—¿Lo otro?
Él empezó a ruborizarse. Ella no habría pensado nunca que los vampiros pudieran ruborizarse. Resultaba sorprendente el contraste con su piel pálida.
—Lo de novia—novio.
Clary permaneció en silencio durante un largo rato, buscando las palabras.
—Al menos no dijiste «lo de besarnos» —dijo finalmente—. Temía que fueses a llamarlo así.
Él bajó la mirada hacia las manos de ambos, que descansaban entrelazadas sobre la tumbona de plástico. Los dedos de ella se veían pequeños en comparación con los de él, pero por primera vez la piel de la muchacha tenía un tono más oscuro que la suya. Pasó el pulgar distraídamente sobre los nudillos de Clary.
—Nunca lo hubiera llamado así.
—Pensaba que esto era lo que querías —dijo ella—. Creía que habías dicho que...
Simon alzó los ojos para mirarla a través de las oscuras pestañas.
—¿Que te amaba? Te amo. Pero eso no es todo.
—¿Es por Maia? —Los dientes le habían empezado a castañetear, únicamente en parte debido al frío—. ¿Te gusta?
Simon vaciló.
—No. Quiero decir, sí, me gusta, pero no del modo al que te refieres. Es sólo que cuando estoy con ella... sé lo que es tener a alguien a quien le gusto de ese modo. Y no es como contigo.
—Pero no la amas...
—A lo mejor algún día.
—A lo mejor yo podría amarte algún día.
—Si algún día lo haces —repuso él—, ven y dímelo. Ya sabes dónde encontrarme.
Los dientes de Clary castañeteaban con más fuerza ahora.
—No puedo perderte, Simón. No puedo.
—Jamás lo harás. No te estoy abandonando. Pero prefiero tener lo que tenemos, que es real, y auténtico e importante, que tenerte fingiendo otra cosa. Cuando estoy contigo quiero saber que estoy con la auténtica tú, la auténtica Clary.
Ella apoyó la cabeza contra la de él, cerrando los ojos. Todavía le sentía como Simón, a pesar de todo; todavía olía como él, como su detergente.
—Igual no sé quién es esa persona.
—Pero yo sí lo sé.
La flamante camioneta nueva de Luke estaba al ralentí junto al bordillo cuando Clary abandonó la casa de Simón, cerrando la verja tras ella.
—Me has traído. No tenías por qué venir también —dijo ella, montándose en la cabina junto a él.
Era típico de Luke reemplazar la vieja furgoneta destrozada por otra nueva exactamente igual.
—Disculpa mi miedo paternal —respondió Luke, entregándole un vaso de papel lleno de café. Clary tomó un sorbo: sin leche y con toneladas de azúcar, tal y como le gustaba—. Estos días tiendo a ponerme un poco nervioso cuando no estás dentro de mi campo visual—siguió él.
—¿Sí? —Clary sujetó el café con fuerza para evitar que se derramara mientras descendían dando tumbos por la calzada llena de baches—. ¿Cuánto tiempo crees que va a durar eso?
Luke pareció reflexionar al respecto.
—No mucho. Cinco, tal vez seis años.
—¡Luke!
—Planeo permitirte empezar a salir con chicos cuando tengas los treinta, si eso ayuda.
—En realidad, eso no suena tan mal. Puede que no esté lista hasta los treinta.
Luke la miró de soslayo.
—¿Tú y Simón...?
Ella agitó la mano que no sostenía el vaso de café.
—No preguntes.
—Entiendo. —Y probablemente así era—. ¿Quieres que te deje en casa?
—Vas al hospital, ¿verdad? —Lo sabía por la tensión nerviosa implícita en sus bromas—. Iré contigo.
En aquellos momentos estaban sobre el puente, y Clary miró al río, sosteniendo el café entre las manos pensativamente. Nunca se cansaba de aquella vista, la estrecha manga de agua entre las altas paredes de Manhattan y Brooklyn. Centelleaba bajo el sol igual que papel de plata. Se preguntó por qué nunca había intentado dibujarlo. Recordaba haber preguntado a su madre en una ocasión por qué nunca la había usado a ella como modelo, por qué nunca había dibujado a su propia hija. «Dibujar a alguien es intentar capturarlo para siempre —había explicado Jocelyn, sentada en el suelo con un pincel goteando azul cadmio sobre sus vaqueros—. Si realmente amas algo, jamás intentas mantenerlo igual para siempre. Tienes que dejar que sea libre de cambiar.»
