Se volvió para mirar a Luke.
—Ése era el nombre de la Inquisidora.
—Es la tumba de su familia. Mira.
Señaló con el dedo. Junto a la puerta había letras blancas talladas en el mármol gris. Eran nombres. MARCUS HERONDALE, STEPHEN HERONDALE. Ambos habían muerto el mismo año. A pesar de lo mucho que había odiado a la Inquisidora, Clary sintió que algo se retorcía en su interior, una compasión que no podía evitar. Perder al esposo y al hijo, en tan poco tiempo… Había tres palabras en latín bajo el nombre de Stephen: «AVE ATQUE VALE».
—¿Qué significa? —preguntó, volviéndose hacia Luke.
—Significa «Salve y adiós». Es un poema de Catulo, y los nefilim lo dicen durante los funerales, o cuando alguien muere en combate. Ahora vámonos; es mejor no pensar demasiado en estas cosas, Clary. —Luke la sujetó por el hombro y la apartó con suavidad de la tumba.
Quizás él tenía razón, se dijo Clary. Quizás era mejor no pensar demasiado en la muerte y morir justo en aquel momento. Mantuvo apartada la mirada mientras salían de la necrópolis. Habían cruzado casi las puertas de hierro del otro extremo cuando distinguió un mausoleo más pequeño, que se erguía igual que un hongo blanco a sombra de un roble frondoso. El nombre sobre la puerta llamó su atención como si hubiese estado escrito con luces.
FAIRCHILD
—Clary…
Luke alargó la mano para cogerla, pero ella ya había marchado. Con un suspiro la siguió al interior de la sombra del árbol, donde ella se quedo de pie, paralizada, leyendo los nombres de los abuelo y bisabuelos que jamás había sabido que tenía. ALOYSIUS FAIRCHILD. ADELE FAIRCHILD, DE SOLTERA NIGHTSHADE. GRANVILLE FAIRCHILD Y debajo de todos aquellos nombres: «JOCELYN MORGENSTERN, DE SOLTERA FAIRCHILD»
Una oleada de frío recorrió a Clary. Ver el nombre de su madre allí era como regresar a las pesadillas que tenía en ocasiones en las que estaba en el funeral de su madre y nadie quería decirle qué había sucedido o cómo había muerto.
—Pero ella no está muerta —le respondió él con suavidad.
Clary lanzó una exclamación ahogada. Ya no podía oír la voz de Luke o verle de pie frente a ella. Ante ella se alzaba una ladera irregular, con lápidas que sobresalían de la tierra igual que huesos partidos. Una lápida negra se alzaba imponente frente a ella, con letras talladas de modo irregular en la superficie: «CLASISSA MORGENSTERN» y dos fechas. Bajo las palabras había un tosco dibujo infantil de una calavera con enormes cuencas vacías. Clary retrocedió tambaleante con un chillido.
Luke la agarró por los hombros.
—Clary, ¿qué sucede? ¿Qué te pasa?
Ella señaló.
—Ahí… mira…
Pero había desaparecido. La hierba se extendía hacia el horizonte frente a ella, verde y uniforme, y los blancos mausoleos pulcros y sencillos permanecían en sus ordenadas filas. Se dio la vuelta para alzar los ojos hacia él.
—He visto mi propia lápida —dijo—. Anunciaba que voy a morir… ahora… este año. —Se estremeció.
Luke tenía una expresión sombría.
—Es el agua del lago —dijo—. Estás empezando a tener alucinaciones. Vamos…, no nos queda mucho tiempo.
Jace condujo a Simon escaleras arriba y por un corto pasillo flaqueado de puertas; se detuvo sólo para extender el brazo y abrir de un empujón una de ellas, con una expresión de pocos amigos en el rostro.
—Aquí dentro —dijo, medio empujando a Simon a través de la entrada; Simon vio lo que parecía una biblioteca en el interior: hileras de estanterías, largos sofás, y sillones—. Deberíamos tener un poco de intimidad…
Se interrumpió cuando una figura se alzó nerviosamente de uno de los sillones. Era un niño de cabellos castaños y con gafas. Tenía un rostro menudo y serio, y aferraba un libro en las manos. Simon estaba lo bastante familiarizado con los hábitos de lectura de Clary como para reconocerlo como un tomo manga de lejos.
