le resonó débil y apagada en sus propios oídos.
—Isabelle está herida —explicó Luke—. Y también Robert Lightwood. Necesitará bastante tiempo para curar. Muchos de los otros cazadores de sombras, incluidos Malik e Imogen, están muertos. Ha sido una batalla muy dura, Clary, no nos ha ido bien. Valentine ha desaparecido. También la Espada. El Cónclave ha quedado destrozado. No sé...
Se interrumpió. Clary le miró con fijeza. Había algo su voz que la asustó.
—Lo siento —se disculpó—. Esto ha sido culpa mía. Si yo no hubiese...
—Si tú no hubieses hecho lo que hiciste, Valentine habría matado a todo el mundo en el barco —replicó Jace con ferocidad—. Eres lo único que ha impedido que esto fuese una masacre.
Clary le contempló boquiabierta.
—¿Te refieres a lo que hice con la runa?
—Hiciste pedazos el barco —explicó Luke—. Cada perno, cada remache, cualquier cosa que hubiese podido mantenerlo unido, se partió. Todo él se hizo pedazos de golpe. Los tanques de petróleo también reventaron. La mayoría de nosotros apenas tuvo tiempo de saltar al agua antes de que todo empezara a arder. Nadie ha visto nunca nada parecido a lo que has hecho.
—¡Vaya! —exclamó ella con un hilo de voz—. ¿Resultó alguien...? ¿Hice daño a alguien?
—Bastantes de los demonios se ahogaron cuando el barco se hundió —contestó Jace—. Pero ninguno de los cazadores de sombras resultó herido, no.
—¿Salieron a nado?
—Nos rescataron. Las ondinas nos han sacado a todos del agua.
Clary pensó en las manos del agua, en la canción increíblemente dulce que la había rodeado. Así que no había sido su madre después de todo.
—¿Te refieres a las hadas acuáticas?
—La reina de la corte seelie ha cumplido su palabra, a su modo —repuso Jace—. Lo cierto es que nos prometió la ayuda que estuviese en su poder.
—Pero ¿cómo...?
«¿Cómo lo supo?», estuvo a punto de decir Clary, pero pensó en los ojos sabios y astutos de la reina y en Jace arrojando aquel pedazo de papel blanco al agua en la playa de Red Hook y decidió no preguntar.
—Las embarcaciones de los cazadores de sombras empiezan a moverse —avisó Simón, mirando en dirección al río—. Supongo que ya han recogido a todos los que han podido.
—Bien. —Luke irguió los hombros—. Es hora de ponerse en marcha.
Marchó lentamente hacia la cabina del vehículo; cojeaba, aunque parecía estar en su mayor parte ileso.
Se colocó en el asiento del conductor, y un momento después el motor de la furgoneta volvía a ponerse en marcha. Partieron, rozando la superficie del agua, con las gotas que las ruedas lanzaban al aire capturando el gris plateado del cielo, que empezaba a iluminarse.
—Esto es fantástico —exclamó Simón—. Sigo esperando que la furgoneta empiece a hundirse.
—No puedo creer que después de pasar por lo que hemos pasado pienses que esto es precisamente lo fantástico —replicó Jace, pero no había malicia en el tono y tampoco irritación; sonó sólo muy, muy cansado.
—¿Qué les sucederá a los Lightwood? —preguntó Clary—. Después de todo lo que ha sucedido... la Clave...
Jace se encogió de hombros.
—La Clave actúa en modos misteriosos. No sé qué harán. Pero estarán muy interesados en ti. Y en lo que puedes hacer.
Simon profirió un sonido. Clary pensó que era un ruido de protesta, pero cuando le miró con más atención, vio que estaba más verdoso que nunca.
—¿Qué te pasa, Simón?
—Es el río —respondió éste—. El agua corriente no es buena para los vampiros. Es pura, y... nosotros no.
—El East River no es precisamente puro —comentó Clary, pero alargó la mano y le tocó el brazo con dulzura, y él sonrió—. ¿No te caíste al agua cuando el barco se hizo pedazos?
—No. Había un pedazo de metal flotando en el agua y Jace me arrojó sobre él. He permanecido fuera del río.