Hubo un corto silencio.
—Si eso es lo que sientes, entonces desde luego que deberías quedarte —dijo por fin Jocelyn, con voz insegura.
—Tendré que vender la librería. Organizar mis asuntos. —La voz de Luke sonó ronca—. No es como si fuese a mudarme en seguida.
—Yo puedo ocuparme de eso. Después de todo lo que has hecho…
Jocelyn no parecía tener energía para mantener su tono vivaracho. Su voz se fue apagando hasta quedar en silencio, un silencio que se prolongó tanto que Clary pensó en carraspear y entrar en la sala de estar para hacerles saque que estaba allí.
Al cabo de un momento se alegró de no haberlo hecho.
—Mira —dijo Luke—. He querido decirte esto desde hace mucho tiempo… Sabía que jamás importaría, incluso aunque lo dijese, debido a lo que soy. Tú jamás quisiste que eso formase parte de la vida de Clary. Pero ahora ella lo sabe, así que supongo que ya no importa. De modo que por qué no decírtelo: te amo, Jocelyn. Te he amado durante veinte años.
Calló. Clary aguzó el oído para escuchar la respuesta de su madre, pero Jocelyn permaneció en silencio. Por fin Luke volvió a hablar; con voz abatida.
—Tengo que regresar al Consejo y decirles que me quedaré. No tenemos que volver a hablar nunca más sobre esto. Pero me siento mejor habiéndotelo confesado tras todo este tiempo.
Clary se apretó de nuevo contra la pared cuando Luke, con la cabeza gacha, abandonó con paso digno la salita. Pasó rozándola sin parecer verla en absoluto y abrió la puerta de la calle de un tirón. Permaneció allí por un momento, mirando sin ver el sol que se reflejaba en el agua del canal. Luego se fue, cerrando la puerta de un fuerte golpe tras él.
Clary permaneció donde estaba, con la espalda contra la pared. Se sentía terriblemente triste por Luke, y terriblemente triste por su madre, también. Parecía que Jocelyn no amaba realmente a Luke, y quizás jamás podría. Era lo mismo que entre Simon y ella, salvo que ella no veía ningún modo en el que Luke y su madre pudiesen solucionarlo. No si él iba a permanecer en Idris. Las lágrimas afloraron a sus ojos. Estaba a punto de volverse y entrar en la salita cuando oyó el sonido de la puerta de la cocina al abrirse y otra voz, cansada y un poco resignada. Amatis.
—Lamento haber oído vuestra conversación sin querer, pero me alegro de que se quede —dijo la hermana de Luke—. No tan sólo porque estará cerca de mí sino porque le proporcionará una oportunidad de olvidarte.
Jocelyn sonó a la defensiva.
—Amatis…
—Ha pasado mucho tiempo, Jocelyn —dijo Amatis—. Si no le amas, deberías dejarlo ir.
Jocelyn permaneció en silencio. Clary deseó poder ver la expresión de su madre… ¿Parecería triste? ¿Enojada? ¿Resignada?
Amatis profirió una leve exclamación ahogada.
—A menos que… ¿tú sí le amas?
—Amatis, no puedo…
—¡Le amas! ¡Le amas! —Se oyó un sonido seco, como si Amatis hubiese dado una palmada—. ¡Sabía que le querías! ¡Siempre lo supe!
—No importa. —Jocelyn sonaba cansada—. No sería justo para Luke.
—No quiero ni oírlo.
Se oyó una especie de tráfago, y Jocelyn emitió un sonido de protesta. Clary se preguntó si Amatis habría agarrado a su madre de los brazos.
—Si le amas, ve ahora mismo y díselo. Ahora mismo, antes de que vaya al Consejo.
—¡Pero ellos quieren que sea su miembro en el Consejo! Y él quiere…
—Todo lo que Lucian quiere —replicó Amatis con fuerza—es a ti. A ti y a Clary. Esto es todo lo que ha querido siempre. Ahora ve.
Antes de que Clary tuviese oportunidad de moverse, Jocelyn salió disparada al pasillo. Iba hacia la puerta… cuando vio a Clary pegada a la pared. Se detuvo y abrió la boca sorprendida.
—¡Clary! —exclamó, intentando conseguir que su voz pareciese animada y jovial—. No me había dado cuenta de que estabas aquí.
