—Eso no es justo.
—No te culpo si me odias. —La voz de Maryse sí que temblaba, y Jace giró en redondo para mirarla fijamente con sorpresa—. Pero todo lo que hice... incluso echarte... y tratarte como lo hice, fue para protegerte. Y porque tenía miedo.
—¿Me tenías miedo?
Ella asintió.
—Bueno, eso sí que me hace sentir mucho mejor.
Maryse inspiró profundamente.
—Pensaba que me partirías el corazón como hizo Valentine —continuó—. Tú fuiste lo primero que quise, ¿sabes?, después de él, que no tenía mi propia sangre. La primera criatura viva. Y eras simplemente un niño...
—Tú pensabas que yo era otra persona.
—No, siempre he sabido exactamente quién eres. Desde la primera vez que te vi bajando del barco procedente de Idris, cuando tenías diez años; te metiste en mi corazón igual que hicieron mis propios hijos cuando nacieron. —Meneó la cabeza—. No puedes comprenderlo. Nunca has sido padre. Uno jamás ama nada como ama a sus hijos. Y nada puede hacerte enfadar más.
—Sí que noté la parte del enfado —repuso Jace, tras una pausa.
—No espero que me perdones —repuso Maryse—. Pero si quisieras quedarte por Isabelle y Alec y Max te estaría muy agradecida...
Fueron las palabras equivocadas.
—No quiero tu gratitud —replicó Jace, y se volvió de nuevo hacia la bolsa de lona.
Ya no quedaba nada que meter en ella. Cerró la cremallera.
—A la claire fontaine —entonó Maryse—, m'en allent promener.
Jace la miró sorprendido.
—¿Qué?
—II y a longtemps que je t'aime. Jamáis je ne t'oublierai.... Es la antigua balada francesa que yo les cantaba a Alec y a Isabelle. Aquella sobre la que me preguntaste.
En aquel momento —había muy poca luz en la habitación y en la penumbra— Maryse le miró casi como lo había hecho cuando él tenía diez años, como si ella no hubiese cambiado en absoluto en los últimos siete. Tenía un aspecto severo y preocupado, ansioso... y esperanzado. Tenía el aspecto de la única madre que había conocido jamás.
—Te equivocabas al decir que nunca te la canté —dijo ella—. Es sólo que nunca me oíste.
Jace no dijo nada, pero alargó la mano y abrió de un tirón la cremallera de la bolsa de lona, dejando que sus pertenencias se derramaran sobre la cama.
Epílogo
—¡Clary! —La madre de Simon sonrió radiante al ver a la muchacha en el umbral—. No te he visto desde hace una eternidad. Empezaba a preocuparme que tú y Simon os hubieseis peleado.
—No —repuso Clary—, es que no me encontraba muy bien, eso es todo.
«Aunque te hayan puesto runas curativas mágicas, aparentemente no eres invulnerable.» A Clary no le había sorprendido despertar a la mañana siguiente de la batalla y descubrir que tenía un dolor de cabeza insoportable y fiebre; había creído que se trataba de un resfriado, ¿quién no lo tendría, tras helarse con las ropas mojadas en mar abierto durante horas en plena noche? Pero Magnus le había dicho que lo más probable era que se hubiese agotado creando la runa que había destruido el barco de Valentine.
La madre de Simon chasqueó la lengua, comprensiva.
—Seguro que era el mismo virus que tuvo Simon hace dos semanas. Apenas podía dejar la cama.
—Está mejor ahora, ¿verdad? —preguntó Clary, que ya sabía que era cierto, pero no le importaba volver a oírlo.
—Está estupendamente. Lo encontrarás fuera, en el patio trasero, creo. Ve por la verja. —Sonrió—. Se alegrará de verte.
Las casas adosadas de ladrillo rojo de la calle de Simon estaban separadas por bonitas vallas de hierro forjado de color blanco, cada una de las cuales tema una verja que conducía a un pequeño patio trasero. El cielo era de un azul brillante y el aire, fresco, a pesar de que el día era soleado. Clary podía paladear en el aire el sabor a la nieve que no tardaría en caer.
