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—¿Idris? —dijo ella, y se levantó mirando tontamente al otro lado del lago, que le devolvió un centelleo, azul y quieto—. Pero… dijiste que estábamos en las afueras de Alacante. No veo la ciudad por ninguna parte.

—Estamos a kilómetros de distancia. —Luke señaló con un dedo —. ¿Ves esas colinas a lo lejos? Tenemos que cruzarlas; la ciudad queda al otro lado. Si tuviéramos un coche, podríamos llegar allí en una hora, pero vamos a tener que andar lo que probablemente nos llevará toda la tarde. —Miró al cielo entornando los ojos—. Será mejor que nos pongamos en marcha.

Clary se miró con consternación. La perspectiva de una caminata de todo un día con las ropas empapadas no resultaba atrayente.

—¿No hay alguna otra cosa…?

—¿Alguna otra cosa que podamos hacer? —dijo Luke, y había un repentino y cortante tono airado en su voz—. ¿Tienes alguna sugerencia, Clary, puesto que fuiste tú quién nos trajo aquí? —Señaló lejos del lago—. En esa dirección hay montañas. Transitables a pie únicamente en pleno verano. Moriríamos congelados en las cumbres. —Se volvió y movió el dedo en otra dirección—. Ahí hay kilómetros de bosques. Hasta la frontera. Están deshabitados, al menos por seres humanos. Más allá de Alacante hay tierras de labranza y casas de campo. Quizás podríamos salir de Idris, pero de todos modos tendríamos que atravesar la ciudad. Una ciudad, puedo añadir, donde los subterráneos como yo no son precisamente bien recibidos.

Clary le miró con la boca abierta.

—Luke, yo no sabía…

—Desde luego que no sabías. Tú no sabes nada sobre Idris. A ti ni siquiera te importa Idris. Simplemente estabas ofendida porque te habían dejado atrás, igual que una criatura, y tuviste una pataleta. Y ahora estamos aquí. Perdidos y helados y… —Se interrumpió; tenía el rostro tenso—. Vamos. Empecemos a andar.

Clary siguió a Luke a lo largo de la orilla del lago Lyn en abatido silencio. Mientras andaban, el sol le secó el cabello y la piel, pero el abrigo de terciopelo retenía agua como una esponja. Colgaba sobre ella como una cortina de plomo mientras andaba a toda prisa, dando traspiés, sobre rocas y barro, tratando de mantenerse a la altura de la larga zancada de Luke. Efectuó unos cuantos intentos más de entablar conversación, pero Luke se mantuvo obstinadamente callado. Ella jamás había hecho nada tan grave como para que una disculpa no hubiese ablandado el enojo de Luke. En esta ocasión, al parecer, era diferente.

Los precipicios se alzaron más altos alrededor del lago a medida que avanzaban, perforados de zonas oscuras, igual que brochazos de pintura negra. Cuando Clary miró con mayor atención, advirtió que se trataba de cuevas en la roca. Algunas daban la impresión de ser muy profundas y hundirse serpenteantes en la oscuridad. Imaginó murciélagos y desagradables criaturas reptantes ocultándose en las tinieblas, y se estremeció.

Por fin una senda estrecha que se abría paso a través de los precipicios los condujo a una calzada amplia revestida de piedras trituradas. El lago describió una curva alejándose de ellos, índigo bajo la luz de las últimas horas de la tarde. La calzada discurría por una llanura cubierta de pastos que se iba elevando hasta convertirse a lo lejos en ondulantes colinas. A Clary se le cayó el alma a los pies, la ciudad no se divisaba por ninguna parte.

Luke miraba fijamente en dirección a las colinas con una expresión de intenso desaliento.

—Estamos más lejos de lo que pensaba. Ha transcurrido tanto tiempo…

—A lo mejor si encontramos una carretera más grande —sugirió Clary—, podríamos hacer autostop, o conseguir que alguien nos llevase a la ciudad, o…

—Clary, no hay coches en Idris. —Al ver su expresión atónita Luke rió sin demasiada alegría—. Las salvaguardas impiden que las máquinas funcionen bien. La mayor parte de la tecnología no sirve aquí: teléfonos móviles, ordenadores, cosas así. La misma Alacante está iluminada… y funciona… en su mayor parte mediante luz mágica.

