—¿Tú crees que tiene razón?
—No lo sé. Tendré que preguntarle a Jace. Imagino que le veré esta noche en la fiesta, o celebración de la victoria o como sea que se le llame. —Alzó los ojos hacia Isabelle—. ¿Sabes cómo será?
—Habrá un desfile —respondió ésta—, y fuegos artificiales, probablemente. Música, baile, juegos, esa clase de cosas. Como una gran feria callejera en Nueva York. —Echó un vistazo por la ventana, con expresión nostálgica—. A Max le habría encantado.
Clary alargó la mano y acarició los cabellos de Isabelle, del modo en que acariciaría los cabellos de su hermana si la tuviera.
—Seguro que sí.
Jace tuvo que llamar dos veces a la puerta de la vieja casa del canal antes de oír rápidas pisadas que se apresuraban a responder; el corazón le dio un vuelco, y luego se tranquilizó cuando la puerta se abrió y Amatis Herondale apareció en el umbral, mirándole con sorpresa. Parecía como si se hubiese estado preparando para la celebración: lucía un vestido de color gris perla y pendientes de pálido metal que resaltaban los mechones plateados de sus cabellos canosos.
—¿Sí?
—Clary —empezó a decir él, y se detuvo, inseguro sobre qué decir exactamente.
¿Adónde había ido a parar su elocuencia? Siempre la había tenido, incluso cuando no había poseído nada más, pero en aquellos momentos se sentía como si lo hubiesen vertido afuera, dejándole vacío.
—Me preguntaba si Clary estaba aquí. Esperaba hablar con ella.
Amatis negó con la cabeza. La perplejidad había abandonado su expresión, y le miraba con suficiente intensidad como para ponerlo nervioso.
—No está. Creo que está con los Lightwood.
—Vaya. —Le sorprendió lo decepcionado que se sintió—. Lamento haberla molestado.
—No es ninguna molestia. Lo cierto es que me alegro de verte —dijo ella con energía—. Hay algo sobre lo que quería hablarte. Pasa al recibidor; regreso en un momento.
Jace entró y ella desapareció pasillo adelante. Se preguntó de qué diablos quería hablarle. A lo mejor Clary había decidido que no quería saber nada más de él y había elegido a Amatis para entregarle el mensaje.
Amatis regresó al cabo de un instante. No sostenía nada que pareciese una nota —para el alivio de Jace—, sino que más bien llevaba una pequeña caja de metal en las manos. Era un objeto primoroso cincelado con un dibujo de pájaros.
—Jace —dijo Amatis—, Luke me contó que eres hijo de Stephen… que Stephen Herondale era tu padre. Me contó todo lo sucedido.
Jace asintió, que era todo lo que sentía que estaba obligado a hacer. La noticia se filtraba lentamente, que era como él quería que sucediese; con suerte estaría de vuelta en Nueva York antes de que todos en Idris lo supieran y se pasaran el tiempo mirándolo como a un bicho raro.
—Ya sabes que estuve casada con Stephen antes de que lo estuviera con tu madre —prosiguió Amatis, con voz tensa, como si le doliera pronunciar las palabras.
Jace se la quedó mirando… ¿se trataba de su madre? ¿Le molestaba su presencia porque sacaba a relucir malos recuerdos de una mujer que había muerto antes de que él naciese siquiera?
—De todas las personas que están vivas en la actualidad, probablemente yo fui quien mejor conoció a tu padre —siguió ella.
—Sí —dijo Jace, deseando estar en otra parte—; estoy seguro de que es así.
—Sé que probablemente tendrás sentimientos muy encontrados respecto a él —repuso ella, y a él le sorprendió sentir que era cierto—. Nunca le conociste, y no fue el hombre que te crió, pero te pareces a él… excepto en los ojos, ésos son de tu madre. Y a lo mejor estoy sintiendo una estúpida, molestándote con esto. A lo mejor en realidad no quieres saber nada sobre Stephen. Pero él fue tu padre, y si te hubiese conocido… —Le tendió bruscamente la caja entonces, casi haciéndole dar un salto atrás—. Éstas son algunas cosas suyas que yo he guardado a lo largo de los años. Cartas que escribió, fotografías, un árbol genealógico. Su piedra de luz mágica. A lo mejor ahora no tienes preguntas, pero algún día las tendrás, y cuando las tengas…, cuando las tengas, podrás recurrir a esto.