Cerró la verja detrás de ella y fue en busca de Simón. Estaba en el patio, como le había dicho su madre, descansando en una tumbona de plástico con un cómic abierto sobre el regazo. Lo apartó al ver a Clary, se incorporó y sonrió de oreja a oreja.
—Hola, nena.
—¿Nena? —Se sentó junto a él en la silla—. Bromeas, ¿verdad?
—Probaba. ¿No?
—No —repuso ella con firmeza, y se inclinó para besarle en la boca.
Cuando se apartó, los dedos del muchacho se entretuvieron en sus cabellos, pero los ojos estaban pensativos.
—Me alegro de que te hayas pasado por aquí —dijo.
—Yo también. Habría venido antes, pero...
—Estabas enferma, lo sé.
Clary se había pasado la semana enviándole mensajes de texto desde el sofá de Luke, donde había permanecido envuelta en una manta viendo reposiciones de CSI. Era reconfortante pasar el rato en un mundo donde cada rompecabezas tenía una respuesta científica detectable.
—Ya estoy mejor. —Paseó la mirada alrededor y tiritó, arrebujándose mejor en el cárdigan blanco que llevaba—. ¿Qué haces tumbado al aire libre con este tiempo? ¿No estás helado?
Simon negó con la cabeza.
—En realidad ya no siento el frío ni el calor. Además... —La boca se le curvó en una sonrisa—, quiero pasar tanto tiempo al sol como pueda. Todavía me siento adormilado durante el día, pero quiero superarlo.
Ella le acercó el dorso de la mano a la mejilla. El rostro estaba caliente por el sol, pero debajo, la piel era fría.
—Pero ¿todo lo demás sigue siendo... sigue siendo igual?
—¿Te refieres a si todavía soy un vampiro? Sí. Parece que sí. Todavía quiero beber sangre y sigue sin latirme el corazón. Tendré que evitar al médico, pero puesto que los vampiros no enferman... —Se encogió de hombros.
—¿Y has hablado con Raphael? ¿Sigue sin tener ni idea de por qué puedes salir al sol?
—Ninguna. Y parece bastante molesto, además. —Simon la miró pestañeando adormilado, como si fuesen las dos de la madrugada en lugar de las dos de la tarde—. Creo que le desmonta sus ideas sobre cómo deberían ser las cosas. Además, le va a costar mucho más conseguir que salga por la noche cuando estoy decidido a hacerlo de día.
—Debería estar encantado, ¿no?
—A los vampiros no les gustan los cambios. Son muy tradicionales.
Le sonrió, y ella pensó: «Siempre tendrá este aspecto. Cuando yo tenga cincuenta o sesenta años, él todavía parecerá tener dieciséis». No era una idea que le gustase.
—En cualquier caso, esto será bueno para mi carrera musical. Si nos fiamos de lo que escribe Arme Rice, los vampiros resultan unas estrellas del rock fantásticas.
—No estoy segura de que te puedas fiar mucho de eso.
Él volvió a recostarse en la silla.
—¿Y de qué me puedo fiar? Aparte de ti, por supuesto.
—¿De fiar? ¿Es así como me consideras? —preguntó con fingida indignación—. Eso no es muy romántico.
Una sombra cruzó el rostro de Simón.
—Clary...
—¿Qué? ¿Qué sucede? —Le cogió la mano—. Ése es tu tono de las malas noticias.
Él apartó la mirada.
—No sé si son malas noticias o no.
—Las noticias, o son buenas o son malas —repuso ella—. Sólo dime que estás bien.
—Estoy bien —afirmó él—. Pero... no creo que debamos volver a vernos.
Clary estuvo a punto de caerse de la tumbona.
—¿No quieres que sigamos siendo amigos?
—Clary...
—¿Es por los demonios? ¿Porque acabaste convertido en un vampiro por mi culpa? —Su voz se alzaba más y más—. Sé que todo ha sido una locura, pero puedo mantenerte alejado de todo eso. Puedo...
Simon hizo un gesto de dolor.
—Empiezas a sonar como un delfín, ¿lo sabes? Para —dijo. Clary calló—. Todavía quiero que seamos amigos —explicó él—. Es de lo otro de lo que no estoy tan seguro.