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Advirtió que la gente se detenía para mirar con asombro a la demente muchacha que hablaba sola. Contuvo el impulso de sacarles la lengua.

—De acuerdo —contestó una voz dulce, extrañamente familiar. La mujer alzó las manos y se echó atrás la capucha. Los cabellos canosos se le derramaron sobre los hombros en una cascada. Era la mujer que Clary había visto mirándola fijamente en el patio del Cementerio Marble, la misma mujer que los había salvado del cuchillo de Malik en el Instituto. De cerca, Clary pudo ver que tenía la clase de rostro que era todo ángulos, demasiado afilado para ser bonito, aunque los ojos eran de un intenso y hermoso color avellana.

—Me llamo Madeleine. Madeleine Bellefleur.

—¿Y...? —preguntó Clary—. ¿Qué quiere de mí?

La mujer —Madeleine— vaciló.

—Conozco a tu madre, a Jocelyn —explicó—. Éramos amigas en Idris.

—No puede verla —replicó Clary—. Ninguna visita excepto la familia hasta que mejore.

—Pero no mejorará.

Clary sintió como si la hubiesen abofeteado.

—¿Qué?

—Lo siento —repuso Madeleine—, no era mi intención sorprenderte. Pero sé qué le sucede a Jocelyn, y no hay nada que un hospital mundano pueda hacer por ella. Lo que le sucedió... se lo hizo ella misma, Clarissa.

—No. Usted no lo entiende. Valentine...

—Lo hizo antes de que Valentine pudiera atraparla. Así no podría sacarle ninguna información. Lo planeó así. Era un secreto, un secreto que compartió sólo con otra persona, a la que explicó cómo se podía invertir el hechizo. Esa persona soy yo.

—Quiere decir...

—Sí —respondió Madeleine—, quiero decir que puedo explicarte cómo despertar a tu madre.

Agradecimientos

Este libro no se habría podido escribir sin el apoyo y el ánimo de mi grupo de escritura: Holly Black, Kelly Link, Ellen Kushner, Delia Sherman, Gavin Grant y Sarah Smith. Tampoco podría prescindir del NB Team: Justine Larbalestier, Maureen Johnson, Margaret Crocker, Libba Bray, Cecil Castellucci, Jaida Jones, Diana Peterfreund y Marissa Edelman. Mi agradecimiento también para Eve Sinaiko y Emily Lauer por su ayuda (y comentarios sarcásticos), y a Sarah Rees Brennan, por querer a Simon más que nadie en el mundo. Mi gratitud se extiende a todos los de Simon & Schuster y Walker Books por creer en estos libros. Un agradecimiento especial a mi editora, Karen Wojtyla, por todas las notas en lápiz violeta, a Sarah Payne por hacer cambios mucho después de la fecha tope, a Bara MacNeill por llevar el control del alijo de armas de Jace, y a mi agente, Barry Goldblatt, por decirme que me comporto como una idiota cuando me comporto como una idiota. También a mi familia: mi madre, mi padre, Kate Conner, Jim Hill, mi tía Naomi y mi prima Joyce por su aliento. Y para Josh, que tiene menos de tres años.