Se quedó inmóvil, tendiéndole la caja como su le ofreciera un tesoro valioso. Jace alargó las manos y la tomó sin una palabra; era pesada, y el metal tenía un tacto frío contra su piel.
—Gracias —dijo.
Era lo mejor que podía hacer. Vaciló, y luego dijo.
—Hay una cosa. Algo que me he estado preguntando.
—¿Sí?
—Si Stephen era mi padre, entonces la Inquisidora…, Imogen…, era mi abuela.
—Sí… —Amatis hizo una pausa—. Una mujer muy difícil. Pero, sí, era tu abuela.
—Me salvó la vida —dijo Jace—. Quiero decir, durante mucho tiempo actuó como si no pudiese ni verme. Pero entonces vio esto. —Apartó el cuello de la camiseta a un lado, mostrando a Amatis la blanca cicatriz en forma de estrella del hombro—. Y me salvó la vida. Pero ¿qué podía significar mi cicatriz para ella?
Los ojos de Amatis se habían abierto de par en par.
—No recuerdas haberte hecho esa cicatriz, ¿verdad?
Jace negó con la cabeza.
—Valentine me explicó que era demasiado pequeño para recordar la herida, pero ahora… me parece que no le creo.
—No es una cicatriz. Es una marca de nacimiento. Existe una antigua leyenda familiar sobre ella, que cuenta que uno de los primeros Herondale que se convirtió en cazador de sombras recibió la visita de un ángel en un sueño. El ángel le tocó en el hombro, y cuando despertó, tenía una marca como ésa. Y todos sus descendientes la tienen también. —Se encogió de hombros—. No sé si la historia es cierta, pero todos los Herondale tienen la marca. Tu padre tenía una también, aquí. —Se tocó la parte superior del brazo derecho—. Dicen que significa que has tenido contacto con un ángel. Que has sido bendecido, de algún modo. Imogen debió de haber visto la Marca y adivinado quién eras en realidad.
Jace se quedó mirando a Amatis, pero no la veía a ella. Veía aquella noche en el barco; la cubierta húmeda y negra y a la Inquisidora agonizando a sus pies.
—Me dijo algo mientras se moría. Dijo: «Tu padre estaría orgulloso de ti». Pensé que era cruel. Pensé que se refería a Valentine…
Amatis negó con la cabeza.
—Se refería a Stephen —indicó en voz queda—. Y tenía razón. Lo habría estado.
Clary empujó la puerta principal de Amatis y entró, pensando en la rapidez con que la casa se había vuelto familiar para ella. Ya no tenía que esforzarse para recordar el camino hasta la puerta principal, o el modo en que el pomo se atascaba ligeramente cuando lo empujaba. El reflejo de la luz del sol en el canal le resultaba familiar, como lo era la vista de Alacante a través de la ventana. Casi se podía imaginar viviendo allí, casi podía imaginar cómo sería si Idris fuese su hogar. Se preguntó qué empezaría a echar de menos primero. ¿La comida china para llevar? ¿Las películas? ¿Su librería favorita, Midtown Comincs?
Se encaminaba a la escalera cuando oyó la voz de su madre procedente de la sala de estar: seca y levemente agitada. Pero ¿qué podía haber alterado a Jocelyn? Todo estaba bien ahora, ¿no? Sin pensar, Clary retrocedió hacia la pared cercana a la puerta de la salita y escuchó.
—¿Qué quieres decir con que te quedas? —decía Jocelyn—. ¿Estás diciéndome que no vas a regresar a Nueva York?
—Se me ha pedido que permanezca en Alacante y represente a los seres lobo en el Consejo —respondió Luke—. Les dije que les daría la respuesta esta noche.
—¿No podría encargarse otro de eso? ¿No estuvo uno de los líderes de la manada aquí en Idris?
—Soy el único líder de mana que ha sido cazador de sombras en el pasado. Por eso me quieren a mí. —Suspiró—. Yo inicié todo esto, Jocelyn. Debería quedarme y ocuparme de que funcione.