«Pero yo odio los cambios.» Pensó mientras inspiraba profundamente.
—Luke —exclamó—, Valentine me dijo algo cuando estaba en el barco, algo sobre...
—Nada bueno empieza nunca con las palabras «Valentine dijo» —masculló Luke.
—Quizá no. Pero era sobre ti y mi madre. Dijo que estabas enamorado de ella.
Silencio. El tráfico los mantenía detenidos en el puente. Pudo oír el sonido del metro de la línea Q pasando.
—¿Crees que es verdad? —preguntó Luke por fin.
—Bueno. —Clary podía percibir la tensión en el aire e intentó elegir las palabras con sumo cuidado—. No lo sé. Quiero decir, lo había dicho antes y yo lo deseché como paranoia y odio. Pero en esta ocasión empecé a pensar, y bueno... Es extraño que siempre hayas estado ahí. Has sido como un padre para mí, prácticamente vivíamos todos en la granja durante el verano y ni tú ni mi madre habéis salido nunca con nadie más. Así que pensé que a lo mejor...
—¿Pensaste que a lo mejor qué?
—Que a lo mejor habíais estado juntos todo este tiempo y simplemente no queríais contármelo. Igual pensasteis que yo era demasiado joven para entenderlo. Quizá temíais que empezara a hacer preguntas sobre mi padre. Pero ya no soy pequeña para entenderlo. Puedes contármelo. Imagino que es como estoy diciendo. Puedes contarme cualquier cosa.
—Quizá no cualquier cosa.
Se produjo otro silencio mientras la furgoneta avanzaba poco a poco en el tráfico lento. Luke bizqueó al darle el sol en los ojos y tamborileó los dedos sobre el volante.
—Tienes razón. Estoy enamorado de tu madre —dijo finalmente.
—Eso es fabuloso —respondió Clary, intentando sonar como si le diera todo su apoyo a pesar de lo rara que le resultaba la idea de que personas de la edad de su madre y Luke estuviesen enamoradas.
—Pero —añadió Luke— ella no lo sabe.
—¿Ella no lo sabe? —Clary sacudió el brazo. Por suerte, el vaso de café ya estaba vacío—. ¿Cómo puede no saberlo? ¿No se lo has dicho?
—La verdad —respondió Luke, apretando el acelerador de modo que la furgoneta dio un bandazo— es que no.
—¿Por qué no?
Luke suspiró y se frotó la barba de tres días con gesto cansino.
—Porque —contestó— nunca parecía ser el momento adecuado.
—Eso es una excusa muy mala y lo sabes.
Luke se las arregló para emitir un sonido a medio camino entre una risita y un gruñido de irritación.
—Es posible, pero es la verdad. Cuando me di cuenta de lo que sentía por Jocelyn tenía la misma edad que tienes tú. A los dieciséis. Y todos acabábamos de conocer a Valentine. Yo no era rival para él. Incluso me sentí un tanto complacido de que si no me iba a querer a mí, al menos era a alguien que realmente la merecía. —La voz se le endureció—. Cuando vi lo equivocado que estaba ya era demasiado tarde. Cuando huimos juntos de Idris y ella estaba embarazada de ti, me ofrecí a casarme con ella, a ocuparme de ella. Dije que no me importaba quien era el padre del bebé, que lo criaría como si fuese mío. Ella pensó que yo lo hacía por compasión. No pude convencerla de que estaba siendo todo lo egoísta que podía. Me dijo que no quería ser una carga para mí, que era pedirme demasiado. Después de que me dejara en París, regresé a Idris, pero estaba siempre inquieto, siempre infeliz. Faltaba una parte: Jocelyn. Soñaba que necesitaba mi ayuda, que me llamaba y que yo no podía oírla. Finalmente fui en su busca.
—Recuerdo que se puso muy contenta —explicó Clary con un hilo de voz— cuando la encontraste.
—Lo estaba y no lo estaba. Se alegró de verme, pero al mismo tiempo yo simbolizaba para ella todo aquel mundo del que había huido y del que no quería formar parte. Aceptó dejar que me quedara cuando le prometí que renunciaría a todos los vínculos con la manada, con la Clave, con Idris, con todo eso. Me había ofrecido a vivir con las dos, pero Jocelyn pensó que sería demasiado difícil ocultarte mis transformaciones, y tuve que darle la razón. Compré la librería, adopté un nombre nuevo y fingí que Lucian Graymark estaba muerto. Y a efectos prácticos, lo ha estado.