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—Sé lo que planeas hacer —dijo Jace—. Sé por qué estás invocando al Ángel. Y no te dejaré hacerlo. He enviado a Isabelle a advertir al ejército…

—Las advertencias les servirán de poco. Ésta no es la clase de peligro de la que puedas huir. —La mirada de Valentine descendió veloz a la espada que sostenía Jace—. Baja eso —empezó—y hablaremos… —Se interrumpió entonces—. Ésa no es tu espada. Ésa es una espada Morgenstern.

Jace, sonrió, con una sonrisa dulce y siniestra.

—Era de Jonathan. Está muerto.

Valentine se mostró anonadado.

—Quieres decir que…

—La he cogido del suelo donde él la ha dejado caer —respondió Jace, sin emoción—, después de matarlo.

Valentine pareció atónito.

—¿Has matado a Jonathan? ¿Cómo has podido hacerlo?

—Me habría matado a mí —dijo Jace—. No he tenido elección.

—No me refería a eso. —Valentine meneó la cabeza; todavía parecía aturdido, como un boxeador al que han golpeado demasiado fuerte el momento antes de desplomarse sobre la colchoneta—.Crié a Jonathan… le adiestré yo mismo. No había un guerrero mejor.

—Al parecer —repuso Jace—, lo había.

—Pero… —Ya la voz de Valentine se quebró; era la primera vez que Clary escuchaba un fallo en la tranquila e inmutable fachada de aquella voz—. Pero era tu hermano.

—No. No lo era. —Jace dio un paso al frente, empujando la hoja un centímetro más cerca del corazón de Valentine—. ¿Qué le sucedió a mi auténtico padre? Isabelle me ha explicado que murió en una incursión, pero ¿lo hizo realmente? ¿Lo mataste igual que mataste a mi madre?

Valentine seguía pareciendo aturdido. Clary percibió que luchaba por mantener el control… ¿Luchaba contra la pena? ¿O simplemente temía morir?

—Yo no maté a tu madre. Ella se suicidó. Te saqué de su cuerpo sin vida. De no haberlo hecho, habrías muerto con ella.

—Pero ¿por qué? ¡No necesitabas un hijo, ya tenías uno!

Jace tenía un aspecto mortífero a la luz de la luna, se dijo Clary, mortífero y extraño, como si fuese alguien a quien conocía. La mano que sostenía la espada sobre la garganta de Valentine no temblaba.

—Dime la verdad —dijo Jace—. No más mentiras… como que somos de la misma sangre. Los padres mienten a sus hijos, pero tú… tú no eres mi padre. Y quiero la verdad.

—No era un hijo lo que necesitaba —respondió Valentine—. Era un soldado. Había pensando que Jonathan podría ser ese soldado, pero tenía demasiado de la naturaleza de los demonios en él. Era demasiado salvaje, demasiado brusco, no lo bastante sutil. Ya temía entonces, cuando él apenas había dejado la infancia, que jamás tendría la paciencia o la compasión para seguirme, para guiar a la Clave tras mis pasos. Así que volví a probar contigo. Y contigo tuve el problema opuesto. Eras demasiado dulce. Demasiado categórico. Sentías el dolor de los demás como si fuese el tuyo; ni siquiera podías soportar la muerte de tus mascotas. Tienes que comprender esto, hijo mío: te amaba por esas cosas. Pero las mismas cosas que amaba en ti hacían que no me fueses útil.

—Así que pensabas que era blando e inútil —dijo Jace—. Supongo que te resultará sorprendente, entonces, cuando tu «hijo» blando e inútil te rebane la garganta.

—Ya hemos pasado por esto. —La voz de Valentine era firme, pero Clary creyó poder ver el sudor brillándole en las sienes, en la base de la garganta—. Tú no lo harías. No quisiste hacerlo en Renwick, y no quieres hacerlo ahora.

—Te equivocas. —Jace hablaba en un tono comedido—. He lamentado no haberte matado cada día desde que te dejé marchar. Máx, al que sí considero mi hermano, está muerto porque yo no te maté ese día. Docenas de personas, tal vez cientos, están muertas porque contuve mi mano. Conozco tu plan. Sé que esperas masacrar a casi todos los cazadores de sombras de Idris. Y me pregunto: ¿cuántos más tiene que morir antes de que haga lo que debería haber hecho en la isla de Blackwell? No —dijo—. No quiero matarte. Pero lo haré.

—No lo hagas —dijo Valentine—. Por favor. No quiero…

—¿Morir? Nadie quiere morir, «padre».