Clary se separó de la pared, agarró el pomo de la puerta, y la abrió de par en par. La radiante luz solar entró a raudales en el vestíbulo. Jocelyn permaneció inmóvil, pestañeando, bajo la potente iluminación, con los ojos puestos en su hija.
—Si no vas tras Luke —dijo Clary, articulando con suma claridad—, yo, personalmente, te mataré.
Por un momento, Jocelyn pareció estupefacta. Luego sonrió.
—Bueno —replicó—, si te pones así.
Al cabo de un momento ya estaba fuera de casa, andando a toda prisa por el sendero del canal en dirección al Salón de los Acuerdos. Clary, cerró la puerta tras ella y se recostó en la madera.
Amatis, emergiendo de la salita, pasó como una exhalación junto a ella para apoyarse en el alféizar de la ventana, mirando con ansiedad por el cristal.
—¿Crees que lo alcanzará antes de que llegue al Salón?
—Mi madre se ha pasado toda la vida persiguiéndome por todas partes —dijo Clary—. Se mueve de prisa.
Amatis le dirigió una ojeada y sonrió.
—Ah, eso me recuerda algo —dijo—. Jace ha venido a verte. Creo que espera encontrarte en la celebración de esta noche.
—¿Sí? —dijo Clary pensativa.
«Podría preguntar. Quién nada arriesga nada gana.»
—Amatis —siguió, y la hermana de Luke se apartó de la ventana, mirándola con curiosidad.
—¿Sí?
—Ese vestido plateado tuyo del baúl —dijo Clary—. ¿Puedo cogerlo prestado?
Las calles ya empezaban a llenarse de gente cuando Clary volvió a cruzar la ciudad en dirección a la casa de los Lightwood. El sol se ponía, y las luces empezaban a encenderse, llenando el aire con un resplandor pálido. Ramilletes de flores blancas de aspecto familiar colgaban de cestos colocados en las paredes, llenando el aire con sus aromáticos olores. Runas de fuego de un dorado oscuro ardían en las puertas de las casas ante las que pasaba; las runas hablaban de victoria y júbilo.
Había cazadores de sombras por las calles, pero ninguno vestido con el equipo de combate: todos lucían sus mejores galas, que iban desde el estilo moderno al que bordeaba el vestuario histórico. Era una noche excepcionalmente cálida, así que pocas personas llevaban abrigo, pero sí había gran número de mujeres que llevaban lo que a Clary le parecían vestidos de fiesta, barriendo las calles con las amplias faldas. Una delgada figura oscura atravesó la calzada por delante de ella cuando dobló por la calle donde vivían los Lightwood, y vio que era Raphael, cogido de la mano de una mujer alta de cabellos oscuros que llevaba un traje de fiesta rojo. Él echó una ojeada por encima del hombro y dedicó una sonrisa a Clary, una sonrisa que provocó en ella un pequeño escalofrío, y le hizo pensar que era cierto que a veces había algo realmente extraño en los subterráneos, algo extraño y aterrador. Quizás sucedía simplemente que todo lo que era aterrador no era necesariamente malo también.
Aunque tenía sus dudas respecto a Raphael.
La puerta principal de la casa de los Lightwood estaba abierta, y varios de los miembros de la familia estaban ya de pie en la acera. Maryse y Robert Lightwood estaban allí, conversando con otros dos adultos; cuando éstos se volvieron. Clary vio con una leve sorpresa que se trataba de los Penhallow, los padres de Aline. Maryse le dedicó una sonrisa; estaba muy elegante con su vestido de seda azul oscuro, el pelo sujeto tras el severo rostro por una gruesa cinta plateada. Se parecía a Isabelle… Tanto que Clary quiso alargar el brazo y posarle la mano sobre el hombro. Maryse todavía parecía muy triste, incluso mientras sonreía, y Clary pensó: «Está recordando a Max, tal y como lo hacía Isabelle, y pensando en lo mucho que le habría gustado todo esto».
—¡Clary!
Isabelle descendió a saltos los peldaños de la entrada, con los oscuros cabellos flotando tras ella. No llevaba puesto ninguno de los conjuntos que le había enseñado a Clary horas antes, sino un increíble vestido de raso dorado que se pegaba a su cuerpo como los pétalos cerrados de una flor. Calzaba unas sandalias con tacón de aguja, y Clary recordó lo que Isabelle le había dicho en una ocasión sobre cómo le gustaban sus zapatos de tacón, y rió para sí.