—Lo siento, Max —dijo Jace, frunciendo el entrecejo—. Necesitamos la habitación. Una conversación de adultos.
—Pero Izzy y Alec ya me echaron de la salita para poder tener una charla de adultos —se quejó Max—. ¿Adónde se supone que debo ir?
Jace se encogió de hombros.
—¿Tu habitación? —Agitó un pulgar en dirección a la puerta—. Es hora de que cumplas con tu deber para con tu país, amigo. Lárgate.
Con expresión ofendida, Max pasó junto a ellos muy digno, con el libro apretado contra el pecho. Simon sintió una punzada de lástima; era odioso ser lo bastante mayor como para querer saber lo que sucedía pero tan joven como para que siempre te echasen. El niño le lanzó una mirada al pasar; una mirada asustada y suspicaz. «Este es el vampiro», se leía en sus ojos.
Jace impelió a Simon al interior de la habitación, cerrando la puerta y girando la llave tras ellos. Con la puerta cerrada, la habitación estaba tan poco iluminada que incluso Simon la encontró oscura. Olía a polvo. Jace la atravesó y descorrió las cortinas del extremo opuesto, dejando al descubierto un alto ventanal de una sola hoja que daba a una visa del canal justo al otro lado. El agua chapoteaba contra el costado de la casa apenas unos pocos metros más abajo, bajo barandillas de piedras esculpidas con dibujos de runas y estrellas desgastados por los elementos.
Jace se volvió hacia Simon con expresión severa.
—¿Qué te pasa, vampiro?
—¿Que qué me pasa? Eres tú quien prácticamente me ha arrastrado aquí por los cabellos.
—Porque estabas a punto de decirles que Clary jamás canceló sus planes de venir a Idris. ¿Sabes qué sucedería entonces? Se pondrían en contacto con ella y lo organización para que viniese. Y ya te dije que eso no puede suceder.
Simon sacudió negativamente la cabeza.
—No te comprendo —dijo—. A veces actúas como si todo lo que te importase fuese Clary, y luego actúas como…
Jace le miró fijamente. El aire estaba lleno de danzarinas motas de polvo que formana una cortina reluciente entre los dos muchachos.
—¿Actúo como qué?
—Estabas coqueteando con Aline —dijo Simon—. No parecía que te importase Clary entonces.
—Eso no es asunto tuyo —repuso Jace—. Y además, Clary es mi hermana. Eso sí lo sabes.
—Yo también estaba allí en la corte de las hadas —replicó Simon—. Recuerdo lo que la reina seelie dijo. «El beso que la muchacha más desea, la liberará.»
—Apuesto a que lo recuerdas. Grabado a fuego en tu cerebro, ¿verdad, vampiro?
Simon emitió un ruidito desde el fondo de la garganta que ni siquiera había advertido que fuera capaz de hacer.
—Ah, no lo harás. No voy a discutir sobre esto. No voy a pelear por Clary contigo. Es ridículo.
—Entonces, ¿por qué lo sacaste a relucir?
—Porque —dijo Simon—, si quieres que mienta…, no a Clary, sino a todos tus amigos cazadores de sombras…, si quieres que finja que fue decisión de la propia Clary no venir aquí, y si quieres que finja que no sé nada sobre sus poderes, o lo que en realidad puede hacer, entonces tú tienes que hacer algo por mí.
—Magnífico —respondió Jace—. ¿Qué es lo que quieres?
Simon permaneció en silencio por un momento, mirando más allá de Jace a la hilera de casas de piedra que daban al centelleante canal. Más allá de los almenados tejados podía ver las refulgentes partes superiores de las torres de los demonios.
—Quiero que hagas lo que sea que tengas que hacer para convencer a Clary de que no sientes nada por ella. Y no… no me digas que eres su hermano; eso ya lo sé. Deja de darle falsas esperanzas cuando sabes que lo que sea que los dos tenéis no tiene futuro. Y no estoy diciendo esto porque la quiera para mí. Lo estoy diciendo porque soy su amigo y no quiero que resulte lastimada.
Jace bajó la mirada a sus manos durante un largo rato, sin responder. Eran manos delgadas, y los dedos y nudillos presentaban marcas de viejas callosidades. Los dorsos estaban surcados con las finas líneas blancas de antiguas Marcas. Eran las manos de un soldado, no las de un adolescente.