—Vaya —dijo Clary con un hilo de voz—. Bien… ¿más o menos a qué distancia de la ciudad estamos?

—Bastante lejos. —Sin mirarla, Luke se pasó ambas manos hacia atrás por los cortos cabellos—. Hay algo que será mejor que te diga.

Clary se puso tensa. Todo lo que había querido antes era que Luke le hablara; en aquellos momentos ya no lo deseaba.

—No pasa nada…

—¿Observaste —dijo Luke—que no había ninguna embarcación en el lago Lyn…, ni embarcaderos…, nada que pudiera sugerir que el lago lo utilizan de algún modo las gentes de Idris?

—Simplemente pensé que era porque estaba muy alejado.

—No está tan alejado. A unas pocas horas de Alacante a pie. El hecho es que el lago… —Luke se interrumpió y suspiró—. ¿Reparaste alguna vez en el dibujo del suelo de la biblioteca en el Instituto en Nueva York?

Clary parpadeó.

—Lo hice, pero no conseguí adivinar qué era.

—Era un ángel alzándose del interior de un lago, sosteniendo una copa y una espada. Es un motivo que se repite en las decoraciones de las nefilim. La leyenda cuenta que el ángel Raziel surgió del lago Lyn cuando se apareció por primera vez a Jonathan Cazador de Sombras, el primero de los nefilim, y le entregó los instrumentos Mortales. Desde entonces el lago se ha considerado…

—¿Sagrado? —sugirió Clary.

—Maldito —dijo Luke—. El agua del lago es de algún modo venenosa para los cazadores de sombras. No hace ningún daño a los subterráneos; los seres mágicos lo llaman el Espejo de los Sueños, y beben su agua porque afirman que les proporciona visiones auténticas. Pero para un cazador de sombras beber su agua es muy peligroso. Provoca alucinaciones, fiebre… puede llevar a una persona a la locura.

Clary sintió frío en todo el cuerpo.

—Es por eso que intentaste hacerme escupir toda el agua.

Luke asintió.

—Y el motivo de que quisiera encontrar tu estela. Con una runa de curación podríamos conjurar los efectos del agua. Sin ella, necesitamos que llegues a Alacante lo más rápidamente posible. Hay medicinas, eso ayudará, y conozco a alguien que casi con seguridad las tendrá.

—¿Los Lightwood?

—No, los Lightwood no. —La voz de Luke era firme—. Otra persona. Alguien que conozco.

—¿Quién?

Él negó con la cabeza.

—Sólo recemos para que no se haya ido en los últimos quince años.

—Pero pensaba que dijiste que la Ley prohibía que los subterráneos entraran en Alacante sin permiso.

La sonrisa que le dedicó como respuesta le recordó al Luke que la había atrapado cuando cayó de la estructura de barras para juegos infantiles de pequeña, el Luke que siempre la había protegido.

—Algunas leyes están hechas para ser infringidas.

La casa de los Penhallow le recordó a Simon el Instituto; poseía el mismo aire de pertenecer en cierto modo a otra era. Los vestíbulos y escaleras eran angostos, construidos de piedra y madera oscura, y las ventanas eran altas y estrechas y ofrecían buenas vistas de la ciudad. Había un claro toque asiático en la decoración: un biombo shoji estaba colocado en el descansillo del primer piso, y había altos jarrones chinos esmaltados con flores en los alféizares. También había varias serigrafías en las paredes, mostrando lo que debían de ser escenas de la mitología de los cazadores de sombras, pero en un aire oriental en ellas; aparecían de modo prominente caudillos blandiendo refulgentes cuchillos serafín, junto con criaturas de vivos colores parecidas a dragones y demonios reptantes de ojos saltones.

—La señora Penhallow, Jia, estaba a cargo del Instituto de Beijing. Divide su tiempo entre aquí y la Ciudad Prohibida —dijo Isabelle cuando Simon se detuvo a examinar un grabado—. Y los Penhallow son una familia antigua. Adinerada.

—Me doy cuenta —murmuró Simon, alzando la vista hacia las arañas de luces que goteaban lágrimas de cristal tallado.