La punta de la espada de Jace resbaló más abajo, y luego más hasta descansar sobre el corazón de Valentine. El rostro de Jace estaba tranquilo, parecía la cara de un ángel despachando justicia divina.

—¿Tu últimas palabras?

—Jonathan…

La sangre manaba la camisa de Valentine allí donde la punta de la hoja descansaba, y Clary vio, mentalmente, a Jace en Renwock, con la mano temblorosa, sin atreverse a hacerle daño a Valentine. Y a éste, provocándole. «Hunde la hoja. Siete centímetros… tal vez ocho.» No era así en aquel momento. La mano de Jace era firme. Y Valentine parecía asustado.

—Tus últimas palabras —siseó Jace—. ¿Cuáles son?

Valentine alzó la cabeza. Sus ojos negros al mirar al muchacho que tenía delante tenían una mirada grave.

—Lo siento —dijo—. Lo siento mucho.

Alargó una mano, como si tuviese intención de tendérsela a Jace, incluso de tocarle —la mano giró, con la palma hacia arriba, los dedos abriéndose—y entonces hubo un destello plateado y algo pasó volando junto a Clary en la oscuridad como una bala salida de una pistola. Sintió cómo el aire desplazado le acariciaba la mejilla al pasar, y a continuación Valentine lo había atrapado en el aire, una larga lengua de fuego planteado que centelleó una vez en su mano mientras la bajaba.

Era la Espada Mortal, que dejó una tracería de luz negra en el aire al hundir Valentine su hoja en el corazón de Jace.

Los ojos del muchacho se abrieron de par en par. Una mirada de incrédula confusión pasó por su rostro; echó una mirada fugaz al lugar donde Maellartach sobresalía grotescamente de su pecho: su aspecto era más estrafalario que horrible, como un elemento de una pesadilla carente de lógica. Valentine echó la mano hacia atrás entonces, extrayendo de un tirón la Espada del pecho de Jace tal y como podría haber sacado una daga de su funda; como si ello hubiese sido todo lo que lo mantenía en pie, Jace cayó de rodillas. La espada que empuñaba resbaló de su mano y golpeó la tierra húmeda. Bajó la mirada hacia ella con perplejidad, como si no tuviese ni idea de por qué la había estado sujetando, ni de por qué la había soltado. Abrió la boca como si fuera a hacer una pregunta, y la sangre se derramó por encima de su barbilla, impregnando lo que quedaba de la camiseta hecha jirones.

A Clary le pareció que después de eso todo sucedía muy despacio, como si el tiempo se alargase. Vio a Valentine caer al suelo y sujetar a Jace en su regazo como si Jace fuese todavía muy pequeño y se le pudiera coger con facilidad. Lo apretó contra él y lo acunó, y bajó el rostro y lo presionó contra el hombro del muchacho, y Clary pensó por un momento que incluso podría haber llorado, pero cuando alzó la cabeza, los ojos de Valentine estaban secos.

—Mi hijo —susurró—. Mi muchacho.

La terrible ralentización del tiempo se alargó alrededor de Clary como una soga asfixiante, mientras Valentine sostenía a Jace y le apartaba los cabellos ensangrentados de la frente. Sostuvo a Jace mientras moría y la luz se apagaba de sus ojos, y luego Valentine depositó con delicadeza el cuerpo de su hijo adoptivo sobre el suelo, cruzándole los brazos sobre el pecho como para ocultar la herida abierta y sangrante que había en él. «Ave…» empezó a decir, como si quisiera pronunciar las palabras sobre Jace, la despedida de los cazadores de sombras, pero su voz se quebró, se volvió bruscamente y se dirigió de vuelta al altar.

Clary no podía moverse. Apenas podía respirar. Podía oír los latidos de su propio corazón, el chirrido de su propia respiración en la garganta reseca. Con el rabillo del ojo pudo ver a Valentine de pie junto a la orilla del lago; la sangre resbalaba por la hoja de Maellartach y goteaba al interior de la cazoleta de la Copa Mortal. Salmodiaba palabras que ella no comprendía. Que no tenía ningún interés en comprender. Todo terminaría muy pronto, y casi se alegraba. Se preguntó si tenía energía suficiente para arrastrarse hasta donde yacía Jace, si podía tumbarse junto a él y aguardar a que aquello terminara. Le miró fijamente, allí, caído, inmóvil en la arena removida y ensangrentada. Tenía los ojos cerrados, el rostro quieto; de no ser por el corte del pecho, podría haberse dicho a sí misma que estaba dormido.